Alguien puso semillas en mi mano:
treinta árboles mañana,
un bosque cincuenta años más tarde.
Aves encontrarán el sur en esos árboles
y lobos encontrarán cobijo
y las hormigas crecerán como un cuerpo
entre las raíces ciegas y soñolientas
y alguna vez una casa y otra casa
construirán esas maderas
y el invierno bajará en sedimentos
y el otoño con su total hastío
pondrá sus pies pesados
sobre los troncos gruesos y no los vencerá.
Nada hará que se quiebren.
Y dentro de cien años cien hombres
serán hombres felices amando a sus mujeres
bajo esos techos amplios,
un perfume de bosque flotará todavía
en los hijos que lleguen,
el mundo será el mundo y la noche la noche
las lechuzas de entonces tendrán ojos más grandes
y comerán gorriones lo mismo que alacranes
y el ratón será mínimo como un insecto extraño,
su pálida pelambre lo volverá invisible
de noviembre a febrero, y no tendrá enemigo:
ni el águila ni el hombre, si acaso, la serpiente.
Treinta árboles mañana,
flores malvas y rojas creciendo en ese bosque…
Ayer, unas semillas que alguien puso en mi mano
y que yo lancé al cielo.
Era una mano roja con lunares. Al frente,
una luz que por muchos años supuse que era la de un faro,
pero no estábamos en un puerto,
el bullicio que oíamos no era el mar,
era otra cosa lo que llegaba y cubría nuestros pies,
no eran gaviotas sino simples palomas las sombras en el cielo.
Sé cuál esquina era en la que estábamos parados.
Atrás se hallaba el mundo y adelante la noche.
Sus ojos me mostraban todo lo perdido.
Para mí la vida había sido el patio de una casa.
Bajo sus pies de algo me hablaba de tierras más lejanas.
Su rostro poseía el color de la madera de los muelles.
Su cabello era el norte.
Él me dijo que la sombra del conejo se deshace en la nieve,
también me dijo que ninguna casa podía ser un país entero,
que un armario no podía ser un castillo,
pero que un patio, aun vacío, podía ser el mar.
No recuerdo su voz pero sí el silbato de un barco que llega.
Las islas al fondo son edificios pero aún no lo sé.
Más allá, la lejanía no es más enorme que mis ojos.
Casi ciego, tomo su mano y cruzo una calle.
Ahí comienza el mundo para mí.
Antes, sólo la sombra, la temprana luz de la madrugada
sobre la hierba seca o la lluvia
como un millar de empecinados relojes de cuerda
que alguien dejó sobre el tejado.
En: “Poesía ante la incertidumbre, antología de nuevos poetas en español”, El suri porfiado / Visor, 2011.
Jorge Galán (San Salvador, El Salvador, 1973).
Ha publicado los libros de poesía La ciudad (Pre-Textos, Valencia, 2011), El estanque colmado (Visor, Madrid, 2010); Breve historia del alba (Ediciones Rialp, Madrid, 2007); La habitación (DPI, San Salvador, 2007); entre otros. También ha publicado la novela El sueño de Mariana (F&G ediciones, Guatemala, 2008); y los libros infantiles Los otros mundos (Alfaguara, San Salvador, 2010) y El premio inesperado (Alfaguara, San Salvador, 2008). Ha ganado en tres ocasiones el Premio Nacional de poesía de su país, 1996, 1998 y 1999. En 2006 ganó el Premio Adonáis de poesía, en 2009 el Antonio Machado y en 2010 el Villa de Cox.
El suri porfiado / en La Plata: Presentación el viernes 9 de diciembre, Centro Cultural Islas Malvinas (Calles 19 y 51), 19:30 hs, La Plata.
Leen los poetas de Poesía ante la incertidumbre: Fernando Valverde (España), Alí Calderón (México), Raquel Lanseros (España), Federico Díaz Granados (Colombia), Carlos Aldazábal (Argentina), Jorge Galán (El Salvador) y Ana Wajszczuk (Argentina).
Anfitriones: Julián Axat y José María Pallaoro.
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