EN EL PAÍS DE
LOS MONSTRUOS
Se
trata de llevar hasta el fin –manotazos de ahogado de por medio- cierto orden,
esencial para uno, cuya predicación a los demás está excluida de antemano.
Mejor
aún: la contemplación edificante de un orden inventado y sostenido por uno.
Un
orden brillante, que mantiene a la muerte en el interior de nuestra casa pero a
su imagen más allá del horizonte.
Un
orden hecho con el mundo y en el que Dios puede entrar o no entrar sin que ello
se advierta.
Un
orden que la razón, fuera de su lugar, deseca, y en su lugar perfecciona.
Esencial
para uno, es decir, núbil para uno y mortal para uno.
Para
los otros, el silencio y la palabra.
Irrumpir
en los otros para depositar nuestro huevo de abismo y de tristeza, he aquí el
mal, el mal que borra el bello rostro de tantos.
Partir
el pan que crece con el universo. El pan que cuece en la misma llama que el
poema.
El
agua se endulza para recibir el cuerpo que la sostiene.
El
cuerpo que es agua dulce, extasiada, bendita.
Actuar
allí donde la acción concreta es posible. No avergonzarse de las apariencias
reducidas del campo. (El sentido de la realidad es el de los límites. Un solo
ilimitado: el amor).
No
estar es acceder, sin hambre y sin dolor, a ser reflejo, a ver reflejos.
Cazar
al menos, en el abismo, una liana de conciencia.
Un
orden esencial para uno, de cara al fuego que seremos, a la nieve que seremos.
El
árbol: no soy puro, yo soy empecinado.
No
es desdeñable un toro enfurecido bajo el sol.
En
el país de los monstruos, también hay posibilidades.
1960
En
Señales de vida (poemas 1949-1961), La razón Ardiente, Argentina, 1962. Foto:
Jmp
Raúl
Gustavo Aguirre (Buenos Aires, 2 de enero de 1927 – 18 de enero de 1983).
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