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viernes, 7 de noviembre de 2014

Roberto Malatesta, Nuestro mejor gobierno es el sol



Y EL RÍO CRECE

Advierto que no tengo tinta ni papel
y el río crece. Para mí y para mi perro
lo único seguro es el techo de la casa.
Quiero gritar, pero mi grito es tinta
y no tengo papel en dónde derramarlo.
Miro al cielo: Llovizna. Detrás de la llovizna
veo la cara húmeda de Dios.
Brilla su oscuridad, su penumbra luminosa.
Me digo: -aún tengo Dios- y me doy bríos.
Descubro que después del papel,
aunque mucho más alto, está Dios,
y sinceramente agradezco.
Dije una plegaria que no recuerdo.
La hubiera escrito, no importa,
todos los hombres la saben,
llegado el momento.



VER

Desde la ventana del primer piso de mi vecino
veíamos aparecer marcas, señales, en la vereda de enfrente.
Una nueva hilera de ladrillos, asomar un tapial,
la puertezuela del medidor de luz y de ella
el tornillo donde la pinza abre, más abajo
la aparición del cristal, luego, su final
y así todos estos elementos que durante años
estuvieron a nuestra disposición, y no vimos,
ahora sobredimensionados por su efecto esplendoroso:
el río comenzaba a bajar, el río se retiraba de la ciudad.
Al final de aquel día mi vecino dijo: mirá,
la ranura para las cartas de aquella puerta
está a la altura del picaporte de aquel portón.
Cuánto significado encontrábamos a estas cosas,
¡Y eso era mirar!
Todo un día y la mitad de otro estuvimos Viendo.
Los vecinos de enfrente, tres familias en una casa  de alto,
hacían lo mismo con nuestra vereda
e intercambiábamos saludos y bromas increíbles, y más, risas.
Quién sabe quién sufriría aquel día,  en aquel mismo instante
por una mancha de humedad o por la copa
que se derrama sobre el mantel.



SÚPLICA

En la antigüedad se lo confundía con Dios,
hoy, y a pesar de que la confusión no es poca,
sin incurrir en error, junto a otra gracia,
pedí el antiguo falso dios, a El, al verdadero:
imploré:  paciencia y sol.



EPIGRAMA

Nuestro mejor gobierno es el sol.



DINASTÍAS BAJO AGUA

Tengo junto al horno
a los poetas chinos de la dinastía T’ang.
Secan sus páginas junto al calor mientras
numerosas son las dinastías
que esperan su turno,
y vastas también
aquellas que han perdido totalmente su esperanza
bajo el agua enlodada.
Li Po, se decía de él, escribía poemas
que con tinta fresca aún
arrojaba al río.
Alguien, ¿Tal vez Li Po desde su luna?
arrojó un río sobre mi casa,
sobre mis libros y papeles,
para enseñarme tal vez
el valor perecedero
de todo papel.
Y todavía se ríe.



SAQUEOS

A la noche se oyen los disparos,
disparos y sus respuestas, ráfagas
de fuego sonoro, secas, cortantes.
El malviviente utiliza la noche,
pero de día, sin fuego y sin vergüenzas,
el atorrante vende azúcar a cinco pesos.



LA PRIMERA ROPA SECA

La primera ropa seca
vino de lejos,
no huele a humedad,
huele a calor
hermano.



MI HIJO JUGÓ EN EL TRONCO CAÍDO

Mi hijo jugó en el tronco caído
del árbol que cruzaba la calle
y conquistó nuevos amigos.
Pateando basura en las veredas
ya planifica juegos
para la próxima inundación.
Su inocencia es un afilado estilete
contra nuestra incredulidad.



PAISAJE SURREALISTA

Los calendarios mojados
se parecían a los relojes derretidos
de Dalí.



HELICÓPTEROS

Antes, en las tranquilas siestas de mi infancia,
echado en la hierba contemplaba los alguaciles.
Ahora pasan los helicópteros, uno tras otro,
como si fuesen gigantes alguaciles,
no sé qué se verá desde allá arriba que importe tanto.
Cosas, tal vez, que nosotros, los de abajo,
nunca logremos comprender.
Lo cierto es que mi hijo
ya se les ha acostumbrado, tanto
que pronto los maldecirá como yo.



COSAS INÚTILES

–Cuántas cosas inútiles teníamos–
le dice la vecina a mi esposa,
y las casas iban quedando vacías,
y el vacío mismo era un sentido, y,
aún en medio del desasosiego,
¡se parecía a la esperanza!



SALUDO

A lo lejos mis hijos saludan,
desde el sitio seco, más allá de mitad de cuadra.
Ellos me saludan y yo a ellos,
intercambiamos besos y sonrisas.
Se irán con su madre y yo me quedaré
a la luz de la vela rememorando
sus manos tocadas por el sol.



PERRO EN EL TECHO

No entiende nada,
apenas sabe cómo fue a parar allí.
Mira hacia abajo, ve agua, tiene hambre.
Por la noche ladra y casi no duerme.
Miles de amos que alzaron a sus perros
miran hacia abajo, ven agua, tienen hambre,
apenas saben cómo fueron a parar allí.
Suerte de perro.



POR ENCIMA DE LOS TECHOS

Detrás de la vía el río subió más allá de los techos.
Ahora, veíamos cómo se había llevado al barrio, a su alma.
Pilas enormes de basura bloqueando las calles,
y caminando por allí alguien
que con fruición pasa la escoba a un mueble.
Yo no sé si de allí nacerá algo nuevo,
desde el ruido de la escoba, desde el músculo que se tensa.
Pero al hombre no parece importarle otra cosa que el efecto
de la escoba sobre la maltratada madera.
Ese hombre que cree en la escoba
y cree en su viejo mueble
y sopla su trabajo como un dios sobre el barro.



ES DIFÍCIL ABSTRAERSE DEL TEMA

Es difícil abstraerse del tema,
ya casi lo estoy odiando.
Ahora las máquinas limpian
el último cúmulo de basura de la calle:
muebles destrozados, colchones irrecuperables,
papeles embarrados que una vez fueron libros,
restos no identificables que a un hogar
sirvieron de útil sustento.
Ahora la calle se limpia pero
no tardará en salir otro vecino y echará
otra torre de basura húmeda y podrida a la calle.
Nadie sabe cuándo terminará esto,
al menos las casas
recuperan cierto vacío donde las mentes
buscan salud:  desnudez después del desastre.
Esta gente sabe, conoce por años lo que es vivir
en lo inestable, en lo inseguro,
y persisten,
limpian la casa y vuelven,
se adelantan a todo vaticinio, a la tristeza misma
y se resuelven a vivir.
Yo no sé cuándo abandonaré este tema,
será hasta que ya no quede basura por expulsar,
y un silencio blanco y saludable me devuelva al sol
de una apacible tarde.


BARRILETE

Mínimo recurso de papel y caña
y el sustento del viento en la complicidad del sol.
Lo veo alzarse: bandera de armisticio,
alto sobre el barrio bajo,
no veo quién lo remonta,
no veo desde acá quiénes
miran al azul,
quiénes siguen su dibujo de un solo color.
Color amarillo que escapó al río.
No veo quiénes miran a ese juguete del viento,
pero los sé, a ellos, a nosotros,
a todos los sé juguetes del destino,
aunque ahora, no menos cierto,
en este momento,
mirando alto
muy alto,
un barrilete junto al sol,
aunque sólo sea en el viento,
somos uno,
y somos sin quebranto.




En: “Por encima de los techos”, 2004. Santa Fe, del 30 de abril al 24 de mayo de 2003.
Selección de textos: Jmp.
Roberto Daniel Malatesta (Santa Fe, 1961).

Foto: Beatriz Leguiza. 

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