RETRATO DE UNA SOMBRA
Hay una
sombra. Decimos: sombra, a falta de otra palabra. Para dar forma a lo que no la
tiene. Podríamos decir igualmente —
compañero — “ese latente compañero que en mí acaba por existir”, escribía
Mallarmé. Pero la palabra sombra es
menos precisa, más evasiva. Entonces ¿“hacer el retrato de una sombra”? Sí,
apuntar no hacia una imagen de lo ya visible, sino hacia ese no-visible que
poco a poco se trama en los confines de lo visible. Hacia esa cosa que pasa y
nos deja una suerte de voz silenciosa en la boca. Una voz que habla, sin
embargo, que habla, incluso si nos callamos. Lo que dice esta voz, lo
ignoramos. Que nos reconozcamos en ella, poco importa. No se trata de
identidad. O bien de esa identidad
oscura que es otra manera de decir que
no sabemos nada. Que estamos entre: entre todo y nada. Entre, siempre,
entre. Entre el día y la noche, lo que viene, lo que se va — y siempre vuelve.
Helo
aquí de vuelta. Raya el iris con un rayo de luz, sacude las hojas. Arroja
puñados de sombra sobre el verde pálido. Ensaya vocales agudas y a veces
graves, rehace un cielo más liso, más cortante. Un tiempo anterior o posterior.
Busca. Encuentra. En los dedos sólo conservamos el aire de su paso. Cuando se
calla, escuchamos. Ya nada se mueve.
¿Qué ha dicho que no hemos entendido? Creímos que
era el viento, pero no. Un murmullo de
palabras crujientes, un desorden de imágenes y una luz súbita que atraviesan las sombras fugitivas. ¿Qué ha dicho? Por
más que escuchemos, tendamos la oreja, es en otro sitio donde oímos. En un
tiempo en que cada una de sus palabras es una noche.
Brilla.
O más precisamente, espejea. No vemos, entrevemos, no vemos. Un un destello,
casi una voz. Estamos allí en el mismo lugar con el roble y la valla, la
montaña y el cielo. Muy rápido, no
estamos — y estamos. Decimos…Vamos a comprender. La luz se mueve.
Cae el viento. Vamos a verlo.
—
Uno ve, sí. ¿Pero qué?
—
Lo que oye.
—
¿Cómo puede ser?
—
Imágenes en la oreja.
—
¿En la oreja?
—
Sí, allí donde habla la voz.
—
¿Y qué dice?
—
Lo que uno ve.
Vuelve,
por supuesto. Creíamos haberlo perdido, pero es él. Está como en un borde.
Susurrando, o gritando, sin ruido. Se queda allí, sobre la taza y sus reflejos,
sobre el brillo de las baldosas, en los colores, en el aire que uno respira. Lo
oímos en el ruido del diario. Vemos mejor.
Bajo
la montaña, la atracción de la noche. Raíces bajo el árbol. Vacío bajo el
espacio. Bajo las cosas, una fuerza que las acerca, las aprieta. Un continuum
sin falla que se cierra sobre sí. Y de súbito, un soplo, un destello,
una risa. Podría ser él.
Nos
quedamos como petrificados. Después miramos alrededor. Era afuera pero también
adentro. ¿Cómo decirlo? El espacio abierto y detenido. Muebles y árboles. Una
fuga de nubes sobre el tapiz. Una silla caballo, un galope inmóvil. Gritos,
risas. Aquí, allá. Allá, aquí. El día que queda sobre el cristal con unas
cabezas en las ventanas y un triángulo azul. Suspenso. O un vacío. Y después
eso sigue. La montaña se posó sobre la
cómoda y bajo la mesa serpenteamos entre los helechos. Después, gorjeos
ahogados, como pájaros enjaulados. Voces que se podrían reconocer, rostros.
Pero ¿para qué? Perdimos la dirección. Y la puerta — y la llave.
En: “Retrato de una sombra”, de Jacques Ancet. Traducción:
Cristina Madero.
Próximamente editado en la Argentina por Alción.
Jacques
Ancet (Lyon, 1942) vive cerca de Annecy (Francia), consagrado a su labor de
escritor y traductor. Durante mucho tiempo profesor de español en las clases
preparatorias de escuelas superiores de literatura y comercio. Es autor de unos
cuarenta libros (poemas, novelas, ensayos) entre los cuales, de reciente
publicación, Dyptique avec une ombre, Arfuyen, 2005, (Premio Charles Vildrac
2006 de la Sociedad de Gente de Letras y Heredia 2006 de la Academia Francesa),
La ligne de crête, Tertium éditions, 2007, Journal de l’air, Arfuyen, 2008, L’identité
obscure, Lettres vives, 2009, (Premio Apollinaire, 2009), Le silence des chiens,
réed.publie.net, 2009, publie.papier, 2012, Puisqu’il est ce silence, Lettres
Vives, 2010, Chronique d’un égarement, Lettres Vives, 2011, La Tendresse, réed.
publie.net, 2011, publie.papier, 2012, Comme si de rien, L’Amourier, 2012, Les
travaux de l’infime, Po&psy/Erès, 2012 y Ode au recommencement, Lettres
Vives, 2013. Ensayista (Entrada en
materia, edición de José Angel Valente, Cátedra, Madrid, 1985, Bernard Noël ou
l’éclaircie, Opales, 2002, Chutes I, II, III, Alidades, 2005, La voix de la
mer, publie.net, L’Amitié des voix, publie.net, 2009, Chutes IV, Alidades,
2012, Chutes V, Alidades, 2013), es además traductor de algunas de las voces
mayores de la literatura hispánica tales como San Juan de la Cruz, Francisco
de Quevedo, Luis de Góngora, Ramón Gómez de la Serna, Vicente Aleixandre,
Jorge Luis Borges, Luis Cernuda, Xavier Villurrutia, María Zambrano, Roberto
Juarroz, José Angel Valente, Juan Gelman, Antonio Gamoneda, Alejandra Pizarnik,
etc. Premio de traducción Nelly Sachs 1992 y Rhônes-Alpes del libro, 1994 y
Beca de traducción del Premio Europeo de Literatura Nathan Katz 2006.
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