El
periodista Edgardo Lois de Tiempo Argentino entrevistó a nuestro querido amigo
Rafael Vásquez (salud, poeta!). La entrevista apareció en el diario Tiempo
Argentino el domingo 25 de febrero, y la compartimos con los lectores de
Aromito.
EL
POETA QUE RECORRE CON SUS VERSOS
LOS
SECRETOS CAMINOS DE LA MEMORIA
El autor de 81 años recuerda su carrera, intentando
encontrar el lugar exacto en donde el poeta nació dentro del hombre y cuenta su
experiencia seminal dentro del grupo de poesía Barrilete, en los fervorosos
años sesenta.
El
poeta Rafael Vásquez espera al final del largo pasillo. Es extraño llegar hasta
su refugio silencioso luego de haber habitado el aire ruidoso en la mañana de
la calle Maipú, a metros de Rivadavia. Su departamento de tercer piso respira
dentro del pulmón de manzana. Paredes con bibliotecas barrocas, una estética
apretada que guarda su memoria. Un óleo de Guasayamín acentúa la presencia de
sus ideas, una carpeta lleva como título: El golpe a Salvador Allende. Muebles
de madera amiga, de madera compuesta en gamas bajas. El poeta declara ochenta y
un años. Sobre la mesa un ejemplar de su último libro Explicaciones y retratos.
–¿Dónde
encontrar el origen del poeta?
–La
pasión por la poesía nace en la escuela primaria, gracias a algún maestro que nos
daba poemas chiquitos que uno memorizaba. Mi escuela primaria es de los años
’30, ’40, la poesía era clásica, modernista, rimada, supongo que así llegué a
la musicalidad. Después seguí entusiasmado con nombres como Amado Nervo, Miguel
Hernández, Pedro Salinas, Antonio Machado. Hay un poeta que me siguió toda la
vida: Baldomero Fernández Moreno, en la primaria “Setenta balcones y ninguna
flor”, luego sus poemas de la ciudad, el que le dedica al Tortoni, al tranvía.
–¿Qué
significó ser parte del grupo Barrilete?
–Estuve
muy encerrado en mí mismo, leyendo mucho, desorganizadamente, y escribiendo
bastante. Por suerte no publiqué hasta el ’62. Ahí se da el encuentro con los
poetas con los que compartí el grupo: Roberto Santoro, Horacio Salas, Ramón
Plaza, Marcos Silber. Empecé una tarea grupal que me dio una conexión con el
barrio, la ciudad; un trabajo material, porque además de leer y seleccionar
textos, vendíamos la revista en los actos, la llevábamos a charlas en
sociedades de fomento, escuelas.
–¿El
primer libro?
–La
verdad al viento es una historia de amor y despedida clásica, tiene poemas
libres y rimados. Los títulos de mis libros nacen del título de un poema o de
un verso, en este caso es el último poema del libro. “Hay sol en Buenos Aires”
sale del primero. “Ese sitio sin paz de la memoria”, es la última línea de un
poema dedicado a Santoro.
–¿Qué
recuerdo tiene de Santoro?
–Es
muy fuerte, le hice dos poemas, el primero termina con estos versos: “Tu madre
me avergüenza porque espera / tu regreso imposible.” Cuando estábamos
preparando algo sobre él, la fui a ver, y ella lo seguía esperando. Ya sabíamos
que los desaparecidos eran desaparecidos, pero ella lo esperaba, eso me
impresionó muchísimo. Los amigos me pidieron que contara la experiencia del
grupo Barrilete, y lo hice, escribí una introducción y seleccioné documentos,
cartas y poemas. Informe sobre Santoro vio la luz gracias al editor José Luis
Mangieri.
–En
el texto que sirve de prólogo a Hay sol en Buenos Aires (1975) usted anota:
“Escribo, a veces, como si hiciera el amor. / Otras veces escribo porque no sé
matar.” ¿Cómo era aquel Vásquez?
–Escribí
lo que me pasaba con la escritura, lo que sentía, y en ese final yo pensaba en
mis poemas de amor y en mis poemas de bronca. Nunca fui un tipo violento, yo no
sé matar, a pesar de que en plena dictadura uno llegaba a odiar a esos tipos
que no nos dejaban vivir tranquilos. No, no hubiera podido matar, ese es el
sentido final del texto.
–En
su último libro escribe: “Les queda mi apellido firmando lo que he escrito, /
esa forma piadosa de engañar el olvido.” ¿Cómo es el Vásquez de hoy?
–Soy
el mismo con varios años más, y la perspectiva de la muerte está más presente
en este libro, por supuesto. Cuando estábamos en Barrilete no pensábamos que
con un poema íbamos a cambiar el mundo, pero sí que se podía empujar. Tampoco
queríamos ser famosos, nadie tenía esa temeraria apetencia, creíamos en que uno
podía hacerse oír y que podíamos escuchar a los demás, que la poesía daba esa
posibilidad. Luego caí en la cuenta de que no es así, en la poesía somos 50, 60
nombres que nos conocemos, que nos tratamos, sólo de vez en cuando sucede que
un libro, un poema, llega a gente que está fuera de ese circuito y ocurre la
conexión que uno quisiera. La poesía da conocimiento, a nosotros, pero no
alcanza para que muchos nos conozcan, esa es la forma piadosa de engañar al
olvido.
–En
su último libro le asigna protagonismo a la vida y a la muerte, ¿el poeta avisa
que la despedida ya inició su jugada?
–Estoy
jugado por las cosas que he hecho y por el paso del tiempo, soy un hombre
viejo. Creo que sí, la muerte está mucho más presente, en el libro se
entrecruzan los amigos muertos. Hay un poema “Disposiciones últimas” que
encontré un poco duro, y si bien mi mujer, mis hijos, lo conocen, nunca quise
leerlo en público, pero en concreto ese es mi pedido. Quiero que me cremen y
esparzan las cenizas en algún lugar, basta un buen recuerdo. No voy al
cementerio, los afectos, los muertos familiares, los amigos, están en mí, en
los recuerdos, en lo que tengo. Si fueron poetas, también en los libros. No
están en la tumba.
–Usted
es poeta amigo de la palabra simple, ¿dónde encuentra el disparador para el
poema?
–En
el grupo Barrilete teníamos esa visión del barrio y de la calle, el poeta no
está en la torre de marfil. Nos identificábamos con los versos de Nicanor
Parra: “Nosotros conversamos / en el lenguaje de todos los días / no creemos en
signos cabalísticos”, y eso me quedó de los 60. La palabra sencilla o simple
depende de la voz de cada uno, no es buscado, yo me encontré pensando o
sintiendo eso mientras leía a otros poetas. Es la poesía que se entiende, es
encontrarse con esas palabras. Yo no las busco, las encuentro. El poema a veces
nace en la ducha, aparecen dos versos, ¿el tema estaba instalado?, no estoy
seguro. Sé que necesito un comienzo, esos dos versos, después el poema puede
salir o no. A veces tengo tema, pero todo puede ocurrir cruzando una plaza.
Ando siempre con un papelito encima y anoto, algo sucede o ando soñando
despierto. En mis poemas hay mucha anécdota y poco lugar para la fantasía.
Guardo los comienzos que ahí se quedaron, esas líneas que nunca serán
poemas.
Buenos
Aires es el refugio afectivo de Rafael Vásquez. Nació en Boedo, y se declara
amigo de la poesía del Borges de los primeros libros, de la de Atilio
Castelpoggi y Mario Jorge De Lellis. El poeta es un hombre alto que habla
pausado, que elige las palabras, que sabe de la existencia del silencio. Se
adivina: vive a conciencia despierta. Vive atento a la memoria.
Foto:
Rafael Vásquez, archivo de la talita dorada, 2011.
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