LA CAJA
Cada
que suena la caja
de
alguna poema me olvido.
Cancionero Popular de Salta
La nombro
porque a la noche le pone redondos pechos musicales
mientras
maduran los dulces y amargos frutos del verano.
El canto
aún está mojando sus raíces en la alegría que lo riega
y el
vino no ha crecido todavía
hasta
dejar mis ojos indefinidos y lentos.
Pero sé
que tiene que llegar de lejos, de bien lejos, sobre su cuero tenso
como
la piel de la mujer que amamos desde todas las tardes de la vida.
Entonces,
yo
tendré que tragarme todos los caminos por los ojos y por la boca
y
transitarlos con los miedos de mis abuelos en los oídos.
Será cuando
su corazón golpee mi sueño
que
mira hace milenios el más oscuro fondo de los sapos.
Yo sé
que ella venía con mis bisabuelos
por
entre desgarrados quebrachales
y que
era la única alegría de su vejez de siembras frustradas y chamuscadas.
Que el
sol de Santiago del estero
le
estiraba los cueros hasta hacerlos dar música
y que
esa música era tan triste como los ojos de mi gente.
Sí, yo
sé que siempre llegaba un visitante
y le
rociaba aloja para que su voz fuera menos ronca
pero
que nunca dejaba de ser aguardentosa.
En ese
tiempo las algarrobas endulzaban una niñez de chañares
y el
mistol llenaba las siestas polvorientas
entre
las breas sonámbulas y ternas.
Algunas
veces quedaba tragando tierra en la penumbra espesa
hasta
que la alzaba un grito y se iba hasta las farras
sonora
y por el aire con el sombrero negro del jinete.
Eso era
antes, cuando vivían mis abuelos.
(Todavía
me viene de ellos una alegría que me hace emborrachar).
Ahora está
creciendo entre mis manos su temporal de golpes,
soñolienta
de bailes agotados y marchitada albahaca.
Mis ojos
no han visto aún el cascabel de víbora que le canta de adentro
pero
veo que llega por el yuchán reseco que la abraza y la ciñe,
una
mañana dorada junto al Teuco
cuando
un indio le partía el corazón al árbol
donde
dormían todos los ríos de esta tierra.
Yo sé
que en el más hondo pozo duermen mis muertos
y que
están allí
los
huesos sencillos de los caballos que les pertenecieron.
Yo sé
que aún la lloran los remolinos cuando queda quieta,
que
anda soliviando ayes en los enamorados
y que
tapa las muertes para que escapen los cuchillos,
y que
cuando levanta los angelitos al cielo
ella
es la única que les llora
cuando
todos se han ido doblados de tristeza y de vino.
Entonces
es cuando comprendo que mi pena
tiene
la forma de una copla que se cae.
LA POMEÑA
(Zamba)
Eulogia
Tapia en La Poma
al aire da su ternura,
si pasa sobre la arena
iba pisando la luna.
El trigo que va cortando
madura por su cintura,
mirando flores de alfalfa
sus ojos negros se azulan.
El sauce de tu casa
te está llorando,
porque te roban Eulogia
carnavaleando.
La cara se le enharina
la sombra se le enarena,
cantando y desencantando
se le entreveran las penas.
Viene en un caballo blanco
la caja en sus manos tiembla
y cuando se hunde en la noche
es una dalia morena.
al aire da su ternura,
si pasa sobre la arena
iba pisando la luna.
El trigo que va cortando
madura por su cintura,
mirando flores de alfalfa
sus ojos negros se azulan.
El sauce de tu casa
te está llorando,
porque te roban Eulogia
carnavaleando.
La cara se le enharina
la sombra se le enarena,
cantando y desencantando
se le entreveran las penas.
Viene en un caballo blanco
la caja en sus manos tiembla
y cuando se hunde en la noche
es una dalia morena.
“La
Pomeña”: Música de Gustavo Cuchi Leguizamón.
“La
caja”, en: Poemas. Antología, CEAL, 1981. De: La tierra de uno, 1951.
Manuel José Castilla (Salta, 14 de agosto de 1918 – 19 de julio de 1980). Foto: Jmp
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