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miércoles, 10 de diciembre de 2014

Alfredo Veiravé, Aún cae la lluvia sobre un nido de perdiz y los noticieros se ocupan del deporte

 


ALICIA EN EL PAÍS DE LO NO VISTO O LA NIEVE DEL VERANO

No empezaré este poema narrativo-descriptivo dibujando a las palomas
que iban y venían sobre nuestras cabezas, porque inevitablemente ellas
locas de entusiasmo estaban fuera de foco esa mañana girando / alrededor de la Torre de Babel.


1

En verdad fue objetivamente quizás
la abeja de oro de la luz que envolvía nuestra frente numerosa
la que nos hacía cantar
estribillos de fuerza incontenible para tapar las puertas del infierno.
¿O era la energía solar del verano ya próximo con sus ramos
invisibles y platónicos, una congoja luminosa sobre el corazón?
¿Cómo podía Alicia tomar indiferentemente el té dentro de un país
que caía vertiginosamente
hacia un pozo profundo? ¿Y las teorías de la gravitación universal?
(Una joven de párpados arcangélicos y blue jean
te ha mirado con sus ojos muertos; cabellos negros y profundos
del sueño como esos murciélagos de las pesadillas que revolotean
en la noche de la caverna donde eligen al azar
el cuerpo de sus víctimas.) Entre los aullidos del miedo, en la ciudad
junto al río inmóvil (en la femenina almendra de tu boca)
aún cae la lluvia sobre un nido de perdiz
y los noticieros se ocupan del deporte.


2

En la lejanía
había un gran árbol en el centro de la tierra
donde ellos se abrazaron en secreto alguna vez;
ella y él eran las flores cautivas de la ansiedad, la aérea
calaguala prendida entre las ramas, cuerpos juntos
para subir por estos cánticos multiplicadores después de las
torturas del agua, los Avernos secretos de las vejaciones.
Porque aquí hubo bosques de agonías con las agudas
agujas eléctricas de los pinos del campo, y pájaros
golpeados que no pueden volar. Alicia en el país de lo no visto
cambia sus silbos-maravilla, y en la desnudez de la locura
confiesa al fin todo aquello que no sabe, ustedes me comprenden /
y en un poema siglo XIX quedará grabado
el esqueleto cantor de un paisano estaqueado en el desierto.
                   Por todo eso esta euforia
                   y el grito-miniatura del sollozo.


3

Lo cierto es que el hecho histórico tejía y deshacía nudos
de emoción en la garganta. Por eso las palomas se habían convertido
en mimesis de un vuelo aristotélico, en presagios del tebano Tiresias,
en tu invisible arrullo de torcaza, en la triste conciencia del padre
que elige o sepulta sus recuerdos.
(El arte nunca es simple lo mismo que la muerte.)
Las banderas de otras edades disolvían a los glaciares de los ojos.
Las palmeras con hiedras protectoras de ese sol, girasol de los siglos,
disipaban los temores. Por eso levitamos encima de las torres.
(La felicidad nos une siempre a los amigos, lo mismo que la vida.)


4

Ven y vive conmigo dijo líricamente oh belleza de los colmenares,
belleza natural de esta fuente de sobrevivientes donde brota
el agua fresca para las cabezas ardientes
de los jóvenes empapados de alegría.
                      Podría haber escrito en la lengua de todos:
“En este verano la larga noche de la angustia y de los crímenes
ha cesado”, o simplemente esta frase exclamativa de los que se fueron:
                  ¡La atracción de los jacarandaes de la Plaza, qué orillas
                  inefables enemigas de la muerte!
(A través de la niebla de la ciudad las lejanas islas
de la guerra; a través de la multitudes la fotografía de una hermosa
muchacha desaparecida para siempre, oh Argentina, país sudamericano y europeo.)

                  Después caminamos con nuestros hijos y los amigos
                  sobre la nieve de los papeles blancos.


En: “Radar en la tormenta”, Sudamericana, 1985.
Alfredo Veiravé (Gualeguay, Entre Ríos, 1928 – Resistencia, Chaco, 1991).
Foto: AV en contratapa libro, s/e.

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