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viernes, 11 de enero de 2019

DENISSE BUENDÍA CASTAÑEDA Esa pequeña eternidad donde ya nadie duerme solo recuerda





Una siempre regresa a la oscuridad donde fue niña,
a la diminuta cama donde se reducían a sí mismas la tarde y sus promesas:
un trozo de carne con ojos-anzuelo,
cautiva, coloreando a pulmón el nombre de las muñecas.

La vida pasó como un telegrama:
tu padre ha muerto (punto)
no habrá paz que lo contenga (punto)

Desde el olvido la casa parece más pequeña;
solía quedarme quieta en la azotea
esperando ver caer heridas a las golondrinas
con los pequeños dardos del vecino del cuarto piso.

Una tarde de agosto decidí perseguirlas,
caí en el árbol de mandarinas con la clavícula fuera y mis ojos en el vuelo.

La suicida fue mi madre desatándose las venas en la tina,
el asesino fue mi padre con su crueldad como ejercicio.
(no aprendí a amar sin desmembrarme hasta que murió).

A la memoria, al agujero de tierra oscura donde fui niña
suelen tragársela las hormigas peatoneras.
Siempre regreso a preguntarle:
¿hace cuánto que estoy viva?
¿estoy viva?
Seguro te dolió toda la vida no morirte a tiempo
deberías estar tranquilo;
un muerto siempre ha sido lo que ha querido:
un fantasma, una pesadilla, un epitafio,
una fila interminable de nostalgias,
el canto de un grillo que no nos deja dormir.
¿Hace cuánto que estoy viva?

A la oscuridad donde fui niña, siempre vuelvo.
A la nada en que escribiste la promesa de cuidarme.


La ausencia lo cambia todo,
el modo de sentarse frente a la mesa,
la luz de la lámpara que viene de noche,
el aliento y la memoria.
La ausencia enloda el reloj de arena
somos la misma imagen diciendo adiós inagotablemente,
y el corazón se vuelve una azotea
y la azotea un insomnio.
La casa isla sin presentimientos,
nos cambia de sitio la ternura y la extraviamos.
Lo cambia toda la ausencia,
enfurecidos prendemos fuego a las últimas flores de la esperanza,
a las letras que el amor guardó,
al cuerpo inasible arrullando vacío.
Todo lo cambia la ausencia,
esa pequeña eternidad donde ya nadie duerme, solo recuerda.


De La física de la orfandad


II

No sabes qué has muerto;
vienes cada octubre a repetir el silencio con tu grave mirada.

Es una pena que el polvo no tenga brazos, padre
que intentes regalarme estrellas de besos desdentados.
Acércate, mira mi vientre de niña;
aún se sienten tibios los restos de tu furia.
No he dado a luz porque crecí en lo oscuro;
porque aprendí a confundir el amor,
con el rasguño de los demonios nocturnos,
que esperan quietos el sueño de sus hijas para amanecer de nuevo.
Por cada cicatriz hay un columpio bailando solo;
un gato recién nacido en una bolsa de plástico,
un cementerio infante, la física de la orfandad,
esa pequeña eternidad donde ya nadie duerme solo recuerda.

De La invención del silencio



Denisse Buendía Castañeda (Estado Morelos, México, 1979). Comunicóloga. Ha llevado a cabo una intensa labor como activista social y productora de radio, colaboradora en medios escritos nacionales y locales como el diario la Jornada Morelos, la Revista Resiliencia. Actualmente trabaja en la Coordinación de Atención a Víctimas de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), en Cuernavaca. Participa en la sección de poesía “Lunámbula” en el programa de radio local “El txoro matutino” y como productora de “La voz de la tribu” en la radio universitaria del estado de Morelos. Publicó, entre otros títulos: Días Animales (2009), El Hallazgo de la memoria (2015) y Trisón -poemario a tres voces- con Kenia Cano y Ricardo Ariza. Ganadora del premio Estatal de la Juventud 2004 por su trabajo como activista, y mención Honorífica 2007 premio estatal de la Juventud. En 2016 le ha sido otorgado el Premio Nacional de Poesía Dolores Castro. Ilustración: Denisse Buendía Castañeda.
Selección de textos y nota: José Antonio Cedrón.

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