1968
¿INTELECTUAL? NO
Otra
cosa que no parecen comprender los otros es cuando dicen que soy una
intelectual y yo digo que no lo soy. De nuevo, no se trata de modestia y sí de
una realidad que ni de lejos me hiere. Ser intelectual es usar sobre todo la
inteligencia, lo que no hago: lo que uso es la intuición, el instinto. Ser
intelectual es también tener cultura, y yo soy tan mala lectora que, ahora ya
sin pudor, digo que no tengo realmente cultura. Ni siquiera leí las obras
importantes de la humanidad. Además de leer poco: sólo leí mucho, y leía
ávidamente lo que me cayera en las manos, entre los trece y los quince años de
edad. Después pasé a leer esporádicamente, sin orientación de nadie. Esto para
no confesar —y esto lo digo con algo de vergüenza— que durante años sólo leía
novelas policiales. Hoy en día, a pesar de tener muchas veces pereza para
escribir, llego de vez en cuando a tener más pereza para leer que para escribir.
Literata
tampoco soy porque no hice del hecho de escribir libros “una profesión” ni una
“carrera”. Los escribí recién cuando espontáneamente me surgieron, y sólo
cuando realmente quise. ¿Soy una aficionada?
¿Qué
soy entonces? Soy una persona que tiene un corazón que a veces se da cuenta,
soy una persona que quiso poner en palabras un mundo ininteligible y un mundo
impalpable. Sobre todo una persona cuyo corazón late de levísima alegría cuando
logra en una frase decir algo sobre la vida humana o animal.
¿CÓMO SE ESCRIBE?
Cuando
no estoy escribiendo, yo simplemente no sé cómo se escribe. Y si no sonara
infantil y falsa esta pregunta que es de las más sinceras, yo elegiría a un
amigo escritor y le preguntaría: ¿cómo se escribe?
Porque,
realmente, ¿cómo se escribe? ¿qué se dice? ¿cómo se dice? Y ¿cómo se empieza? Y
¿qué se hace con el papel en blanco que nos enfrenta tranquilo?
Sé
que la respuesta, por más que intrigue, es esta única: escribiendo. Soy la
persona que más se sorprende al escribir. Y todavía no me habitué a que me
llamen escritora. Porque, salvo las horas en que escribo, no sé en absoluto
escribir. ¿Será que escribir no es un oficio? ¿No hay aprendizaje, entonces?
¿Qué es? Sólo me consideraré escritora el día en que yo diga: sé cómo se escribe.
1969
¿QUIÉN ESCRIBIÓ ESTO?
Anduve
revolviendo papeles viejos y encontré una hoja donde estaban escritas, entre
comillas, algunas líneas en inglés. Lo cual quiere decir que yo copié las
líneas de tan bellas que me parecieron. Pero no estaba anotado el nombre del
escritor, algo imperdonable. Voy a intentar traducirlas y no sé si la
traducción conservará ese algo que tanto me afectó:
“Entonces
por un momento los dos se apagaron en la dulce oscuridad tan profunda que ellos
eran más oscuros que la oscuridad, por unos instantes ambos eran más oscuros
que los negros árboles, y después tan oscuro que, cuando ella intentó levantar
hacia él los ojos, sólo pudo ver las ondas salvajes del universo por sobre sus
hombros, y entonces ella dijo: ‘Sí, creo que yo también te amo’.”
LA PELIGROSA AVENTURA DE
ESCRIBIR
“Mis
intuiciones se vuelven más claras con el esfuerzo de trasladarlas a palabras.”
Esto escribí cierta vez. Pero está equivocado, pues, al escribir, pegoteada y
pegada, va la intuición. Es peligroso porque nunca se sabe qué ocurrirá —si se
es sincero. Puede venir el aviso de una destrucción, de una autodestrucción por
medio de palabras. Pueden venir recuerdos que jamás se habría querido vieran la
luz. El clima se puede volver apocalíptico. El corazón tiene que estar puro
para que se presente la intuición. Y ¿cuándo, mi Dios, se puede decir que el
corazón está puro? Porque es difícil reconocer la pureza: a veces en el amor
ilícito está toda la pureza en cuerpo y alma, no bendecido por un padre, sino bendecido
por el propio amor. Y todo esto puede llegar a verse —y haber visto es
irrevocable. No se juega con la intuición, no se juega con la escritura: la
caza puede herir mortalmente al cazador.
AMOR A LA TIERRA
Naranja
en la mesa. Bendito el árbol que te parió.
LIBERTAD
Con
una amiga llegamos a un punto tal de espontaneidad o libertad que a veces le
telefoneo y ella responde: no tengo ganas de hablar. Entonces yo le digo hasta
luego y hago otra cosa.
1970
LA COMUNICACIÓN MUDA
Lo
que nos salva de la soledad es la soledad de cada uno de los otros. A veces,
cuando dos personas están juntas, a pesar de estar hablando, lo que ellas
comunican silenciosamente una a la otra es el sentimiento de soledad.
ESCRIBIR
Escribir
para un diario no es imposible: es algo leve, tiene que ser leve, e incluso
superficial: el lector en relación al diario, no tiene ni ganas ni tiempo de
profundizar.
Pero
escribir lo que después será un libro exige a veces más fuerza de la que
aparentemente se tiene.
Sobre
todo cuando se tuvo que inventar el propio método de trabajo, como yo y muchos
otros. Cuando conscientemente, a los 13 años de edad, asumí mi deseo de
escribir —yo escribía cuando era niña, pero no había asumido un destino—,
cuando asumí mi deseo de escribir, me vi de pronto en un vacío. Y en ese vacío
no había quien me pudiera ayudar.
Yo
tenía que erguirme de una nada, tenía que entenderme, inventarme a mí misma,
por decirlo así, mi verdad. Empecé, y no era ni siquiera el comienzo. Los
papeles se juntaban uno con otro —el sentido se contradecía, la desesperación
de no poder era un obstáculo más para realmente no poder. La historia
interminable que entonces empecé a escribir (con mucha influencia de El lobo
estepario de Herman Hesse), qué pena no haberla conservado: la rompí,
despreciando todo un esfuerzo casi sobrehumano de aprendizaje, de
autoconocimiento. Y todo se hacía en secreto. No le contaba a nadie, vivía
aquel dolor sola. Una cosa ya adivinaba: era necesario intentar escribir
siempre, no esperar un momento mejor pues éste simplemente no llegaba. Escribir
siempre me costó, aunque hubiera partido de lo que se llama vocación. Vocación
no es lo mismo que talento. Se puede tener vocación y no tener talento, es
decir, se puede ser convocado y no saber cómo ir.
1971
Estoy
escribiendo con mucha facilidad, y con mucha fluidez. Hay que desconfiar de
eso.
*
Un
domingo a la tarde sola en casa me doblé en dos hacia delante —como con dolores
de parto— y vi que la niña en mí estaba muriendo. Nunca olvidaré ese domingo.
Para cicatrizar me llevó días. Y heme aquí. Dura, silenciosa y heroica. Sin
niña dentro de mí.
ESCRIBIR LOS SOBREENTENDIDOS
Entonces
escribir es el modo de quien tiene la palabra como cebo: la palabra pescando lo
que no es palabra. Cuando esa no-palabra —el sobreentendido— muerde el cebo,
alguna cosa se escribió. Una vez que se pescó el sobreentendido, se podría con
alivio lanzar la palabra afuera. Pero ahí termina la analogía: la no-palabra,
al morder el cebo, la incorporó. Lo que salva entonces es escribir distraídamente.
RECORDAR LO QUE NO EXISTIÓ
Escribir
es tantas veces recordar lo que nunca existió. ¿Cómo lograré saber lo que ni
siquiera sé? así: como si lo recordara. Con un esfuerzo de memoria, como si yo
nunca hubiera nacido. Nunca nací, nunca viví: pero recuerdo, y el recuerdo es
en carne viva.
1972
(…)
Querría
superarme en 1972 y caminar delante de mí misma. Sin dolor. O sólo con dolores
de parto que den un nacimiento de cosa nueva. También porque, al superarse, se
sale de sí y se cae en el “otro”. El otro es siempre muy importante.
El
verano está instalado en mi corazón.
Y
de todo —queda esta última frase que me vino aislada, suelta y sin explicarse.
¿Así somos nosotros? ¿Sin explicación?
Si
así somos, amén.
¿1972?
Amén.
Me
rehúso a ser un hecho consumado.
Por
ahora floto en la pereza. Adiós.
ESCRIBIR PARA EL DIARIO Y
ESCRIBIR LIBROS
Hemingway
y Camus fueron buenos periodistas, sin menoscabo de su literatura. Guardando
las debidísimas y significativas proporciones, era esto lo que ambicionaría
también para mí, si tuviera el aliento.
Pero
tengo miedo: escribir mucho y siempre puede corromper la palabra. Sería más
protector vender o fabricar zapatos: la palabra quedaría intacta. Lástima que
no sé hacer zapatos.
Un
periodista de Belo Horizonte me dijo que había constatado algo curioso: ciertas
personas encontraban mis libros difíciles y, sin embargo, perfectamente fácil
entenderme en el diario, aun cuando publico textos más complicados. Hay un
texto mío sobre el estado de gracia que, por el asunto mismo, no sería tan
comunicable y no obstante supe, para mi espanto, que fue a parar dentro de un
misal. ¡Qué cosa!
Le
respondí al periodista que la comprensión del lector depende mucho de su
actitud en el abordaje del texto, de su predisposición, de su ausencia de ideas
preconcebidas. Y el lector del diario, habituado a leer sin dificultad el
diario, está predispuesto a entenderlo todo. Y esto simplemente porque “el
diario se entiende”. No hay duda, sin embargo, de que yo valoro mucho más lo
que escribo en libros que lo que escribo para diarios —esto sin, no obstante,
dejar de escribir con gusto para el lector de diario y sin dejar de amarlo.
1973
UNAS PALABRITAS SOBRE TAXISTAS
¿Será
que una persona es taxista por vocación? A veces creo que sí, tan a gusto
generalmente se los ve. De pronto, en medio del silencio, me preguntan cuando
encienden un cigarrillo: ¿quiere fumar uno de los míos? Yo nunca me niego. ¡Y
cuántos hijos tienen los taxistas! Pero ellos dicen que el dinero alcanza. Y
cuántas preguntas indiscretas me hacen. Respondo casi todas. A veces estoy de
mal humor y no respondo ninguna. Lo más gracioso es que, con los taxistas, no
se dan conversaciones tontas. Todavía no entendí por qué. Se dan, a causa de mi
mano, muchas conversaciones sobre incendios. Por lo que veo, todos ya se
quemaron un poco, o por lo menos sus conocidos. Me dicen: duele mucho. Lo sé.
Por otra parte, después de que sufrí el incendio, cuánta gente encontré que se
había incendiado. Parece que es un hábito.
JAZMÍN
Después
volveré al mar, siempre vuelvo. Pero hablé de perfume. Me acordé del jazmín. El
jazmín pertenece a la noche. Y me mata lentamente. Lucho en contra, y desisto
porque siento que el perfume es más fuerte que yo, y muero. Al despertar, soy
una iniciada.
APENAS UNA BASURITA EN EL OJO
Y
de repente aquel dolor intolerable en el ojo izquierdo, el lagrimeo y el mundo
volviéndose turbio. Y tuerto: pues al cerrar un ojo, el otro automáticamente se
entrecierra. Cuatro veces en el transcurso de menos de un año un objeto extraño
agredió mi ojo izquierdo: dos veces basuritas no identificadas, una vez un
grano de arena, otra una pestaña. Las cuatro veces tuve que acudir a un
oftalmólogo de guardia. La última vez le pregunté al que cumple su vocación
cuidando por así decirlo de nuestra visión del mundo: ¿por qué siempre el ojo
izquierdo? ¿Es simple coincidencia?
Respondió
que no. Que por normal que sea la vista, uno de los ojos ve más que el otro y
que por eso es más sensible. Lo denominó ojo director. Y éste, por ser más
sensible, toma el cuerpo extraño, no lo expulsa.
Quiere
decir que el mejor ojo es aquel que al mismo tiempo es el más poderoso y el más
frágil, el que atrae problemas que, lejos de ser imaginarios, no podrían ser
más reales que el dolor insoportable de una basurita que hiere y araña una de
las partes más delicadas del cuerpo. Me quedé pensativa.
¿Será
que esto sucede sólo con los ojos? ¿Será que la persona que más ve, por lo
tanto la más potente, es la que más siente y sufre? Y la que más se desgarra
con dolores tan reales como una basurita en el ojo. Me quedé pensativa.
Pues,
como iba diciendo, me acordé del Año Nuevo, así, de pronto. Nos deseo un 1974
muy feliz a cada uno de nosotros.
En
Revelación de un mundo, crónicas
1968-1973 Journal do Brasil, Adriana Hidalgo, 2004. Traducción de Amalia Sato.
Clarice
Lispector (Ucrania, 10 de diciembre de 1920 -¿1925? – Brasil, 9 de diciembre de
1977). Foto: Jmp
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