EL MENDIGO TIENE LA CABEZA…
El mendigo tiene la cabeza suspendida en el borde
de una plegaria, ignorado. Su boca es un parto de caracoles; sus ojos, apenas
ceniza. En su respirar –refugio y abismo–, bate sus alas un cuervo. De su pecho
–bosque y olvido–, una densa niebla se desprende, asciende, enceguece. Sus
movimientos son lentos y poco precisos, tal vez porque sus huesos ya no pueden
evocar el ritmo de las brasas en las cortinas harapientas de un cielo mudo.
Una violencia tácita lo rodea: voces como hienas, gatos que silban esculturas
sumergidas, sombras que estiran sus lenguas como una lepra... las vísceras
expuestas.
Cuando el ocaso arroja sus redes y el frío levanta su látigo, el mendigo
–hojarasca y ausencia, embriaguez y acantilado, cansancio y herrumbre– se
incorpora e inclina a un costado su cabeza, como a un cántaro, hasta vaciarse
de sí mismo. Antes de emprender su marcha –huérfano de banderas, desnudo,
confusión, eco– escupe al infinito y deja que la saliva, única respuesta, única
verdad, moje su rostro.
.
En revista de poesía (de las cuatro estaciones)
Director: José maría Pallaoro.
Leandro
López (La Plata, 1978)
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