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martes, 20 de octubre de 2015

Arthur Rimbaud, Es necesario ser absolutamente moderno


ADIÓS

     ¡El otoño ya! — Pero por qué añorar un sol eterno, si estamos empeñados en el descubrimiento de la claridad divina — lejos de las gentes que mueren a lo largo de las estaciones.
     El otoño. Nuestra barca erguida en las brumas inmóviles vira hacia el puerto de la miseria, la ciudad enorme bajo el cielo manchado de fuego y de lodo. ¡Ah!, ¡los harapos podridos, el pan mojado por la lluvia, la embriaguez, los mil amores que me crucificaron! ¡Jamás terminará por  lo tanto esta vampiro reina de millones de almas y de cuerpos muertos y que serán juzgados! Vuelvo a mirar mi piel roída por la suciedad y la peste, los cabellos y las axilas llenos de gusanos y gusanos más grandes todavía en el corazón, disperso entre los desconocidos sin edad, sin sentimiento... Hubiera podido morirme de eso... ¡Horrorosa evocación! Execro la miseria.
     ¡Y temo el invierno porque es la estación del confort!

     — A veces veo en el cielo playas sin fin, cubiertas de blancas naciones jubilosas. Un gran navío de oro, por encima de mí, agita sus banderas multicolores bajo las brisas de la mañana. Yo creé todas las fiestas, todos los triunfos todos los dramas. Traté de inventar flores nuevas, nuevos astros, nuevas carnes, nuevos idiomas. Creí adquirir poderes sobrenaturales. ¡Y bien!, ¡debo enterrar mi imaginación y mis recuerdos! ¡Una hermosa gloria de artista y de narrador perdida!

     ¡Yo!, ¡yo que me llamé mago o ángel, dispensado de toda moral, soy devuelto a la tierra, con un deber que buscar y la realidad rugosa por abarcar! ¡Rústico!
     ¿Me engaño? ¿La caridad será para mí hermana de la muerte?
     En fin, pediré perdón por haberme sustentado de mentiras. Y sigamos.

     ¡Pero ni una mano amiga! ¿Y dónde encontrar ayuda?

*

     Sí, la hora nueva es por lo menos muy severa.
     Porque puedo decir que la victoria me ha sido dada: el rechinar de dientes, los silbidos de fuego, los suspiros pestilentes se moderan. Todos los recuerdos inmundos se borran. Mis últimas añoranzas se esfuman —celos de los mendigos, de los bandoleros, los amigos de la muerte, los retrasados de toda laya—. Condenados, ¡si yo me vengase!
     Es necesario ser absolutamente moderno.
     Nada de cánticos: mantener el terreno ganado. ¡Dura noche! La sangre sea humana sobre mi rostro, ¡y detrás de mí sólo tengo este horrible arbolito!... El combate espiritual es tan brutal como la batalla de los hombres, pero la visión de la justicia es únicamente el placer de Dios.
     Mientras tanto, es la víspera. Recibimos todos los influjos de vigor y de real ternura. Y en la aurora, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades.

     ¡Qué hablaba yo de mano amiga! Una buena ventaja es poder reírse de los viejos amores engañosos, y cubrir de vergüenza esas parejas mentirosas —vi el infierno de las mujeres allá—; y me será posible poseer la verdad en un alma y un cuerpo.

Abril – agosto de 1873.


De: “Una temporada en el infierno”, 1873. En: “Iluminaciones. / Una temporada en el infierno”, CEAL, 1969.
Versión de Raúl Gustavo Aguirre (Buenos Aires, 2 de enero de 1927 – 18 de enero de 1983).
Arthur Rimbaud (Francia, 20 de octubre de 1854 –  10 de noviembre de 1891).

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