Despacio, tenuemente dibujados
con la caligrafía del alma
reconozco perfiles como antiguas imágenes,
calcos de viejas fotos
convocados a solas,
historias, adivinaciones
entre palabras que descubren la vida,
pedacitos del tiempo,
lo que fue y ya no somos,
aquel desconocido
o aquella cara joven, las miradas ausentes,
los testigos perdidos con que recomponemos
la historia sin certezas de un pasado distante.
Las manos
hablan con su mensaje cálido del presente;
no viajan al pasado
porque el hueco barrido por el tiempo
de otra caricia intensa descifrada en el goce
es sólo un esqueleto de dudosa memoria.
Lo cierto es el abrazo,
la piel actual y tensa,
todo el calor que sube por las manos inquietas,
todo el tacto del mundo con la sabiduría
de un ciego que inventara
la luz de la caricia.
Nunca se quedan mudas
en el amor las manos.
Personajes
sumados al retrato principal de la historia,
con las explicaciones del pasado y las fechas,
lugares que quisimos, pronósticos y azares,
la mudanza de aquello que frecuentó la pena.
Entonces el recuerdo
es un don que se entrega,
una cesión avara que nos pide la muerte
y que sólo contamos para sobrevivirnos
en aquéllos que a veces nos marcaron la vida.
En: “Explicaciones y retratos”, Ediciones el Mono Armado, 2011.
Rafael Vásquez, Buenos Aires, 1930. En los años sesenta formó parte del grupo “Barrilete”. Rafael Vásquez en Aromito.
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