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sábado, 28 de abril de 2012

Roberto Fernández Retamar – Y porque después de todo, compañeros, quién sabe si sólo los muertos no son hombres de transición


USTED TENÍA RAZÓN, TALLET: SOMOS HOMBRES DE TRANSICIÓN


Entre los blancos a quienes, cuando son casi polares, se les ve circular la sangre por los ojos, debajo del pelo pajizo,

Y los negros nocturnos, azules a veces, escogidos y purificados a través de pruebas horribles, de modo que sólo los mejores sobrevivieron y son la única raza realmente superior del planeta;

Entre los que sobresaltaba la bomba que primero había hecho parpadear a la lámpara y remataba en un joven colgando del poste de la esquina,

Y los que aprenden a vivir con el canto “marchando vamos hacia un ideal”, y deletrean Camilo (quizá más joven que nosotros) como nosotros Ignacio Agramonte (tan viejo ya como los egipcios cuando fuimos a las primeras aulas);

Entre los que tuvieron que esperar, sudándoles las manos, por un trabajo, por cualquier trabajo,

Y los que pueden escoger y rechazar trabajos sin humillarse, sin mentir, sin callar, y hay trabajos que nadie quiere hacerlos ya por dinero, y tienen que ir (tenemos que ir) los trabajadores voluntarios para que el país siga viviendo;

Entre las salpicadas flojeras, las negaciones de San Pedro, de casi todos los días en casi todas las calles,

Y el heroísmo de quienes han esparcido sus nombres por escuelas, granjas, comités de defensa, fábricas, etc.;

Entre una clase a la que no pertenecimos, porque no podíamos ir a sus colegios ni llegamos a creer en sus dioses,

Ni mandamos en sus oficinas ni vivimos en sus casas ni bailamos en sus salones ni nos bañamos en sus playas ni hicimos juntos el amor ni nos saludamos,

Y otra clase en la cual pedimos un lugar, pero no tenemos del todo sus memorias ni tenemos del todo las mismas humillaciones,

Y que señala con sus manos encallecidas, hinchadas, para siempre deformes,

A nuestras manos que alisó el papel o trastearon los números;

Entre el atormentado descubrimiento del placer,

La gloria eléctrica de los cuerpos y la pena, el temor de hacerlo mal, de ir a hacerlo mal,

Y la plenitud de la belleza y la gracia, la posesión hermosa de una mujer por un hombre, de una muchacha por un muchacho,

Escogidos uno a la otra como frutas, como verdades en la luz;

Entre el insomnio masticado por el reloj de la pared,

La mano que no puede firmar el acta de examen o llevarse la maldita cuchara de sopa a la boca,

El miedo al miedo, las lágrimas de la rabia sorda e impotente,

Y el júbilo del que recibe en el cuerpo la fatiga trabajadora del día y el reposo justiciero de la noche,

Del que levanta sin pensarlo herramientas y armas, y también un cuerpo querido que tiembla de ilusión;

Entre creer un montón de cosas, de la tierra, del cielo y del infierno,

Y no creer absolutamente nada, ni siquiera que el incrédulo existe de veras;

Entre la certidumbre de que todo es una gran trampa, una broma descomunal, y qué demonios estamos haciendo aquí, y qué es aquí,

Y la esperanza de que las cosas pueden ser diferentes, deben ser diferentes, serán diferentes;

Entre lo que no queremos ser más y hubiéramos preferido no ser, y lo que todavía querríamos ser,

Y lo que queremos, lo que esperamos llegar a ser un día, si tenemos tiempo y corazón y entrañas;

Entre algún guapo de barrio, Roenervio por ejemplo, que podía más que uno, qué coño,

Y José Martí, que exaltaba y avergonzaba, brillando como una estrella;

Entre el pasado en el que, evidentemente, no habíamos estado, y por eso era pasado,

Y el porvenir en el que tampoco íbamos a estar, y por eso era porvenir,

Aunque nosotros fuéramos el pasado y el porvenir, que sin nosotros no existirían.


Y, desde luego, no queremos (y bien sabemos que no recibiremos) piedad ni perdón ni conmiseración,

Quizá ni siquiera comprensión, de los hombres mejores que vendrán luego, que deben venir luego: la historia no es para eso,

Sino para vivirla cada quien del todo, sin resquicios si es posible
(Con amor sí, porque es probable que sea lo único verdadero).

Y los muertos estarán muertos, con sus ropas, sus libros, sus conversaciones, sus sueños, sus dolores, sus suspiros, sus grandezas, sus pequeñeces.

Y porque también nosotros hemos sido la historia, y también hemos construido alegría, hermosura y verdad, y hemos asistido a la luz, como hoy formamos parte del presente.

Y porque después de todo, compañeros, quién sabe

Si sólo los muertos no son hombres de transición.




De: “Buena suerte viviendo” (1962-1965). En: “Poeta en La Habana. 
Selección e introducción José María Valverde”, Editorial Laia, Barcelona, 1982.
Roberto Fernández Retamar (La Habana, Cuba, 1930).
Foto: AIN, La Jiribilla

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