UN TELÉFONO AL ALBA
A Alfredo Veiravé (1928 – 1991)
Sabíamos que
la muerte te rondaba pero nos acostumbramos a tu vida
sin embargo la
vida se me llenó de muerte esa mañana
cuando a diez
mil kilómetros tu nombre rebotó en el satélite
y llovió mi
cabeza de recuerdos
tu muerte era
la muerte sin metáfora la muerte así nomás contra la vida
arrumbada/
incendiada encima de la vida
y a los
originales las carpetas los sacudió un temblor se envejecieron
Quedaba tu
impresión digital en los cristales
la última
mirada al filodendro un libro abierto
y en mi oído
tu recomendación en el teléfono
Solamente
vivir vale la vida –dijiste– no
te olvides
Alguna
carcajada se atenuó en el pasillo
algunos
borradores se fueron desdibujando por el aire
y algún aire
se arrojó de un balcón sobre las hojas
Los pasos se
apagaron como aquella lejana charla sobre Parra
o sobre Alvaro
Mutis y el Gaviero bajo un sol de justicia
o tal vez fue
un diálogo con Drácula o con Enrique Lihn
sobre pobres
esferas que aún siguen resonando
en los
huecos retintos de la noche de Bradbury
Otra noche
(americana) supuse que te habías escondido en las ruinas jesuíticas
en el olor a
selva que llegaba con las primeras sombras
creí oír tu
murmullo cuando unos pájaros oscuros I
comenzaron su
cuenta regresiva a orillas del verano
y como si
fuera el primer día de tu muerte
pude charlar
de vos con lejanos poetas
de otros días
bajo la luz de Bogotá o de Lima
cuando el
temor a la muerte era sordo difuso
o algún final
concreto pero ajeno
y anduvimos
con nuestras confesiones en el hombro
con Emma
Bovary en el bolsillo
con temas de
los Beatles o Piazzolla
con el amor de
Claudia Cardinale en la solapa
estallido de
goles en el mundial de México
y los zorzales
que este año volvieron a la ciudad desentonados
Las cosas nos
cambiaron al minuto siguiente
y nos siguen
cambiando a todas horas
y los días nos
pasan de costado / nos atraviesan
dibujan
lejanías / soledades
rigores
imprecisos / olvidos / abandonos
y unos ojos
que continúan mirando con amor
tanta poesía
desparramada en el silencio
tanta
suntuosidad tanta riqueza abandonada
tanta
imposibilidad de comprender al otro
de atravesar
su piel de recorrer su historia
cuando en las
manos no quedan más rastros que recuerdos
perdiéndose en
los túneles del aire.
PAJARITOS EN LA CABEZA
El recuerdo es
un pájaro de verano que revolotea
entre los
árboles a las cuatro de la madrugada
y canta sin
parar toda la tarde
(y si lo
enfoca alguna luz también canta de noche)
se posa entre
las ramas de la mente
se pierde
entre las nubes y regresa después de una aventura clandestina
tortugas que
resisten el tiempo
también sufren
heridas en el ala
se apagan sin
que nadie lo advierta
y van a morir
a un cementerio de elefantes
Resuenan como
un eco en los días húmedos.
CHAPARRONES
Ella llueve
con frecuencia
“de continuo”
según las escrituras
esa lluvia que
alguna vez tomó forma de lágrimas
hoy llega
desde el centro de la tierra
y explota en
los volcanes
sólo un caso
en millones dicen los eruditos
leyendas que
hablan de anegamientos y sorpresas
sin embargo
ella llueve
ya casi como
un hábito
y uno
secretamente
sin compartir
la fórmula
–orgulloso–
deja que el
chaparrón caiga sobre su cara.
Así nacen los
libros.
OBRA COMPLETA
Todos los
dolores y las perplejidades de un hombre
pueden ser
cobijados en un solo volumen
atareado
oculto entre dos tomos en la segunda fila
Los pasos
desde aquel lejano primer día
el brillo en
la mirada que se perdió en la tarde las sonrisas
y esa
voz enronquecida por la almohada
nombres
grabados como tajo en un árbol y una fecha debajo
convertidos en
una traducción de pocas líneas
humo de la
ambigüedad palabras reunidas en un temblor eléctrico
serán lecturas
distraídas antes de un examen
o el desdén de
un hojeo en un insomnio
la inmovilidad
en alguna biblioteca de barrio
¿Y la mano
anónima que subrayó dos versos?
¿Ese fue el
resultado?
Horacio
Salas (Buenos Aires, 13 de agosto de 1938).
Poeta, escritor,
periodista.
Foto: HS en FB
chaparrones es sin duda, desde mi punto de vista, una altísima expresión poética.
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