UNA MARIPOSA
EN LA LÁMPARA
¿Quién
es un poeta?
¿El
que reparte el fuego,
el
domador,
el
niño de la calle?
Miremos
la luz:
agitada
por la mariposa
más
visible nos parece.
Su
congestión vivimos.
De
un poeta solo sabemos
que
muere si no arde.
LA
CACERIA
Pero
el ciervo alzó la cabeza
mientras
caía el bosque en la bala.
Y
más aún alzada,
la
cabeza asumió el equilibrio.
Extraña
duración en la que
todos
quisieron
retornar al frenesí
PUEBLO
Todo
lo inventa,
sobre
el agua del horizonte,
un
crepúsculo sostenido
por
cuatro cables.
EL ARROYO
Déjame
por la mañana,
entre
los ríos del sauce
y tu
silencio.
Déjame
donde una pequeña orilla
de
alegría
recuerde
tu instante,
entre
las barcas del cielo
y tu
silencio.
Déjame
donde termino de llamarte.
LA SEÑORA
ALICIA QUE ARREGLA ZAPATOS
La
señora Alicia que arregla zapatos
recibe
caminos de todos los días.
La
señora Alicia se llena de polvo.
¡Cuánta
compañía! ¡Cuánta compañía!
La
señora Alicia parece feliz.
Cada
taco roto le presta barrancas.
Cada
tachuelita le recuerda un trébol.
La
señora Alicia parece feliz.
Desde
su pupitre sonríe a las muecas
que
en el suelo ensayan los mimos del pie.
Como
no hay ventanas, muchas veces canta.
El
betún y el cuero le sirven de coro.
Vuela
la canción, mientras abajo, cerca,
la
señora Alicia se llena de polvo.
MI MADRE
ADVIERTE LA GIBA DE PLATA
Madre,
te has quedado sola...
y
sé que te comprendo,
pues
en estos días
ya
alcancé tu edad.
No
puedo decirte qué me pasa.
¿Viste?
Se nos muere todo.
Los
astros se apagan en la noche
y
la mañana pesa siempre más.
Si
cierro la puerta de mi cuarto
no
te aíslo, al contrario...
en
estos días, como un gran recuerdo,
te
quiero abrazar.
Ayer,
por ejemplo, y era ya muy tarde,
mientras
escribía,
retóricamente
te pregunté al fin:
¿qué
auxilio hay para los tristes?
Y
apenas murmuraste:
papá
no volverá....
AL PEZ DE UNA
PECERA
Por
la irisada cuenca de tu vidrio
giras y giras la obsesión ceñida
del artificio glauco a que te obligan.
Un gajo de satén en tu ropaje.
Y el agua breve, la hierba desteñida
y unas piedras que siempre reconocen
el muelle de la casa y la memoria
de
ultramarina bóveda incesante.
Te permiten así pez de pecera
y aún si juegas mal, no te despliegan.
Y sin embargo, mientras todo duerme
y unas pocas algas trae la luna
y mueven blandos buques las cortinas,
el mar que no posees te sustenta.
CON LOS PIES
NOS VAMOS
No
quiero que me levanten los pies para morirme.
Que me alcen las manos, eso sí,
hasta la desembocadura de los astros.
Pero no quiero que me levanten los pies para morirme.
Con las manos hacemos la ternura y la nostalgia,
Con los pies nos vamos.
Y cuando me vaya,
quiero ser toda mi despedida.
Porque
estoy traspasado de materia,
de materia inflamable y aleatoria
que no me deja en paz, que me persigue
y que no quiero olvidar cuando me vaya.
Las
cosas están altas y en la altura se arrastran.
Todas las cosas son, se me parecen:
el sueño intestinal del ave,
la orquídea en el vientre de los muertos.
Debo irme con ellas,
transportadas por esta permanencia.
Tan grande es el dolor de nuestra marcha,
tan grande y tan amigo,
que no quiero que me levanten los pies para morirme.
Quiero ser todo el que fui cuando me vaya.
De
las antologías de poesía argentina: Antología de la Poesía Argentina (Ediciones
Librerías Fausto, Tomo II, 1919-1930, 1979); Generación Poética del 50
(Ediciones Culturales Argentinas, Ministerio de Cultura y Educación, 1974); Los
Nuevos (CEAL, 1968) y La Poesía del cincuenta (CEAL, 1981).
Héctor
Miguel Ángeli (Buenos Aires, 1930 - 12 de abril de 2018). Foto: Jmp