La muchacha desnuda toma el sol,
se vuelve su fuego.
Y a mediodía, bajo el rumor de las frondas,
se hace toda de luz la amarga tierra.
Es verdad que los muertos tampoco duran.
Ni siquiera la muerte permanece.
Todo vuelve a ser polvo.
Pero esta cueva preservó su entierro.
Aquí están alineados
cada uno con su ofrenda,
los huesos dueños de una historia secreta.
Aquí sabemos a qué sabe la muerte.
Aquí sabemos lo que sabe la muerte.
La piedra le dio vida a esta muerte.
La piedra se hizo lava de muerte.
Todo está muerto.
En esta cueva ni siquiera vive la muerte.
En “Tarde o temprano”, poemas 1958-2009, Fondo de Cultura Económica, 2009.
José Emilio Pacheco, Ciudad de México, 30 de junio de 1939.
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