¡AQUÍ VOY, SEÑORA!
Que íbamos a hacer, la puerta estaba bajo guardia
Que íbamos a hacer, estábamos encerrados
Que íbamos a hacer, la calle habían cerrado
Que íbamos a hacer, la cuidad estaba bajo custodia
Que íbamos a hacer, ella estaba hambrienta
Que íbamos a hacer, estábamos desarmados
Que íbamos a hacer, al caer la noche desierta
Que íbamos a hacer, teníamos que amarnos.
Paul Eluard (“Toque de queda”)
En la ciudad florece el jacarandá en este lugar apropiado de octubre
cuando esperamos en un raro clima de extraña calma, un domingo.
¡Señora! ¡Compañera! ¡Quiero ser un loco sin sombra este 23, un loco
entre millones de locos aventurados, insolentes, agotados de fe!
Hace calor en este viernes 21 y fumo una pipa en breve silencio.
La gata me mira de a ratos con su sabiduría de batallas que arden
entre las ramas de la hiedra y en los techos oxidados de cinc
donde los pájaros se reparan del bochinche de las calles de Barracas;
así sucede la vida lejos de los agobiados ejércitos del hambre
que aporreaban las puertas pidiendo con voz empedrada, un pan
mientras el gerente de aguas del Estado, despedido, se derrumbaba
caminando en el kilómetro 21 de Cristiania, en La Matanza,
y llevaba a sus cincos hijos, descalzos, los pies desdentados
molidos por las piedras del camino agreste, a buscar un plato
de insulsa sopa para arropar el frío y llevárselo al rancho que quedó
en un rincón desolado donde no cabía nadie;
lejos de la sombra de los cartoneros, ¿te acordás de ese niño de Lanús
que te pidió un poco de comida, y te contó que tenía 8 años, que no sabía
casi leer, y se llevó dos libros de tu casa, dos libros para niños y
que de pronto, se te ocurrió preguntarle su nombre mientras llegaba
a Finochietto y se detenía a revolver un basurero cuando lo llamó su padre
y antes de partir, giró su cara morena y te respondió suavemente,
apretando su libro y su banana, “Me llamo Jesús, no me olvides”?
El domingo vamos a votar de racimos, de a lunas postergadas y abrazos,
nos iremos a la plaza a juntarnos otra vez, el sueño, la vida, la palabra,
y le podremos decir a la Compañera elegida, a la que brama y te hace
arder el corazón como una rama del jacarandá que no se anuncia
y te muestra sus flores porque quiere explicarte que es nuestra,
que este es otro tiempo, un tiempo que renace pétalos dichosos
y bocas que besan con la furia de los días que vendrán,
¡Señora Compañera, yo estoy loco, son uno de esos del ejército de locos
que tiene un nombre y un derrotero que se junta con el tuyo, con el de ella,
con el de él en una calle de aromos que anuncian esa locura de saber
que al loco de al lado, la loca de enfrente, le late el mismo corazón
que es uno y cientos, porque empuja a una época hacia el abismo
de las mentiras y lo deja como un trasto indolente que no tiene regreso.
¡Señora, Compañera Cristina, estoy preparado,
porque cargo mi locura a cuestas
y voy en la huella de Néstor como el pájaro nuestro de cada día!
Barracas al sur, 21 de octubre de 2011.
Alejandro C. Tarruella (periodista, escritor).