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viernes, 2 de marzo de 2012

Rafael Vásquez – La forma piadosa de engañar el olvido



El periodista Edgardo Lois de Tiempo Argentino entrevistó a nuestro querido amigo Rafael Vásquez (salud, poeta!). La entrevista apareció en el diario Tiempo Argentino el domingo 25 de febrero, y la compartimos con los lectores de Aromito.

EL POETA QUE RECORRE CON SUS VERSOS
LOS SECRETOS CAMINOS DE LA MEMORIA

El autor de 81 años recuerda su carrera, intentando encontrar el lugar exacto en donde el poeta nació dentro del hombre y cuenta su experiencia seminal dentro del grupo de poesía Barrilete, en los fervorosos años sesenta.


El poeta Rafael Vásquez espera al final del largo pasillo. Es extraño llegar hasta su refugio silencioso luego de haber habitado el aire ruidoso en la mañana de la calle Maipú, a metros de Rivadavia. Su departamento de tercer piso respira dentro del pulmón de manzana. Paredes con bibliotecas barrocas, una estética apretada que guarda su memoria. Un óleo de Guasayamín acentúa la presencia de sus ideas, una carpeta lleva como título: El golpe a Salvador Allende. Muebles de madera amiga, de madera compuesta en gamas bajas. El poeta declara ochenta y un años. Sobre la mesa un ejemplar de su último libro Explicaciones y retratos.

–¿Dónde encontrar el origen del poeta?
–La pasión por la poesía nace en la escuela primaria, gracias a algún maestro que nos daba poemas chiquitos que uno memorizaba. Mi escuela primaria es de los años ’30, ’40, la poesía era clásica, modernista, rimada, supongo que así llegué a la musicalidad. Después seguí entusiasmado con nombres como Amado Nervo, Miguel Hernández, Pedro Salinas, Antonio Machado. Hay un poeta que me siguió toda la vida: Baldomero Fernández Moreno, en la primaria “Setenta balcones y ninguna flor”, luego sus poemas de la ciudad, el que le dedica al Tortoni, al tranvía.

–¿Qué significó ser parte del grupo Barrilete?
–Estuve muy encerrado en mí mismo, leyendo mucho, desorganizadamente, y escribiendo bastante. Por suerte no publiqué hasta el ’62. Ahí se da el encuentro con los poetas con los que compartí el grupo: Roberto Santoro, Horacio Salas, Ramón Plaza, Marcos Silber. Empecé una tarea grupal que me dio una conexión con el barrio, la ciudad; un trabajo material, porque además de leer y seleccionar textos, vendíamos la revista en los actos, la llevábamos a charlas en sociedades de fomento, escuelas.

–¿El primer libro?
–La verdad al viento es una historia de amor y despedida clásica, tiene poemas libres y rimados. Los títulos de mis libros nacen del título de un poema o de un verso, en este caso es el último poema del libro. “Hay sol en Buenos Aires” sale del primero. “Ese sitio sin paz de la memoria”, es la última línea de un poema dedicado a Santoro.

–¿Qué recuerdo tiene de Santoro?
–Es muy fuerte, le hice dos poemas, el primero termina con estos versos: “Tu madre me avergüenza porque espera / tu regreso imposible.” Cuando estábamos preparando algo sobre él, la fui a ver, y ella lo seguía esperando. Ya sabíamos que los desaparecidos eran desaparecidos, pero ella lo esperaba, eso me impresionó muchísimo. Los amigos me pidieron que contara la experiencia del grupo Barrilete, y lo hice, escribí una introducción y seleccioné documentos, cartas y poemas. Informe sobre Santoro vio la luz gracias al editor José Luis Mangieri.

–En el texto que sirve de prólogo a Hay sol en Buenos Aires (1975) usted anota: “Escribo, a veces, como si hiciera el amor. / Otras veces escribo porque no sé matar.” ¿Cómo era aquel Vásquez?
–Escribí lo que me pasaba con la escritura, lo que sentía, y en ese final yo pensaba en mis poemas de amor y en mis poemas de bronca. Nunca fui un tipo violento, yo no sé matar, a pesar de que en plena dictadura uno llegaba a odiar a esos tipos que no nos dejaban vivir tranquilos. No, no hubiera podido matar, ese es el sentido final del texto.

–En su último libro escribe: “Les queda mi apellido firmando lo que he escrito, / esa forma piadosa de engañar el olvido.” ¿Cómo es el Vásquez de hoy?
–Soy el mismo con varios años más, y la perspectiva de la muerte está más presente en este libro, por supuesto. Cuando estábamos en Barrilete no pensábamos que con un poema íbamos a cambiar el mundo, pero sí que se podía empujar. Tampoco queríamos ser famosos, nadie tenía esa temeraria apetencia, creíamos en que uno podía hacerse oír y que podíamos escuchar a los demás, que la poesía daba esa posibilidad. Luego caí en la cuenta de que no es así, en la poesía somos 50, 60 nombres que nos conocemos, que nos tratamos, sólo de vez en cuando sucede que un libro, un poema, llega a gente que está fuera de ese circuito y ocurre la conexión que uno quisiera. La poesía da conocimiento, a nosotros, pero no alcanza para que muchos nos conozcan, esa es la forma piadosa de engañar al olvido.

–En su último libro le asigna protagonismo a la vida y a la muerte, ¿el poeta avisa que la despedida ya inició su jugada?
–Estoy jugado por las cosas que he hecho y por el paso del tiempo, soy un hombre viejo. Creo que sí, la muerte está mucho más presente, en el libro se entrecruzan los amigos muertos. Hay un poema “Disposiciones últimas” que encontré un poco duro, y si bien mi mujer, mis hijos, lo conocen, nunca quise leerlo en público, pero en concreto ese es mi pedido. Quiero que me cremen y esparzan las cenizas en algún lugar, basta un buen recuerdo. No voy al cementerio, los afectos, los muertos familiares, los amigos, están en mí, en los recuerdos, en lo que tengo. Si fueron poetas, también en los libros. No están en la tumba.

–Usted es poeta amigo de la palabra simple, ¿dónde encuentra el disparador para el poema?
–En el grupo Barrilete teníamos esa visión del barrio y de la calle, el poeta no está en la torre de marfil. Nos identificábamos con los versos de Nicanor Parra: “Nosotros conversamos / en el lenguaje de todos los días / no creemos en signos cabalísticos”, y eso me quedó de los 60. La palabra sencilla o simple depende de la voz de cada uno, no es buscado, yo me encontré pensando o sintiendo eso mientras leía a otros poetas. Es la poesía que se entiende, es encontrarse con esas palabras. Yo no las busco, las encuentro. El poema a veces nace en la ducha, aparecen dos versos, ¿el tema estaba instalado?, no estoy seguro. Sé que necesito un comienzo, esos dos versos, después el poema puede salir o no. A veces tengo tema, pero todo puede ocurrir cruzando una plaza. Ando siempre con un papelito encima y anoto, algo sucede o ando soñando despierto. En mis poemas hay mucha anécdota y poco lugar para la fantasía. Guardo los comienzos que ahí se quedaron, esas líneas que nunca serán poemas. 

Buenos Aires es el refugio afectivo de Rafael Vásquez. Nació en Boedo, y se declara amigo de la poesía del Borges de los primeros libros, de la de Atilio Castelpoggi y Mario Jorge De Lellis. El poeta es un hombre alto que habla pausado, que elige las palabras, que sabe de la existencia del silencio. Se adivina: vive a conciencia despierta. Vive atento a la memoria.



Foto: Rafael Vásquez, archivo de la talita dorada, 2011.

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