POR QUÉ ESCRIBÍ UNA NOVELA RUSA, ACERCA DE “EL OFICINISTA”
La zona del Bajo, en Buenos Aires, concentra el humus de esta novela. Están las torres de la zona empresarial donde se encuentran desde la Bolsa hasta los bancos extranjeros, las multinacionales y los ministerios. También la marginalidad de humillados y ofendidos que incluye una villa miseria detrás de terminales ferroviarias y de ómnibus y edificios de tribunales de justicia. Como me gusta levantarme temprano, suelo observar a los hombres y mujeres jóvenes, triunfadores de un presunto futuro, elegantes ellos con sus trajes de Hugo Boss, glamorosas ellas con sus trajecitos Chanel, avanzando con paso firme y aire triunfador hacia una oficina en el cielo donde permanecerán cautivos más de diez horas diarias. Y encima se llevarán trabajo a la intimidad del fin de semana.
Parecen haber olvidado a las multitudes indignadas de los ahorristas que golpeaban los blindajes de acero de los bancos. O las más recientes imágenes de los yuppies eyectados de Wall Street llevándose a casa sus pocas pertenencias oficinescas en unas cajas. Estos oficinistas que avanzan a paso firme hacia sus escritorios no olvidaron esas escenas, me digo. Es que miran hacia el futuro. El problema es que el futuro seguramente no los mira a ellos. Y si los mira, más les vale tener miedo.
Por la noche, cuando la City se apaga, en los umbrales de esas catedrales del dinero, bajo las recovas de una avenida y hasta en las cabinas de los cajeros automáticos, empieza a verse a los sin techo, aquellas y aquellos desgraciados pestilentes expulsados de un sistema en el que creyeron. Más de una vez, mientras observaba este contrapunto macabro, me preguntaba cómo escribir sobre estos personajes, que quizá no sean tan diferentes en su degradación del Akaki Akákievich de El capote, de Gógol. O del hombre del subsuelo de Dostoievski. También, ¿por qué no, Bartleby? ¿Y Samsa? También. Nada es casual: en un principio esta novela se llamaría La Perspectiva Nevski. Porque ésta sería una novela rusa. Existencias desesperadas en un mundo absurdo que responde a una lógica: la destrucción del sujeto. En este sentido, al modo ruso, esta novela no es de amor, sino de la búsqueda de amor. Aunque suene cursi. Aunque el amor esté en extinción. Una novela de soledad. Si lo prefieren, una experiencia rusa. De hecho, el protagonista de esta novela es «tan ruso».
Empecé a escribir El oficinista en el verano del 2003. La primera versión, compulsiva, con una relativa velocidad, la escribí en un mes. Ignoraba que su proceso de corrección y ajuste –tal vez la verdadera etapa de escritura– me llevaría seis años. Seis años en los que pasé por diferentes estados de ánimo. En todos fui el oficinista. Es cierto, lo fui alguna vez. Quizá ahora, al escribir, no tenía que observar tanto a los otros como a mí mismo. Si hay una clase que conozco y repudio es la clase media. La clase a la que pertenezco. Se define por su capacidad de sometimiento y traición. Una clase que, en su afán de trepada y con tal de no descender un peldaño en la escala social, se identifica con sus enemigos, los ricos. Es decir, el poder. Lo peor del poder es que nos inficiona. La clase media, tan prolija, la clase media, tan capaz de canalladas cobardes y, con una sonrisa cambiar de canal. ¿Acaso soy mejor tipo por ser escritor? El oficinista también soy yo.
Que mi novela transcurra en un tiempo donde conviven elementos de ayer con la tecnología del mañana no tiene nada de novedoso. Hay ejemplos sobrados en la realidad. Ese tiempo es ahora. Un mundo de Ballard, pero también muy ruso. Cero ciencia ficción. Seamos realistas. Esa gran ciudad sobrevolada por helicópteros y estallando en atentados puede ser la tuya o la mía. Los perros clonados que asoman en la novela no son diferentes de nosotros. La tragedia del oficinista, cuyo destino parece responder a las leyes de Murphy, es decir, las leyes del capitalismo, puede ser la de cualquiera. Después de todo, un CEO, un brand manager, una executive, ¿qué son, sino oficinistas? Piensen nomás en qué ocurriría si pierden el trabajo. ¿De qué abyecciones seríamos capaces, escritores y lectores, con tal de que el poder no pise nuestros dedos agarrados a la cornisa?
En: edición impresa del diario “Diagonales. El nuevo diario de La Plata”. Contratapa del martes 9 de febrero de 2010
Guillermo Saccomanno nació en Buenos Aires en 1948. Su novela “El oficinista” acaba de ganar el premio Seix Barral de novela 2010
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Podrían decirme si G.Saccomanno realiza talleres o tutorías literarias? Gracias, Nora
ResponderEliminarDiez años después te contesto, creo que sí, pero vive cerca de Villa Gesell (donde no sé si da talleres) y cada tanto viene a Bs As y da alguno, por lo menos hasta hace poco tiempo atrás.
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