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lunes, 26 de enero de 2015

Raúl O. Artola, Un maestro me cuenta cómo averigua quiénes serán sus discípulos


INDICIOS


Una mala decisión tomada a tiempo es más beneficiosa que una buena decisión a destiempo. Pruebas al canto: 1. Casarse joven y morirse joven. 2. Ser burgués de cuna y dejar de escribir en la vejez. 3. Seguir la moda cuando rige y matar al padre cuando ya está enterrado.

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Lo que no se puede explicar no necesita razones. Sólo resiste la formulación poética, que no siempre se compone con palabras. También los silencios, el vacío, dan cuenta del misterio.

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Hay que tener voluntad, decía mi madre. No, mamá, le contestaba yo, hay que tener convicción. Y me mandaba a los maíces del castigo. Había aprendido todo de afuera mi madre. No conocía el sabor de la pepita. Le habían hecho perderse lo mejor. En cambio, yo había aprendido todo afuera de mi madre. Cuando se hizo vieja contaba monedas de ingenuidad, vivía perdida y sonriente. No podía olvidarse de los maíces del castigo.

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En la literatura, como en la vida, el que se siente sorprendido es porque no estuvo atento a los indicios.

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Cada noche, al dormir, nos preparamos para el oficio mayor, el que necesita más entrenamiento.

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Repaso fotos viejas que aún me representan. Han cambiado muchas cosas, el tiempo hizo su trabajo sin indultos ni crueldad. Al rato reconozco todas las camisas que conservo en distintos grados de buen uso. Y la sonrisa ese lazo tendido entre labios y mirada creo que también anda por allí en cajones del ropero al abrigo del invierno de los otros.

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Un maestro me cuenta cómo averigua quiénes serán sus discípulos. Pregunta a sus aspirantes: ¿para qué sirve la puerta de tu casa? ¿Para entrar o para salir? Los débiles de espíritu dice el maestro se dejan fascinar por el falso dilema y optan por una de las dos. Los prácticos y sensatos responden rápido y sin dudar: para las dos cosas. Hay una clase de inscriptos que se deliran con posibilidades insólitas: para esconderse, para saludar a la lluvia, para recibir al cartero y vulgaridades parecidas. Una minoría contesta: para pasar. Ellos son los interesantes, afirma el maestro, con ellos me gusta trabajar.

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Cuando estoy con ella soy feliz pero no sé quién soy. Me asusto y la abandono. Entonces vuelvo a saber quién soy. Un infeliz, bien logrado.

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Mi especialidad es la estafa. No podría vivir sin ella. Y no es necesario organizarse, tener planes ni ser astuto. Alcanza salir al mundo con la cara de todos los días. Siempre aparecerá alguien dispuesto a darnos el gusto.

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El funambulismo es arte de poetas. Caerse de un tobogán o de un par de palabras es un fracaso estético. El poeta, como los gatos, hace una pirueta en el aire y eterniza el instante.

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Las fuerzas de la naturaleza suceden. Las obras de arte también, dice Borges que dijo Whistler. Algunas personas también suceden. Y a su paso hay quienes se asombran, se santiguan, se indignan, agradecen, se arrodillan, sonríen y hasta claman por ayuda. O se enamoran aunque no sepan cómo se hace.

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La poesía es un toro de lidia en el ruedo, solo, vestido con su traje de luces.



ENSAYO GENERAL


Durante cinco años cerré las puertas y ventanas de mi casa. Entre persianas y vidrios se acumularon cartas, facturas impagas, diarios y folletos, hojas secas, arañuelas y polvo impalpable, condones, tapitas de cerveza y hasta un gorrión muerto, entre otros regalos del tiempo. El día que abrí el ventanal escuché una canción olvidada, la luz entró crujiendo sobre los muebles, el aire se abrió paso entre vaharadas de niebla, las moscas retrocedieron arrepentidas de su intento y unos pibes se pararon a mirar y comentaban por lo bajo. Me quedé un rato observando el panorama con mis viejos anteojos para sol. De pronto cruzó frente a la ventana una muchacha de buen andar. Me acordé enseguida de mi profesor de biología, de pistilos y gametos, la división cariocinética, cigotos y blástulas, hasta que perdí la visión de esa grupa y su trote. Después me cambié el piyama húmedo y salí a comprar queso, salamín, maníes y una botella de fernet.

(a la memoria de Mario Levrero)

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El ensayo general ha sido un fiasco. Nadie sale conforme. El que estalla, porque las esquirlas se clavan en su propio cuerpo. La hetaira, porque pierde un chulo que le toleraba los amantes fijos. Los ángeles caídos porque fueron tomados por arlequines sin gracia, objetos de la compulsión. El director esperaba más de la escena, una perversión creíble, no la mascarada de pasos calculados, con red y sin artistas.

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El viejo escribe en su nikki las impresiones del día. Su amiga en Obaru se ha roto una pierna y el hijo la ayuda como puede. El viejo quema unas hojas en el jardín agrega flores secas de cerezo y ruega para que su ofrenda llegue hasta Obaru. Las nubes parpadean cuando sube el humo perfumado. El viejo entiende que su amiga ha recibido la intención.

(a Yolanda I. Garrafa)



En Registros de hora prima, Ediciones La Carta de Oliver, 2014.
Selección de textos: Jmp.
Raúl O. Artola (Las Flores, Provincia de Buenos Aires, 5 de diciembre de 1947).
Desde 1975 reside en Viedma, Provincia de Río Negro.
Foto: Alicia B. Pastore: José Ma. Pallaoro, Raúl Artola, 
Norma Etcheverry (que presentaba su nuevo libro) y Sandra Cornejo.

Presentación en La Plata de Registros de hora prima, 12 de diciembre de 2014. 

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