LA ÚLTIMA VEZ QUE VI A RICHARD
La
última vez que vi a Richard fue en Detroit, en el 68
y me
dijo que todos los románticos terminan de la misma manera:
cínicos,
borrachos y aburriendo a alguien en algún oscuro café.
Vos te
reís, me dijo, creés que soy inmune;
andá y
miráte los ojos al espejo: están llenos de lunas.
Te
gustan las rosas y los besos y los hombres lindos
que te
digan esas lindas, lindas mentiras.
Sólo
mentiras lindas, tan sólo lindas mentiras.
Él
metió una moneda en el Wurlitzer,
apretó
tres botones y el aparato empezó a sonar
y en
eso vino una mota de moño y medias caladas y dijo:
Terminen
sus tragos, es hora de cerrar.
Richard,
no has cambiado, dije.
Lo que
pasa es que estás romantizando
algún
dolor que tenés en tu cabeza.
Tenés
tumbas en tus ojos, pero las canciones
que
criticás cuentan sueños.
Escuchá:
¡hablan de un amor tan dulce!
¿Cuándo
vas a reanimarte?
¡El
amor puede ser tan dulce, tan dulce!.
Richard
se casó con una patinadora famosa,
le
compró un lavaplatos y un colador de café
y
ahora bebe en casa la mayoría de las noches,
mirando
la tele y con todas las luces de la casa
encendidas,
brillantes.
Yo
voy a apagar ésta condenada vela,
no
quiero que nadie se acerque a mi mesa,
no
tengo nada que hablar con nadie,
todos
los grandes soñadores pasan por aquí
alguna
vez,
escondiéndose
tras las botellas en oscuros cafés,
oscuros
cafés,
sólo
un refugio oscuro antes de que me salgan alas
y
vuele hacia lo lejos,
sólo
una etapa, estos días de cafés oscuros.
Roberta
Joan Mitchell (Canadá, 7 de noviembre de 1943). Foto: Jmp.
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