ESA CIUDAD
Esa
ciudad se apaga cuando me duermo:
los ventanales no reflejan el sol,
los semáforos dejan libre el paso de los autos,
las sombras vacilan unos segundos,
atraviesan una puerta y desaparecen;
sobre el mantel, el crucigrama está resuelto,
una mano dobla las páginas del diario.
Nada de lo habitual permanece en pie:
los tranvías giran veloces,
se enturbia el agua de los jardines,
un velo de ceniza se extiende sobre las plazas,
cubriendo el lago, los botes y los remos;
los verdes del bosque desaparecen.
Arrebatados por una nube,
quedan más solos los animales del zoológico;
se ausentan, de pie, las estatuas,
mientras un viento repentino dispersa los colores
y borra, ya sin luz, los cables del teléfono
y el borde cansado de las cosas.
Pero, ay, todavía queda algo que no he dicho:
esa ciudad continúa dentro del sueño.
los ventanales no reflejan el sol,
los semáforos dejan libre el paso de los autos,
las sombras vacilan unos segundos,
atraviesan una puerta y desaparecen;
sobre el mantel, el crucigrama está resuelto,
una mano dobla las páginas del diario.
Nada de lo habitual permanece en pie:
los tranvías giran veloces,
se enturbia el agua de los jardines,
un velo de ceniza se extiende sobre las plazas,
cubriendo el lago, los botes y los remos;
los verdes del bosque desaparecen.
Arrebatados por una nube,
quedan más solos los animales del zoológico;
se ausentan, de pie, las estatuas,
mientras un viento repentino dispersa los colores
y borra, ya sin luz, los cables del teléfono
y el borde cansado de las cosas.
Pero, ay, todavía queda algo que no he dicho:
esa ciudad continúa dentro del sueño.
ARTES
Primero,
el arte de ser derrotado;
luego, el arte de conversar a solas;
más tarde, la serena indiferencia;
por último, el arte de no ver nada
aún viéndolo todo.
Cuánto tuvo que aprender esta cabeza
para ser calva, enteramente calva
─por dentro y por fuera─,
en el camino de una nube
que se aproxima despacio.
luego, el arte de conversar a solas;
más tarde, la serena indiferencia;
por último, el arte de no ver nada
aún viéndolo todo.
Cuánto tuvo que aprender esta cabeza
para ser calva, enteramente calva
─por dentro y por fuera─,
en el camino de una nube
que se aproxima despacio.
En:
“Todas las mañanas”, Ediciones Del Copista, 2010.
Rafael
Felipe Oteriño (La Plata, 1945).
No hay comentarios:
Publicar un comentario