VISITA
A Edgar Bayley, Francisco Madariaga, Antonio Aliberti, Gianni Siccardi,
Joaquín Giannuzzi, Enrique Puccia, Enrique Molina,
Alberto Vanasco y Celia Gourinski.
Anoche visité amigos muertos.
Descansan, quién diría, todo su
no-tiempo en
jardines cuyos ramos cobijan
poemas y
citrus de ignota acidez
Los descubrí trajeados y alegres, tanto
que me hallé confesando: -No
hubiera jamás creído
Edgar, Francisco, Antonio,
jamás pensé
Gianni, Joaquín, Enrique,
Alberto,
Celia,
hallarlos tan contentos como si
fuese un suspirito vuestro transcurrir.
Conversamos sobre bares y dragones
y amores frutecidos
en sórdidos hoteles y en parques con dedos
de niebla
Mateando, sonreídos
me despidieron
con un fulgor que no olvidaré
Se escondía en sus miradas el color
de
una verdad.
Y había en sus labios
una revelación.
ELLA, LA QUE MURIÓ
Ella la que murió,
quiso brindarme hoy el blanco té del
quiso brindarme hoy el blanco té del
atardecer
Llegó
con sonrisa y la usual falda azul
Abriole padre la puerta el distante saludo
ellos los remotos ocupan el brocal el
no aire allí donde pesan sus cuerpos
faltantes
Abriole padre la puerta el distante saludo
ellos los remotos ocupan el brocal el
no aire allí donde pesan sus cuerpos
faltantes
Ella la no viviente
sonríe vivísima y feliz
las manos únense al libar el azúcar
sin carnadura la blusa infla el ala
los soleados senos un rayo
sonríe vivísima y feliz
las manos únense al libar el azúcar
sin carnadura la blusa infla el ala
los soleados senos un rayo
solar
en el
ventanal
ventanal
Volaba
el alborear de la memoria
el verano su amor oloroso
el sin tiempo meciendo su barca
el verano su amor oloroso
el sin tiempo meciendo su barca
Ella
la que no está
aquí estuvo y está
en el trasmundo donde sonrío
y bebo el blanco té
aquí estuvo y está
en el trasmundo donde sonrío
y bebo el blanco té
Padre
háblale (el triste)
yo los miro y sonrío
yo los miro y sonrío
Yo
el
para siempre ausente
en esta escena
en esta escena
EL MORIR SIEMPRE OCÚRRELE A
LOS OTROS
Cuerpos,
rostros, voces
a los otros córtanles el hilo
el póstumo suero solitario
a los otros córtanles el hilo
el póstumo suero solitario
El
universo la iletrada magia esférica
baila con el otro atroz saltimbanqui
El otro es invitado a tu tertulia
son los otros los que ofician el amor
baila con el otro atroz saltimbanqui
El otro es invitado a tu tertulia
son los otros los que ofician el amor
los
otros en el sexo de tu hembra
los
otros en tu sábana mismísima
PREGÚNTENLE AL VIENTO
El 23 de julio de 2009, Bob
Dylan fue demorado e interrogado largamente por la policía cuando caminaba por
una ciudad de Nueva Jersey, tras la denuncia de un vecino según la cual “un
anciano de aspecto excéntrico” merodeaba observando las casas Los agentes
admitieron no conocer al músico ni su obra
Bob
vagabundeaba amatista esa tarde, el saxofon
de
la Vejez le cacheteaba
nubesfrutos atados a su
cinto
desde el cual la agua con trasatlánticos de
ilusión,
la
agua
que sorbía su insaciada sed y sin
embargo
aquel ordenado Caballero de las Letras y
las
Artes, aquel Premio Príncipe
de
Asturias, y Pulitzer y por si
no
bastara candidato al Nobel,
anciano
excéntrico con gorro quechua y errático
mirar,
fue toscamente demorado por dos rubios
policemen
de
veinticuatro rubios años, y Bob no
encendió
su cetro de guardián
del
dios del fuego. No
lo
encendió, aquella tarde,
en
la lluvia.
Apenas
si dijo “soy Dylan, Bob,
y
si ustedes no
lo
creen
pregúntenle
al viento”.
Así
fue: Bob Dylan se ciñó a mirarlos con
infinita
sabiduría húmeda y
preguntó:
“¿Cuántos
mares tiene que surcar
la paloma blanca
antes de poder descansar en la arena?
la paloma blanca
antes de poder descansar en la arena?
Si
no lo saben, pregúntenle al viento
La
respuesta, tontos, dijo,
está
soplando en el viento.”
Sólo
eso, les juro, ocurrió aquella tarde.
Pero
alcanzó a alterar el ciclo de los astros
Y
un pez azul saltó sobre la luna
cuando
Bob Dylan con llameantes
pupilas
disparó:
“¿Cuántos
caminos tiene que caminar un
hombre
antes
de que le llaméis hombre?”
Y
enseguida cantó, alzándose en un ala:
“Si
tienen dudas, pregúntenle al Viento.
“La
respuesta”, les dijo, y
sonrió,
“está
soplando
desde
siempre
en
el Viento”.
GUERREROS DE LA NADA
No los veíamos, a esos perros gemidores
Del inframundo, esos xolotlzcuintles cuyas heridas
Sanaban con sólo humedecerlas
No los veíamos mas allí estaban, dentro
De nosotros, caminando con nuestros pasos,
Sangrando nuestra sangre con aroma de inciensos
¿nos guiaban acaso al infierno, a un cielo del revés,
A nuestros huesos descarnados, a nuestra desmemoria?
Eran calientes, su cuero sin pelos nos encendía el
corazón
Ahora, aquí abajo velan nuestras armas, quieren
despertarnos
Para acudir donde Xólotl, el guardián de esta rara
comarca
Pero sólo deseamos descansar, hemos sufrido demasiado
No nos platiquen ya de mujeres de muslos de lino
No nos recuerden el Sol cuyo carro rueda en la alta
esfera
Nadie de aquí nos moverá. A nosotros, los guerreros de
la nada.
Es
mucho (aunque no suficiente) el material recibido a lo largo de todos estos
últimos años del querido poeta que hace unas horas nos dejó físicamente. Gracias,
Jariel, por todo lo bueno, gracias.
Jorge Ariel Madrazo (Buenos Aires, 26 de agosto de 1931
– 21 de marzo de 2016). Foto: en City Bell, circa 2009, de izquierda a derecha:
Néstor Mux, Andrea Ocampo, Sebastián Riestra, Jorge Ariel Madrazo, José María
Pallaoro y Bigote Acosta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario