EL REGRESO
¿Qué trae el padre
de su largo recorrido por los campos
amplios y planos
como pasillos de hospitales donde él,
médico viejo y
cansado, pasea su mirada pacífica, experta,
sobre todas las
cosas del mundo como si fueran suyas,
las hubiera tenido
en la mano tanto tiempo
que conociera sus
exactas concavidades y accidentes?
No hay nada nuevo
para él, ¿pero y nosotros?
¿Preguntándonos el
cómo y el porqué, desasidos como estrellas fugaces
de la generosa
custodia del cielo, nosotros cómo hacemos
para mirar las
cosas sin angustia, sin que nos sobre o nos falte
siempre algo: una
medida quizás, cuya ausencia hace imposible
caminar sin
tropezarse a cada paso?
¿Que mirada flechó
de la muerte en sus ojos, qué amor
hizo descender
sobre él para después dejarlo ir,
pájaro rapaz que de
un momento a otro se volvió compasivo
y desechó los
restos que le eran ofrecidos,
con la magnanimidad
de quien ya fue llenado, está completo?
¿Pero y nosotros, a
quienes esos restos cubrirían los huesos?
No podemos pedir,
ya está perdido
lo que quedaba, lo
que había de más.
¿Madre, por qué no
dejarme salir a los caminos, entonces?
Si no hay nada que
él traiga en los brazos, ¿por qué no dejarme
ir yo misma a
buscar, si ese regalo que él esconde
cuidadosamente bajo
la cama es una caja vacía?
¿Qué va a ser de
nosotros ahora,
si es y siempre fue
mentira que de los baúles sacaba
objetos
maravillosos, que podía enseñarte a pescar peces
de aletas
brillantes como una moneda al sol?
¿Si también es
mentira que con sólo raspar un carboncito
contra su pecho
creaba el fuego que iluminaba
la superficie curva
de la tierra, la geometría perfecta de la casa,
o que a nuestros cuerpos
pequeños, con sólo mirarlos,
los volvía
exuberantes como si fueran plantas parásitas colmadas
por la savia de
otra planta? Dame la libertad, entonces
soltáme esta
atadura que no ata a nada,
que yo de todos
modos ya lo sé: hay un cielo
como hay una
tierra, hay un desorden que, extrañamente, nos cuida,
hay quien desata la
peste y a veces hay cura, hay mañanas
donde vamos a ser
niños una vez, una vez sola, para poder
ir tomados de la
mano de él, de él que es esa tela secándose al sol
los días de buen
clima, ropa dejada por un muerto, no me mientas,
no hubo padre ni
habrá.
En “Plebella”,
Revista de Poesía Actual, número 9, diciembre 2006 – marzo 2007. Editor
responsable: Romina E. Freschi.
Claudia Masin
(Resistencia, Chaco, 13 de mayo de 1972). Reside en Buenos Aires desde 1990. Foto:
CM en FB.
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