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martes, 22 de marzo de 2016

Jorge Ariel Madrazo, Algunos poemas recibidos


VISITA

A Edgar Bayley, Francisco Madariaga, Antonio Aliberti, Gianni Siccardi,
Joaquín Giannuzzi, Enrique Puccia, Enrique Molina,
Alberto Vanasco y Celia Gourinski.

Anoche visité amigos muertos.
Descansan, quién diría, todo su
no-tiempo en
jardines cuyos ramos cobijan
poemas y
citrus de ignota acidez

Los descubrí trajeados y alegres, tanto
que me hallé confesando: -No
hubiera jamás creído
Edgar, Francisco, Antonio,
jamás pensé
Gianni, Joaquín, Enrique,

Alberto,

Celia,

hallarlos tan contentos como si
fuese un suspirito vuestro transcurrir.

Conversamos sobre bares y dragones
y amores frutecidos
en sórdidos hoteles y en parques con dedos
de niebla

Mateando, sonreídos
me despidieron
con un fulgor que no olvidaré

Se escondía en sus miradas el color
                                      de una verdad.
Y había en sus labios
una revelación.


ELLA, LA QUE MURIÓ

Ella   la que murió,
quiso brindarme hoy el blanco té del
atardecer

Llegó con sonrisa y la usual falda azul
Abriole padre la puerta    el distante saludo
ellos los remotos ocupan el brocal    el
no aire    allí donde pesan sus cuerpos
faltantes

Ella   la no viviente
sonríe vivísima y feliz
las manos únense al libar el azúcar
sin carnadura   la blusa infla el ala
los soleados senos    un rayo

solar en el
ventanal

Volaba el alborear de la memoria
el verano      su amor oloroso
el sin tiempo meciendo su barca

Ella        la que no está
aquí estuvo y está
en el trasmundo donde sonrío
y bebo el blanco té

Padre háblale   (el triste)
yo los miro y sonrío

Yo             

el para siempre ausente
en esta escena


EL MORIR SIEMPRE OCÚRRELE A LOS  OTROS

Cuerpos, rostros, voces
a los otros córtanles el hilo
el póstumo suero solitario

El universo     la iletrada magia esférica
baila con el otro     atroz saltimbanqui
El otro es invitado a tu tertulia
son los otros los que ofician el amor

los otros en el sexo de tu hembra

los otros en tu sábana mismísima


PREGÚNTENLE AL VIENTO

El 23 de julio de 2009, Bob Dylan fue demorado e interrogado largamente por la policía cuando caminaba por una ciudad de Nueva Jersey, tras la denuncia de un vecino según la cual “un anciano de aspecto excéntrico” merodeaba observando las casas Los agentes admitieron no conocer al músico ni su obra

Bob vagabundeaba amatista esa tarde, el saxofon
de la Vejez le cacheteaba nubesfrutos atados a su
cinto desde el cual la agua con trasatlánticos de
ilusión, la
agua que sorbía su insaciada sed y sin
embargo aquel ordenado Caballero de las Letras y
las Artes, aquel Premio Príncipe
de Asturias, y Pulitzer y por si
no bastara candidato al Nobel,
anciano excéntrico con gorro quechua y errático
mirar, fue toscamente demorado por dos rubios
policemen
de veinticuatro rubios años, y Bob no
encendió su cetro de guardián
del dios del fuego. No
lo encendió, aquella tarde,
en la lluvia.
Apenas si dijo “soy Dylan, Bob,
y si ustedes no
lo creen
pregúntenle al viento”.

Así fue: Bob Dylan se ciñó a mirarlos con
infinita sabiduría húmeda y
preguntó:
“¿Cuántos mares tiene que surcar
la paloma blanca
antes de poder descansar en la arena?
Si no lo saben, pregúntenle al viento
La respuesta, tontos, dijo,
está soplando en el viento.”

Sólo eso, les juro, ocurrió aquella tarde.
Pero alcanzó a alterar el ciclo de los astros
Y un pez azul saltó sobre la luna
cuando Bob Dylan con llameantes
pupilas disparó:
“¿Cuántos caminos tiene que caminar un
hombre
antes de que le llaméis hombre?”
Y enseguida cantó, alzándose en un ala:
“Si tienen dudas, pregúntenle al Viento.
“La respuesta”, les dijo, y
sonrió,
“está soplando
desde siempre
en el Viento”.


GUERREROS DE LA NADA

No los veíamos, a esos perros gemidores
Del inframundo, esos xolotlzcuintles cuyas heridas
Sanaban con sólo humedecerlas

No los veíamos mas allí estaban, dentro
De nosotros, caminando con nuestros pasos,
Sangrando nuestra sangre con aroma de inciensos

¿nos guiaban acaso al infierno, a un cielo del revés,
A nuestros huesos descarnados, a nuestra desmemoria?
Eran calientes, su cuero sin pelos nos encendía el corazón

Ahora, aquí abajo velan nuestras armas, quieren despertarnos
Para acudir donde Xólotl, el guardián de esta rara comarca
Pero sólo deseamos descansar, hemos sufrido demasiado

No nos platiquen ya de mujeres de muslos de lino
No nos recuerden el Sol cuyo carro rueda en la alta esfera
Nadie de aquí nos moverá. A nosotros, los guerreros de la nada.


Es mucho (aunque no suficiente) el material recibido a lo largo de todos estos últimos años del querido poeta que hace unas horas nos dejó físicamente. Gracias, Jariel, por todo lo bueno, gracias.
Jorge Ariel Madrazo (Buenos Aires, 26 de agosto de 1931 – 21 de marzo de 2016). Foto: en City Bell, circa 2009, de izquierda a derecha: Néstor Mux, Andrea Ocampo, Sebastián Riestra, Jorge Ariel Madrazo, José María Pallaoro y Bigote Acosta.

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