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martes, 30 de diciembre de 2008

Adiós. Yo digo hola. Hola, hola.

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número 06, diciembre de 2008
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Yo digo hola. Hola, hola. No sé por qué dices adiós. Yo digo hola. Hola, hola. No sé por qué dices adiós. Yo digo hola. Hola.

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Tú dices sí. Yo digo no. Tú dices para. Yo digo sigue, sigue, sigue. Oh no. Tú dices adiós. Y yo digo hola. Hola, hola.
No sé por qué dices adiós. Yo digo hola. Hola, hola. No sé por qué dices adiós. Yo digo hola.

Yo digo alto. Tú dices bajo. Tú dices por qué. Y yo digo no lo sé.
Oh no. Tú dices adiós. Y yo digo hola. Hola, hola. No sé por qué dices adiós.
Yo digo hola. Hola, hola. No sé por qué dices adiós. Yo digo hola.

Oh no. Tú dices adiós. Y yo digo hola. Hola, hola. No sé por qué dices adiós. Yo digo hola. Hola, hola. No sé por qué dices adiós. Yo digo hola.

Tú dices sí. Yo digo no. Tú dices para. Yo digo sigue, sigue, sigue. Oh, oh no. Tú dices adiós. Y yo digo hola. Hola, hola. No sé por qué dices adiós

Yo digo hola. Hola, hola. No sé por qué dices adiós. Yo digo hola. Hola, hola. No sé por qué dices adiós. Yo digo hola. Hola.

Hela, helloa.
Hela, helloa.
Hela, helloa.

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Hello Goodbye - The Beatles
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domingo, 28 de diciembre de 2008

Néstor Mux: dos poemas inéditos


Vecino de compras


Para no contradecir
el ritmo de la naturaleza
avanza lentamente
por el vecindario
sosteniendo la bolsa exigua.

Poca es la compra
y poco parece
el aliento que lo empuja.

Lejos de la deseada
distribución de las riquezas
– empecinado en vivir –
cumplirá su compromiso
de repartir alimento diario,
noticias invariables de la aldea,
panes finales de la sombra.


Es un muchacho que ríe

a Ramón D. Tarruella

Envuelto en lanas
el verano implacable
lo tiene sin cuidado.

Es un muchacho que ríe
excluido de toda razón
y excluido del mundo,
sentado, solo,
en un cantero de la plaza.

Las alternativas
en que parece apoyarse
son igualmente amargas:
se ríe por no llorar
o se ríe de nosotros.

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sábado, 20 de diciembre de 2008

Las Malvinas Rock – Trío Lluvia (circa 1975)


CHAU, LOCO, MATÓ ESE LUGAR


     Siempre me gustó el folk o grupos de reminiscencias folkianas. Escuché por primera vez este tema en 1975. Está en el primer disco del Trío Lluvia (de los hermanos Sardou y la Nora Basile). Es un tema de Jorge Durietz (el de Pedro y Pablo ¿recuerdan?, Miguel Cantilo era Pablo y Durietz era Pedro, o al revés, igual no creo que importe demasiado). El Trío Lluvia sonaba lindo (los llegué a ver creo que en un recital de Vivencia), grabaron 3 Lps (I, II y III) entre 1975 y 1977. Las revistas especializadas (¿?) de la época (tipo Pelo) les dieron con un caño. Buenos compositores les cedieron temas: Willy Gardi (el violero líder de El Reloj) les pasó un blues, “Blues para cierta gente”, en Lluvia II), Durietz un par de temas que después incluyó en otro hermoso disco: “Melimelum”, Charly García dos hermosas canciones en Lluvia III (Pensé dos palabras y Te daré algunas cosas, esta última Charly la grabó en el CD “Sinfonías para adolescentes”, en uno de esos retornos de Sui Generis).


     A los 16 años me gustaba mucho este tema (porque de alguna manera pertenecía a la corriente nacional y popular); distinto fue a partir de abril del 82, cuando los milicos se mandaron la locura de Malvinas, último manotazo de ahogados. Recuerdo que con mi amigo Charli (pidamos peras a Olmo) fuimos al Festival de Solidaridad en Obras Sanitarias. Poco duramos. Nos volvimos por la mala onda y por otras cosas que sería largo enumerar en este espacio. Llegamos de noche a la casa de mis viejos en City Bell, estaba Spinetta en la tele haciendo su set acústico. Después todo terminó con “Algo de paz” (un deseo más que una confirmación).


Poesía y Malvinas: Poemas de Caso Rosendi, Coto, Villanueva, Raninqueo


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Gustavo Caso Rosendi

(de Soldados, inédito)


Una receta para el Gato Dumas

Primero: robarse un paquete de fideos
del cuartel “Moody Brook”
Segundo: ponerlos a hervir en el casco
con agua de una charca cercana
El secreto es el condimento
(la pintura va saltándose del acero
a medida que se recalienta)
Tercero: servir en marmita
perfectamente abollada y tiznada
Cuarto: sentado sobre una piedra
comer lentamente como si fuese
el último bocado que se vaya a saborear

...

Ese día el soldado Aguilera traía el sol
Como un ciprés harapiento
bajo la rama verde de su brazo
el soldado Aguilera traía el sol
No venía con la mirada caída de otros días no
Se recortaba triunfante en la colina
apretando al sol-rehén bajo su axila
contagiado por la luz
Se acercaba como el amanecer
agigantándose a cada paso
Ya entre nosotros lo sujetó contra el suelo
clavó su bayoneta en el ojo dorado
y rápidamente nos llenamos manos
y bocas con esa carne de cíclope
que sabía a dulce de batata

...

PASE INGLÉS

Dados tirados al sol
luego de una noche
en que la mano del destino
nos agitó por las colinas de Wireless Ridge

...

GURKAS

Mercenarios de perfil bajo
(los únicos que los vieron
ya no están)

Cuchillos fantasmales
cortando los sueños

¿Pero acaso nosotros
no veníamos del país de
las picanas sobre las panzas
embarazadas?

¿Quién le tenía que tener
miedo a quién?

...


Patricia Coto

(de Libro de Navegación, 2003)

Piloto Argentino hallado en Malvinas

Lo peor no fue el estallido
ni la pulverización de los huesos.
Lo peor fue ese segundo,
como cuando me caí de la hamaca,
cuando clavé los talones en la piedra
y luego, el pedregullo me segó las rodillas.
Siempre siento un ardor cuando hay humedad
como ahora entre la turba.
Lo peor fue tocarse el mentón
y sentirlo dormido,
como ahora que no escucho mi cuerpo.
Lo peor, el altímetro a pico
y ese ruido acompasado de la cadena de la hamaca,
que se mete entre las escotillas,
que es viento, un misil tenaz,
acaso mi pensamiento.

...

Alejandro Villanueva

(de El viento también recuerda, 1996)

Las llamas alargadas exageran sus muecas de risas de dientes
helados
juegan con las sombras
un naranja mortecino ilumina sus caras
masticamos los restos de una oveja
y los huesos son devueltos al fuego

Desconocidas muertes soplan los leños y
liberan humos en júbilo
pariendo
de sus entrañas una silueta emerge
como espuma en charcos empavonados

Rita pisa las uñas de las llamas
pisotea mi débil espíritu
lleva puesta la tanguita blanca de Villa Gesell
asoman lluvias de sus piernas doradas y un leve
ritmo a cenizas inquietas
la cabeza tirada hacia atrás tiene los ojos cerrados
con sus tetas sacude víctimas y me apunta
su pelo azul abierto
en abanico de póker de corazones estalla

Rita danza transhumeantes bandadas de amor

Las tripas de mis ojos derraman mil susurros
serenos y afligidos
todos vomitamos pedazos de oveja

Rita riega cómicas virutas rojas y la tanga cae
como moneda de plata irritada por el frío
su cuerpo de humo bulle en el delirio hecho carne
huele al carbón de un palacio en llamas

Toman a Rita de la cintura
la bajan del pedestal de fuego
llevan su figura humeante
como el trofeo de un grand-prix
escucho gritos
esa risa que ella enciende cuando está feliz

Las brasas en el fondo de las brasas dibujan cielos infieles
a la soledad le crecen mujeres
de vuelo inverso a la cigüeña

...

Martín Raninqueo

(de Poemas al Flautista, 2003)

Soldados en la trinchera

Aceitunitas del miedo tiznadas,
turbadas en una boca de tierra.
.

Partes de Guardia
Haikus (inéditos)


Percute la lluvia
el techo del pozo
(hago que leo)

.

Noche de frío
(¡que ella me sueñe
a su lado tendido!)

.

Nadie a la vista
Salvo el viento
jugando con una olla

.

Ovejas del monte
de lejos parecen
¡rebaños de nubes!

.

Dulce es el viento
si no arrastra gritos
y esparce la nieve


El estaqueado

Sobre la turba
ramita verde
muriéndose de frío

.

Sol en el monte
Cantamos el Himno
(fingimos coraje)

.

Nadie a la vista
salvo la niebla
que está borrando el Longdon

.

Luciérnagas de muerte
llegando el ocaso
Vienen del mar

.

Brusco es el viento
que empuja a un soldado
herido en el monte

.

Helada tarde
Aturde el silencio
si duda el mortero

.

Copos sobre copos
Caen gotas rojas
(una tras otra)

.

¡Brama, fusil!
Festeja con nosotros
el fin de la guerra

.

Ventisca y tristeza
Camino al Canberra
que está en alta mar

.

Tras la bruma
los niños que fuimos
nos están gritando: adiós

.

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Poesía y Malvinas: Cómo se escribe una guerra por Martín Raninqueo

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Cómo se escribe una guerra

EpA!, 2007


Las Islas Malvinas constituyen uno de los grandes mitos argentinos. Mito clavado en el “pechito argentino” como una escarapela en un guardapolvo. Crecimos con la frase: “las Malvinas son argentinas” sin preguntarnos, salvo algunas excepciones, cuánto de cierto había en esta afirmación. Durante la dictadura desaparecieron 30.000 militantes del campo popular, mientras una buena parte de la población seguía contrayendo los virus del chauvinismo, del patrioterismo y muchos argentinos se autoproclamaban “derechos y humanos” desde una calcomanía pegada en sus autos. Éramos los campeones del mundo. Muchos fueron los que sintieron estar un escalón más arriba que el resto de los países latinoamericanos, a la vez que se agotaban libros como Cuentos para leer sin rimmel de Poldy Bird y se esfumaban los pasajes a Uruguayana para ir a comprar manteles de papel y televisores a color. Éste era el escenario social, a grandes rasgos, en la época de la guerra de Malvinas.

El conflicto que me planteó la vuelta de Malvinas no era pasible de solución intelectual, de manera que comencé a escribir algunos poemas relacionados con la guerra. Poemas para saber. No fue un gran hallazgo de mi parte haber escrito un poema que muestra en estas islas casi simétricas la figura de dos manos. Distintas manos aparecen a lo largo de nuestra historia. Dos manos como las del escudo argentino, las manos del General Perón, aquéllas que saludaban al pueblo y que fueran luego arrancadas de su cuerpo, como fueron arrancadas las islas del territorio argentino, las manos que, con un pulgar hacia arriba, nos decían: “Argentinos, a vencer”, las manos que con un pulgar hacia abajo condenaban a un preso político a ser arrojado a las aguas del Río de la Plata. Las manos que aplaudían desde los cuatro costados de la Plaza de Mayo esta guerra absurda.

Carlos Gamerro, autor de la novela “Las Islas”, nos dice en un artículo de Página 12: “…las Malvinas pertenecen a nuestro inconsciente colectivo, que tiene mucho de sedimento de un incesante goteo ideológico que lleva generaciones, pero aun así, corresponden a nuestro lado oculto, inaccesible a la luz de la razón. Por algo la izquierda con sus pruritos racionalistas nunca ha sabido qué hacer con ellas; para la derecha en cambio, cuya relación con la realidad es básicamente irracional y paranoica, tienen un valor sin límites: lo ínfimo usurpa las proporciones del universo, como puede ilustrar el siguiente silogismo de Brito Lima: Los argentinos amamos a Malvinas. Eva Perón es la corporización de Malvinas. Yo defiendo a la Eva como si fueran las Malvinas. La guerra de Malvinas no fue una guerra anti-imperialista, si bien hay una parte de verdad en ello. A mi entender, ésta es la misma falacia que utilizó Thatcher para legitimar su guerra contra nosotros: Como nos enfrentamos a una dictadura, estamos a favor de la democracia.”

El Ejército de la “Argentina Potencia”, formado en la ideología de Napoleón, de Hitler, que implantó la Doctrina de Seguridad Nacional, el 2 de abril de 1982 pretendió ilusoriamente el reconocimiento de sus mayores por el trabajo de “limpieza” realizado contra el campo popular y por su colaboración con la Contra-revolución nicaragüense. Pero a partir de Malvinas, los países poderosos no se han enfrentado entre sí. Por el contrario, se han unido para ejemplificar al Tercer Mundo, así como a todos aquellos que se atrevan a intentar sacar los pies del plato. Luego de la caída de la dictadura, sobrevinieron políticas de “desmalvinización” y alineamiento a las grandes potencias, ejemplo de lo cual fue el ex presidente Carlos Menem cuando enviara dos tristes barquitos a pelear al lado de los ingleses en la Guerra del Golfo en la época de las “relaciones carnales”.

¿Cómo se cuenta una guerra desde la literatura? Mi respuesta es que se debería escribir del mismo modo en que se aborda cualquier otro tema, es decir, con los mejores recursos estilísticos, de retórica, de poética, sumados a la intuición que el autor emplea invariablemente. Como ejemplo, existen de hecho distintas formas de contar una guerra: los relatos de Ambrose Bierce, novelas como “Los Pichiciegos” de Rodolfo E. Fogwill (que el autor empezó a escribir antes de la rendición argentina y con ausencia del elemento épico), “Las Islas”, anteriormente citada, donde el autor relata la historia de Felipe Félix (un hacker ex combatiente que descubre que la guerra no ha terminado), los poemas de Thomas S. Elliot, Guillaume Apollinaire, Giuseppe Ungaretti, la poesía Palestina de combate, el sitio Poets Against War, que agrupa a poetas de todo el mundo en contra de la guerra de Irak y donde participa, entre otros, el poeta norteamericano Lawrence Ferlinghetti, y etc.

Al cumplirse el 25to. aniversario de la guerra del Atlántico Sur, varias publicaciones dedicaron un espacio a la reflexión sobre Literatura y Malvinas. En el número 9 de la revista Puentes, Martín Reyero sostiene: “El ámbito Malvinas ya está en nuestra literatura. Pero hay todo un espectro de voces posibles que no suena en él. Las voces de aquellos para quienes a la vez Malvinas es una batalla que no cesa y una metáfora de su tragedia. La inexistencia de esas voces resulta un problema de la literatura argentina, cada vez más proclive a generar un solo tipo de voces: las asignables a la clase media de las ciudades. ¿Cuántos ex soldados de la Matanza, Corrientes o Chaco acceden -como Felipe Félix- a una computadora? ¿Cuántos no tienen trabajo, vivienda, asistencia sanitaria, agua corriente y un largo etcétera?”

La poesía argentina también ha escrito sobre Malvinas. Quizás entre los poemas más recordados caben mencionar “Juan López y John Ward” y “Milonga del muerto” de Jorge L. Borges. En algunos artículos publicados sobre el tema se omite, seguramente por desconocimiento, el libro El viento también recuerda (Ediciones Último Reino, 1996), realizado por ex combatientes que residen en la ciudad de La Plata y prologado por Vicente Zito Lema. La característica de estos textos, a diferencia de otros tales como los incluidos en la antología Cómo los poetas les cantaron a las Malvinas (Editorial Plus Ultra, 1978), es la de huir de las prerrogativas nacionalistas y de reivindicación de la causa justa. Los poemas y relatos de El viento también recuerda nos conmueven desde otros lugares: la visión de Alejandro Villanueva que alucina a su novia Rita emergiendo entre las llamas de una fogata, o las líneas contundentes del poema “Abril nos traería” de Gustavo Caso Rosendi. Otros poetas platenses se han acercado al tema desde distintos ángulos. César Cantoni incluye a un ex soldado y sus secuelas post-Malvinas en el poema “Portal de San Ponciano” de su libro “Cuaderno de fin de siglo” (Ernesto Girard Editor, 1996): “...Hay un ex combatiente sin un brazo / vendiendo baratijas...” Por otra parte, Patricia Coto versifica la experiencia fatal de un piloto de avión en “Libro de Navegación” (Axis Mundi, 2003).

Probablemente las últimas publicaciones poéticas sobre el tema pertenezcan al periodista Carlos Giordano con su libro “Malvinas” (Edulp, 2005), y a “Soldados” de Gustavo Caso Rosendi, que contiene algunos poemas que ya han salido a la luz en diversas revistas nacionales y extranjeras -además de en algunos sitios de Internet como en poesía la plata- pero que aún no han sido editados.
Para finalizar, diría que escribí mi guerra con mis miedos, mis dudas, mi aversión al chauvinismo y mis contradicciones, pero sobre todo con mucho silencio. El silencio del cielo, imperturbable ante nuestra tragedia. “Porque la verdad necesita pocas palabras”, a decir de Gamerro y “…la mentira habla sin parar”, tal como lo hace cada 2 de abril, cuando escuchamos discursos vacíos en cada palco armado para la ocasión. Poemas y canciones que escribí con el silencio que nos debemos cada 14 de Junio. Y, citando nuevamente al autor de “Las Islas”: fecha de la derrota de la guerra y de la recuperación de la incómoda cordura de la realidad.”

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Martín Raninqueo es músico y poeta platense. Publicó El viento también recuerda (1996), Poemas al Flautista (2003), editó el C.D. Poemas (2000) junto a Gustavo Caso Rosendi e integra diversas antologías. Participó en el XV Festival Internacional de Poesía de Rosario (2007). Como músico, grabó Después del incendio (1998), Ffff (2001) y Gorrión Criollo (2007). Formó parte de dos producciones colectivas: Música de Mercociudades (1999) y Adentros (2005).
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"Malvinas: Postales de retaguardia" por Carlos Aprea


Malvinas: Postales de retaguardia

EpA!

Por Carlos Aprea


A los muchachos que aún osan recordar,
sobre sus propias heridas
y son fieles a la inocente valentía que cayó en Malvinas


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2 de abril de 1982

Alrededor de la mesa familiar nos encontrábamos los cuatro hermanos y mi madre, atrapando entre sus manos un gastado delantal. Todos silenciosos y aún azorados frente al televisor, que inundaba el mediodía de sones triunfales de guerra. Entonces irrumpió el viejo, con esa convicción violenta, que impedía toda sombra sobre la hondura y honradez de sus sentimientos, pero también dejaba fuera toda posibilidad de duda, de sospecha, de pensar de otra manera.
-¡Por fin estos milicos hijos de puta hicieron algo bueno!- Vociferó, casi a los gritos, como cuando un referí vendido cobra penal para el lobo, tres minutos antes del silbato final, y nos salva de una derrota. Era difícil no contagiarse de esa alegría rabiosa, de esa descarga. Aún cuando en ese mismo instante, el discurso alucinado de un general en el balcón de la Rosada, nos ensombrecía el rostro y el mismo escalofrío de terror silenciaba a mis hermanos y a mí. Desde el barrio, siempre alejado de todo, veíamos a la multitud por la pantalla; el mar de banderas argentinas, los gritos de muchos, que se parecían al viejo, y el rictus sonriente del “sublime” borracho general. Me levanté en silencio, me fui al fondo de casa, prendiendo un cigarrillo, y no pude dejar de pensar en ese preciso lugar de la huerta, donde hacía unos años atrás, mamá quemó todos mis diarios y revistas políticas, urgida por el miedo y los chismes de las vecinas.


25 de mayo de 1982

Salimos callados de la improvisada sala de ensayos. Un frío garaje con entrada imperial, una de las tantas casitas de italianos del barrio de Los Hornos. Yo estaba contento, sin embargo. El ensayo había sido bueno. Hubo “química” entre el flaco y yo, el Bufón y el Rey, los protagónicos de una obra difícil, un gran desafío para un actor inexperto pero entusiasmado. Nos conocíamos poco con el tano, el había llegado de Italia, pocos meses atrás, donde resolvió su destino de director teatral, y nos contactamos en una clase común de entrenamiento corporal. Esta era una época de pocas palabras calientes y muchas miradas, todos buscábamos algo indecible y entre nosotros circulaba aún la invisible serpiente del miedo y su peor cría: la sospecha.
Caminamos hacia el colectivo, absortos en nosotros mismos. Hice algunos comentarios sobre las reiteradas modificaciones al texto, que el tano insistía en proponer, mientras caminábamos bajo un cielo nublado y ráfagas de viento helado.
Entonces el tano gritó, con la voz cortada por una emoción largamente masticada:
- ¡Qué mierda estamos haciendo acá, mientras esos pibes están cayendo como pajaritos!.
Permanecí callado unos cuantos metros, golpeado por esas palabras inesperadas. De pronto asomaba un tipo con su historia y sus dolores, y pisaba impunemente a la maldita serpiente.
– Hacemos teatro, hacemos lo que podemos hacer, para cuando vuelvan.- Dije, en vos alta, tratando también de convencerme, con mis propias palabras, que esa vida nuestra tenía algún sentido. Apenas lo lograba en esos días, cuando cada encuentro verdadero se parecía al hallazgo de una piedra preciosa.
El tano me miró, con una mezcla de rabia y derrota que yo no conocía en él y como surcando un cuchillo destemplado, tajeó el aire con sus ojos:
- ¿Cuántos volverán?,¿y cómo?, ¿a dónde, a qué país?-
No pretendía una respuesta. Yo no podía improvisar ninguna, comprendía entonces que el arte del actor no elude la verdad pero se nutre apenas de la verdad posible.


12 de junio de 1982

¿Porqué estaba allí, en la esquina del Camino Centenario y Arana? No alcanzo a recordar ahora. Necesitaba cigarrillos. Era media mañana. Tenía una campera azul oscuro, la barba crecida y desalineada, el pelo largo, lo recuerdo. Pero no sé qué carajo estaba haciendo ahí esa mañana. No tenía auto en esa época y era media mañana, supongo que sábado, porque de lo contrario hubiese estado trabajando. No lo sé. El caso es que crucé las calles en diagonal, desde la estación de servicio, directo al pequeño quiosco y pedí Particulares. No se porqué, pero no estaba de buen humor.
Me atiende un viejo, de una edad difícil de precisar ahora, tendría 55 o 60 años pero estaba medio arruinado, demasiados años en una oficina o en ese quiosquito destartalado.
-¿Y?,¿qué le parece?- me dice, mientras me entrega el vuelto- ¡Al final estos pendejos cagones perdieron...!-
Lo miré a los ojos, entre el vidrio partido de la ventanita por donde me atendía. Miré a los ojos de esa cara grasosa y gastada, vaya a saber por qué rutina o cuántos años de renuncia y cobardía. Por adentro, algo subió de mi, abrupto como un vómito, y le grité:
-¡Viejo hijo de puta!, ¿porqué no fuiste vos allá?, ¡porqué no te anotaste como voluntario y te cagabas bien de frío, antes de hablar pelotudeces!.¡Hijo de remil putas y la puta madre que te parió!-El pobre imbécil reculó, espantado, temeroso. Yo me fui. No se para dónde iba. Me fui temblando de rabia, de asco. Con ganas de pegarle a alguien, con ganas de encontrar refugio. Llorando. El cielo seguía nublado. No se para dónde iba. No se cómo me fui.

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Carlos Aprea nació en La Plata en 1955. Tiene dos libros de poemas publicados: La intemperie, 1999 (cuya versión completa editamos en POESÍA LA PLATA) y Abrigo, 2006. Más poemas: http://www.laintemperie.wordpress.com
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viernes, 19 de diciembre de 2008

Acerca de los libros “Museo de varias artes” y “Palabras en Juego” de Juan Carlos Moisés

EpA!, 2007

Poema-vida, poema-hombre

Por Virginia Fuente

Palabras en Juego
Juan Carlos Moisés
Ediciones La Carta de Oliver, 2006

Museo de varias artes
Juan Carlos Moisés
Ediciones El Camarote, 2006


“Palabras en Juego” y “Museo de varias artes” son los dos últimos libros del escritor chubutense Juan Carlos Moisés (Sarmiento, 1954).
La mirada detenida del hombre sobre la propia escritura, sobre el poema y sobre la naturaleza los transita, desplegándose en dos propuestas singulares. Los poemas breves de “Palabras en Juego” condensan la inquietud, la reflexión, la práctica de la poesía y la vida mientras que en “Museo de varias artes” el tiempo es fundamental para el desarrollo del poema. La extensión de los tres poemas que conforman este libro refleja en la forma la maduración de los ciclos naturales y los de búsqueda y trazado de la experiencia de vida y la materia poética.

Palabras en Juego” (ver antología y entrevista a Moisés en el espiniyo /04) está dividido en dos partes: “Romper el poema” y “Escribir el poema” en las que las palabras indagan en la búsqueda de una forma, de una materia particular que diga otra cosa, o que va en la búsqueda de decir algo huidizo: en la primera parte el sentido, la esencia del poema, eso que el poema es y no puede decirse porque no está en las palabras sino en la experiencia, de la escritura y de la vida. El poema es experiencia y vida.

En la segunda parte, lo que se dice es la experiencia, que es poema. Entonces, primero se rompe el poema para lograr el encuentro (el enfrentamiento) con uno mismo, con la soledad, la búsqueda, los primeros trazos que empezarán a tomar forma: primero romper el poema para luego poder escribirlo: hablar del hombre, de la vida, la síntesis de la praxis vital que es la escritura del poema. En esta segunda parte surge la vida del hombre, la infancia, el amor, el paso del tiempo en la imagen de un invierno persistente. Ése es el encuentro al que lleva este libro, encuentro vivo entre poesía y existencia. Moisés traza ese camino en poemas breves, donde la experiencia vital de la poesía está condensada. Los poemas son pequeñas figuras certeras que abren la lectura en múltiples direcciones:

como los dados
un instante antes de detenerse
”.

“El damasco”, “El manzano”, “El ciruelo”, son los tres poemas que conforman “Museo de varias artes”. El hombre observa el árbol, la naturaleza, la vida. Mira el detalle del árbol:

esas ramas desiguales modifican
las cosas dispuestas de antemano
”,

mira la historia de esa vida, y la historia propia que el árbol le devuelve. La naturaleza en su transcurrir le devuelve al hombre una imagen de su existencia y entonces observa de manera activa, reflexiva, perceptiva, siente la vida del árbol y su vida, y esa vida se traduce en palabra, el hombre siente en la palabra, por la palabra:

mirándolo me miro a la cara
para interrogarme
…”,

dice la voz que recorre el poema en “El damasco” y en “El ciruelo”:

La nieve nos recuerda cosas
y produce asociaciones que se adelantan
a los hechos y a la esquiva
finalidad de la poesía
”.

Entonces, el árbol ya no es árbol: es poema. El poema que le devuelve al hombre la imagen de sí mismo, las ramas del poema en las que se despliega la vida. Los mundos se cruzan y queda a la vista lo que los contiene y es su sentido (significado) y fundamento: el poema-vida, el poema-hombre,

cosa viva, en continua rebelión,
inapresable
”.

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Virginia Fuente nació en La Plata en 1976, aunque vivió en Trelew hasta su adolescencia. Es profesora en Letras. Coordina Talleres literarios y da clases de lengua en escuelas secundarias. Tiene publicado un libro de poemas: Otro lugar (Edulp, 2006). Poemas de VF en
POESÍA LA PLATA.
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domingo, 7 de diciembre de 2008

Acerca de nuestra leyenda original: “La Plata, ciudad de poetas”



EpA!, 2007

Divagaciones humorísticas en torno al ejercicio legal de la poesía

Por Guillermo Pilía

Mi amigo Juan Pablo Silveiro es un caso extrañísimo dentro de la historia de la literatura platense. Llegó, como tantos otros jóvenes, del interior de la provincia a fines de los 50. Ingresó a la carrera de Letras, y apenas recibido, publicó un sobrio libro de poemas, muy bien impreso, con versos medidos y rimados. Nunca más volvió a editar, y aunque de tarde en tarde despunta el vicio componiendo alguna poesía jocosa, se sentiría muy ofendido si alguien lo llamara “poeta”. Digo que mi amigo Juan Pablo es un ejemplar rarísimo, porque la mayoría de los que pululan en el ambiente literario, con mucho menos antecedentes, no sólo no sienten vergüenza cuando se los llama “poetas”, sino que se sentirían agraviados si alguien se olvidase de hacerlo. En cualquier otro lugar del mundo, quizá la cosa no sería tan grave, pero en La Plata, que es la “ciudad de los poetas”, la cuestión es mucho más peliaguda.

Según las estadísticas, siete de cada diez habitantes de la ciudad se consideran poetas. Cualquiera que haya escrito unas rimas de amor o alguna coplita futbolera se siente en su derecho de ser llamado así. ¿Y quién tiene la autoridad suficiente para denegárselo? Acá la gente nace sabiendo que esta es la “ciudad de los poetas”; nada más natural, entonces, que casi todos nos sintamos con atribuciones para titularnos como tales. Ahora bien, como decía el maestro Domingo Ortega, una cosa es dar pases y otra muy distinta es torear. Pero si en el mundo de los toros esto está muy claro, en el de la literatura, donde las cornadas son a veces peores, la atmósfera es quizás más confusa.

Primero habría que analizar de dónde viene eso de la “ciudad de los poetas”. Sabemos que La Plata es muy joven, apenas 125 años, que en términos históricos es nada. El problema de las urbes recién fundadas es que no tiene leyenda, pero como los hombres no podemos vivir sin esa dimensión que aguije nuestra fantasía, entonces tenemos que inventarla. Un par de hechos fortuitos se conjugaron para armar nuestra leyenda original: el nombre de La Plata surgió de la cabeza de un poeta, José Hernández; después, el día de la fundación, una poetisa escribió un poema alusivo que se depositó bajo la piedra fundamental. El destino de La Plata estaba así, de alguna manera, marcado.

Por aquellos años —1882, 1883— esta era una especie de ciudad fantasma. Pero en 1885 se instaló aquí el primer poeta, Matías Behety, con su tisis, su alcoholismo y su melancolía romántica. Apenas si vivió en la ciudad unos meses. Murió y fue sepultado en el cementerio de Tolosa. El resto de la historia es bastante conocida: cuando se trasladaron los cuerpos a la actual necrópolis, apareció un cadáver momificado y fosforescente, que no era otro que nuestro primer poeta. El pueblo peregrinaba al cementerio para contemplar a la momia y hubo quienes le atribuyeron incluso poderes curativos. La leyenda ya estaba instalada, y hasta con componentes sobrenaturales.

Después de Behety, llegó a La Plata para sobrellevar sus miserias el bueno de Almafuerte; vivió —su correspondencia es bien clara al respecto— malhumorado y dependiente del alcohol, y murió lleno de deudas. Vino después la generación que Rafael Alberto Arrieta llamó “la primavera fúnebre” de La Plata: Abigail Lozano, Pedro Delheye, Héctor Ripa Alberdi, Alberto Mendióroz, Francisco López Merino... Todos murieron muy jóvenes, algunos con demasiada precipitación. El paradigma fue López Merino, quien agregó la nota trágica del suicidio. La Plata no sólo iba cumpliendo con ese destino original azaroso, no sólo era una ciudad de poetas, sino de poetas que la pasaban mal, morían jóvenes o trágicamente.

La leyenda de la “ciudad de los poetas” terminó de sellarse con la “generación del 40”. Ya habían pasado los tiempos románticos de Behety, Almafuerte o López Merino. Por razones económicas, profesionales o intelectuales, llegaron a La Plata un conjunto de escritores del interior de la provincia, que aquí se mixturaron con los bardos locales, que no eran pocos. Este fue un momento particularmente rico para nuestras letras, porque casi simultáneamente estaban escribiendo aquí Albarracín Sarmiento, Amaral, Casey, Catani, Ciocchini, de Isusi, Fiori, Ghida, Granata, Guglielmino, Lahitte, Mombrú, Núñez West, los dos Ponce de León, Pousa, Venturini, Tiberti; e iban afilando los lápices Casalla, Lerange, Alba Swann, Porro, García Saraví, Silvetti Paz, Speroni. Quizás fue este el momento en que la leyenda cobró más visos de realidad.

A los que nacimos después, ya nos contaron de chicos que esta era la “ciudad de los poetas”. Nos mostraban la casa de Almafuerte, el busto de López Merino, la tumba de Behety. De vez en cuando, incluso, llegaba hasta aquí algún poeta ilustre: Juan Ramón Jiménez, Gerardo Diego, Rafael Alberti. Por si fuera poco, abríamos el diario y nos encontrábamos con “Prosa y verso”. Nada más natural que muchos de nosotros —siete de cada diez, según las estadísticas— quisiéramos ser poetas.

Pero ya lo decía el maestro Ortega: una cosa es dar pases y otra muy distinta es torear. Una cosa es escribir versos y otra diferente es ser poeta. Evidentemente, no basta con haber nacido en La Plata, con saber que Panchito se suicidó en el Jockey Club y que Fernández Moreno estuvo aquí de practicante cuando la ciudad todavía era una aldea. ¿A quién hay que dar el tratamiento honorífico de “poeta” y a quién hay que negárselo?

Alguien podrá decir: “Un poeta, para merecer tal título, no sólo tiene que escribir, sino también publicar sus poesías”. Por lo tanto, será más poeta quien más publique, quien demuestre una continuidad en la gaya ciencia a lo largo del tiempo. Pero este criterio, en una ciudad de tan curiosa vida cultural como la nuestra, pronto queda desacreditado. Hubo grandes poetas que publicaron muy poco, por ejemplo Alberto Ponce de León, que editó un solo libro; y sin embargo, a nadie se le ocurriría poner en duda que fue un gran poeta. En contrapartida, hay otros casos de versificadores sumamente prolíficos, que sacan a la luz uno o dos libros por año —también habría que discutir a qué llamamos “libro”— y a los que, no obstante, sería descabellado considerar poetas.

Es evidente que un poeta no se mide por lo que publica. Es más: hubo el caso en La Plata de uno que se resistió heroicamente y durante muchos años a publicar. Su propósito era crear otra leyenda: la del poeta que fue tal y pese a que nunca publicó. Finalmente, un editor amigo se largó a publicarlo y yo mismo hablé en la presentación del libro, con lo que el legendario poeta pasó a engrosar la fila de los poetas que no tenemos leyenda. Todavía queda un caso más asombroso: el de un poeta —en el sentido original de la palabra— que nunca escribió nada, y a despecho de esta contingencia llegó a ser presidente de la Sociedad de Escritores.

Otros podrán decir: “Un poeta se mide por el reconocimiento de los demás poetas”. Si seguimos esta lógica, entonces será más poeta el que tenga más participación activa en la vida cultural, o el que haya obtenido más premios literarios, ya que es fundamentalmente en los concursos donde los escritores más experimentados valoran a los bisoños. Pero pronto nos damos cuenta de que es otra falacia. Hay personajes abonados a la sección de sociales de los diarios —suelen fotografiarse junto a los directores de cultura de turno—, mientras que otros trabajan honestamente en las sombras, al margen de los contratos oficiales. ¿Y los premios? Un poeta como Horacio Preler —poeta cabal y con mayúscula— sólo consigna en sus datos un premio literario, mientras que otros llenan páginas con la enumeración de sus lauros. ¿Es más poeta que Preler uno que obtuvo cuarenta veces la décima mención de honor en los juegos florales de El Zapato? Preler sólo menciona un premio, pero es el premio de poesía de la Academia Argentina de Letras...

Como puede verse, la cuestión no es nada fácil, y el origen del problema es el haber nacido o vivido en una ciudad a la que llaman “de los poetas”. En la práctica de la convivencia literaria, las aguas parecen separarse con mayor claridad. Por ejemplo, los verdaderos poetas tienen mucho olfato para detectar a los que no lo son, o a los que se apartan del buen camino. A una cena a la que se había invitado indiscriminadamente a cualquiera que se considerase versificador, llegó una famosa figura de nuestras letras y, mirando a la sala colmada de gente, me dijo: “Qué lástima que no haya venido ningún poeta”.

Una posible solución al problema sería la de determinar, mediante instrumentos científicos, quién está habilitado y quién no para el ejercicio legal de la poesía. También se llama a La Plata “la ciudad universitaria”, y no por eso el setenta por ciento de los platenses se hace llamar “doctor”; para ello existen las Facultades que examinan a los aspirantes y confieren los títulos de grado o de posgrado. De la misma manera, podría constituirse un Organismo, un Alto Tribunal que otorgue el título de “poeta”. Y un Colegio de Graduados en Poesía que vele por el correcto ejercicio de la profesión, imponga el silencio a quienes no son “poetas matriculados” e incluso inhabilite a los que no son solidarios con sus pares y se dediquen a hacer rosca con el diablo.
Mientras aguardamos la llegada de algún mesías literario que encuentre la solución al problema de la “ciudad de los poetas”, lo mejor es que las cosas sigan como hasta ahora, un poco mezclada la Biblia con el calefón. Cuando La Plata tenga no ya 125 años, sino 1250, quizá todos los que hoy nos consideramos con fueros de poetas estemos en el más absoluto olvido. Y acaso entonces los arqueólogos exhumen la obra inédita de algún ignoto versificador de café y lo declaren ante el mundo como el poeta emblemático de la ciudad.
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Guillermo Pilía (La Plata, 1958) es profesor en Letras, poeta y escritor. Sus últimos libros son "Herido por el agua" (poesía, 2005), "Días de ocio en el país de Niam" (cuentos, 2006) y "Vicente López y Planes y El triunfo argentino" (ensayo, 2007). Es director de la Cátedra Libre de Literatura Platense “Francisco López Merino” de la Universidad Nacional de La Plata.___

sábado, 29 de noviembre de 2008

Juan Gelman: Acerca de escritura y militancia. Walsh. Urondo. Conti.

número 05, noviembre de 2008
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las cosas que yo amo reservan un rincón de abrigo
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“Lo que me parece importante destacar es que ellos se murieron, pero todo lo que hicieron, desde sus actos hasta su literatura, fueron hechos de vida.”

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Juan Gelman: “(...) en los años `45 y `46, cuando termina la Guerra y Europa queda devastada y hambrienta, o bien en la América Latina de los años `60-`70, cuando se empiezan a desarrollar los grupos armados, fueron momentos en los que se le crearon a los intelectuales de izquierda varias disyuntivas. Algunas de sus expresiones, en el caso latinoamericano, fueron abordadas por Mario Benedetti en un libro de reportajes a varios poetas, publicado en 1972.

(...) (me refiero) a la disyuntiva de “escribís o militás”. Es así que hubo gente que decía “bueno, yo hago la revolución en la escritura”. Otros que decían “como yo milito, no escribo, porque las condiciones de la militancia son sumamente duras, de clandestinidad, de riesgo personal,, de peligros de muerte; así que todo esto me impide tener tiempo para escribir y renuncio a la literatura”.
A mi me parecen argumentos válidos en cada caso. Está el que no quiere militar porque su caracterología de escritor lo lleva a necesitar determinadas condiciones y viceversa, el que elige la militancia y abandona la escritura porque juzga más importante la lucha por la liberación.


Pero los ejemplos de Rodolfo Walsh y de Paco Urondo y también de Haroldo Conti demuestran claramente que la actividad literaria y la militancia revolucionaria no son necesariamente contradictorias. Que eso depende de cada uno y que, evidentemente, es respetable cada elección personal.
Paco lo dijo una vez: “Yo empuñé las armas porque busco la palabra justa.” Eran hombres que supieron aunar todo: no consideraban la escritura como fenómeno al margen de la vida de su pueblo ni la vida de su pueblo al margen de su literatura. Y no estoy hablando de novatos, sino de hombres de gran calidad literaria que con su ejemplo cuestionan toda una actitud política obrerista que ciertas dirigencias revolucionarias –en el poder o no– suelen tener frente a los intelectuales. Digamos la verdad, escritores del nivel de Rodolfo Walsh no hay muchos en América Latina o en lengua española, ni muchos Paco Urondo ni muchos Haroldo Conti.
El mismo rigor intelectual que tuvo Rodolfo Walsh como periodista, en sus análisis políticos y en su vida personal, campea en su escritura y por eso, como por tantas cosas, me parece un ejemplo.

(...) Aunque hay cosas que se deben señalar: ninguno de los tres fue suicida. Los tres, de modo distinto, contribuyeron a la lucha por la unidad nacional no sólo con sus escritos, que ya estaba bien, sino también como ciudadanos. Ellos supieron que morir era uno de los riesgos de esa lucha y creo que su grandeza consiste, entre otras cosas, en que esa conciencia no los amilanó. Esa es la grandeza de cualquiera, sea escritor o no, que sabe que resistir al imperialismo, que resistir a la oligarquía, resistir a los poderes que oprimen, conlleva el peligro de la muerte. Esa grandeza la tenían los obreros desconocidos del peronismo que fueron fusilados en José León Suárez, los que iban a parar las bombas de la Revolución Libertadora con sus cuchillos de matarifes en 1955, los caídos peleando contra la última dictadura. Esa es una grandeza común a mucha gente. En el caso especifico de Walsh, Urondo y Conti, ellos emprendieron ese camino sin importarles los prestigios literarios que bien se habían ganado. Fue así que plasmaron en un nudo de vida el problema de la creación y el de la lucha, cuando ya eran gente grande, con una vida hecha atrás, libros, hijos, hasta nietos. Y sin embargo no cejaron.
Lo que me parece importante, sobre todo... Pará la grabación, viejo.

Lo que me parece importante destacar es que ellos se murieron, pero todo lo que hicieron, desde sus actos hasta su literatura, fueron hechos de vida.
Hoy hay una cantidad de enanos que no les llegan ni a los talones desde ningún punto de vista, ni literario un mucho menos humano, que opinan que aquellos hombres se suicidaron. Hay quien, con más de 20 años de vivir en París, se permite perdonarles la muerte a Paco, a Rodolfo o Haroldo. Gente que me ha dicho: “Lo que nosotros no les podemos perdonar, porque los queríamos tanto, es que se hayan suicidado, ya que sabían que los estaban por matar”. Eso me parece una mezquindad humana extraordinaria.

(...) Creo que cuando esos argumentos se esgrimen en el país, se hace con un criterio eminentemente político. Este sacrificio que no es sólo de algunos escritores sino el de tantos miles de seres anónimos empeñados en cambiar las estructuras de opresión, pretende hacerse aparecer como un acto de suicidio. Y este concepto, como tantos otros que mencionaste y giran en el debate sobre los pecados originales de las organizaciones revolucionarias, siempre lleva a la parálisis.

(...) Creo que hay que dar testimonio; perder la vida es uno de los riesgos de esa tarea, pero nada más, nada más. También podés pasar por esta callecita y se te cae un piano desde el quinto piso y moriste. Esto tiene que ver con lo que hablábamos antes y no sólo referido al caso de Paco, Rodolfo y Conti, sino de tantos héroes anónimos de los cuales se hace cada vez más difícil escribir la historia. Sin ir más lejos, empecemos con la década del `30: hay una cantidad de luchas que protagoniza el Partido Comunista, los socialistas, los extranjeros, los anarquistas y otros que podían estar desfasados de la nación, pero no de la lucha de clases. Esa fue gente que sufrió la cárcel, la expulsión, la tortura en la Sección Especial, cuyos nombres no se conocen. Hay una larga línea de resistencia en nuestro país: está la Resistencia Peronista, la Resistencia de los años `70. hay un tejido permanente que está en la base de todo lo que proponen los grupos armados de la resistencia, cuyas conducciones no supieron vincular con la historia. Esa es la raíz de los errores cometidos.

(...) Te reitero una cosa: Rodolfo no decidió morir, Rodolfo decidió vivir de determinado modo que entrañaba un riesgo de muerte. La circunstancia de su muerte nace de una delación: él va a la cita, allí lo rodean. Rodolfo, al parecer, tenía una pistola 22 en la bragueta con la que sabía que era muy difícil hacerles frente, pero que por lo menos era algo. Cuando echó mano a eso para resistir, los emboscados tiraron y llevaron su cuerpo a la ESMA. Haroldo Conti, ni siquiera tuvo la 22 en la bragueta.
No creo que Rodolfo se sintiera solo cuando resolvió dejar la Organización, porque entonces creía, sentía y pensaba que era la Organización la que se había quedado sola de pueblo. Es la Organización la que se ha alejado tanto que se ha quedado aislada; pero no él que, aún viviendo clandestinamente siguió en comunicación con su gente. Es por todo eso que elige volver a su tarea periodística, que da testimonio, que cuenta lo que ocurre, que construye una memoria. Y esto significó llanamente el riesgo de la muerte; porque Walsh no se limita a escribir y a guardarse, sino que además publica y difunde. Y mirá vos, él cae el día en que está echando copias de su carta en distintos buzones. Esa carta primera de balance de la dictadura militar.

Digamos que Walsh nunca estuvo solo de lo esencial. La soledad en la que a hombres como Rodolfo puede dejarlo una organización es algo verdaderamente transitorio y, si vos querés, poco importante. Lo grave habría sido que Walsh hubiera estado solo de su pueblo. Algo que jamás sucedió, como creo que jamás el pueblo va a quedarse solo de él, de la belleza que él supo crear.
Las criticas a Montoneros que Rodolfo formuló antes de ser muerto, fueron similares a las que formuló (Juan Julio) Roqué y, aunque estamos hablando de dos hombres de origen diferente, ya que Roqué venía de las FAR y Walsh de las FAP, ambos coincidieron.
Walsh habló en sus documentos, sobre la relación que debe haber entre una organización de vanguardia y el pueblo. Señaló que la organización de vanguardia debe estar un pasito más adelante, es cierto, pero no alejarse tanto, porque entonces se convierte en una patrulla perdida en la neblina. Aquellos fueron los documentos que nosotros rescatamos y publicamos cuando rompimos con el Movimiento Peronista Montonero, sabiendo de la justeza de sus señalamientos: que todo ese abandono de espacios políticos que nadie ocupaba era una locura.
Ese espacio, repito, estuvo vacío: ningún partido político lo ocupó en términos de resistencia. Si la clase obrera que, pese a determinadas conducciones como la de Casildo Herrera –que se raja a Montevideo, saca una goma gigante y dice “yo me borré” – hicieron la vida imposible a la dictadura desde el mismo comienzo del régimen. Los obreros fueron los que le pasaron por encima a los líderes de esa burocracia, que se fueron avisados por los milicos de la inminencia del golpe. Y nada es casual: gente como Rodolfo o Paco o Haroldo, que podían haberse ido por cultura, por contactos o para salvar una obra, sin pasaje sacado con el dinero de alguna obra social, se quedaron a vivir lo que el pueblo viviera y a luchar contra la dictadura, aunque eso tuviera el precio de la muerte.

...

(...) Empecemos por decir que, escritores o no, aquella generación se jugó porque creía en las posibilidades de cambio en el país. Creyó en la posibilidad de acceder a una sociedad más justa, en pocas palabras.
En cuanto a la crítica de esa literatura, si era demasiado testimonial o no, mirá, Mero, eso me recuerda una especie de repetición de la misma polémica que se da cada tanto sobre ejes que son siempre bastante zonzos. Y el eje de esa discusión es que aparentemente el tema de la obra de arte es el que determina su valor, lo cual es una zoncera antes, durante y después de ésta y de todas las épocas, fuera y dentro de la Argentina.
Yo sé que te voy a decir una verdad de Perogrullo: con el mismo tema se puede hacer una obra extraordinaria y se puede hacer una mierda. El tema no es lo que determina la calidad, de ningún modo. Con el tema del exilio se hicieron obras estupendas y también se hizo basura; lo mismo ocurrió con el de los militares, de las luchas populares, etcétera. Hay quienes pretenden que sólo temas que hacen a la esencia del hombre –como el amor– permite crear obras de “calidad”. Pero todos hemos leído novelas o visto obras de teatro y películas o leído poemas de amor que son una porquería y de ninguna manera llegan a la altura a la que llegó Safo hace 2600 años.

Ahora, si esta gente cree que la obra de un Haroldo Conti –para hablar concretamente– o de un Rodolfo Walsh se pueden descalificar por sus temas, me gustaría que me presentasen muchos, pero muchos escritores que alcanzaron el nivel literario en un mismo plano, sólo porque hablaron de otros temas. Los hay en nuestra literatura, desde luego; pero digamos que si están al mismo nivel no es porque usaron otros temas, sino porque son escritores de la misma excelencia que tuvieron Conti y Walsh.
En todo caso veo un tipo de critica tan sociologista como el que hace veinte años atrás existió, pero al revés: digamos que es una suerte de stalinismo crítico a la inversa.
Hace veinte años, si vos, en Argentina o en América Latina, escribías sobre el amor o temas, por así decirlo, inherentes a la esencia humana, en vez de hacer literatura testimonial o “de combate” te criticaban porque no respondías a la problemática de la sociedad. Y ahora resulta que la critica es a la inversa; pero en ambos casos se basan en un eje falso: considerar que la obra de arte deber ser juzgada por el tema. Hoy, que prevalece la critica contra la literatura llamada “política”, le harían la vida imposible a Dante, por ejemplo, o tirarían por la borda a Shakespeare que, entre otras cosas y como nadie, trató temas muy concretos de su época como las luchas por el poder...

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Textos extraídos de: “Conversaciones con Juan Gelman. Contraderrota. Montoneros y la revolución perdida.” Roberto Mero. Editorial Contrapunto, 1987. Capítulo 7: Walsh – Urondo: Los críticos de la patrulla perdida. Pág. 120-122. Capitulo 11: Las contraofensivas de Firmenich. Pág. 167-169. Fragmentos seleccionados por JMP.
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Rodolfo Walsh – Operación Masacre - Capitulo 23

Los fusilamientos de José León Suárez,  capítulo 23 de “Operación Masacre”, en la voz de su autor, Rodolfo Walsh.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Homenaje a un joven poeta: Nicolás Rojas (1991-2008)

Por Marisa Negri

Nico era uno de mis alumnos, de esos especiales, de esos en los que uno se atreve a adivinar que tiene un potencial enorme a pesar de las situaciones adversas por las que le toca atravesar a cualquier adolescente de 17 años que viva en Barrio Sarmiento, o en cualquier otra parte.
Nico había descubierto el don de la palabra, había descubierto el poder de la poesía y era de los que "se prendían en todas", como en el taller de mural del 2007, como en los intentos de revista literaria, los concursos de haikus, los torneos bonaerenses.
Hace unos meses había dejado la escuela, le perdimos el rastro. No dejábamos de hablar de ello entre nosotros, los profes de la ESB 186, de tantos casos como el de Nicolás que nos suceden a diario.
Esta mañana supimos de su muerte, en Mar del Plata, en el mar. Se había ido a trabajar con su tío.
Lo que sigue son sus palabras; "ausencia" del 2007 y "Llueve sobre el día" de este año, trabajos con los que participó de los torneos bonaerenses.
No puedo dejar de pensar que podría haber sido un gran poeta, un hombre feliz, un padre, un abuelo...
Compartir esto con ustedes es la única forma que se me ocurrió para rendirle homenaje. Sus palabras seguirán viviendo en mí y en ustedes.

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ausencia

dulce pesadumbre
lleva paso a paso
a la condena
hasta pasar los muros
sin remedio
fundiéndose en
terciopelo negro

dulce pesadumbre
de viejas lágrimas
no llega jamás
el duelo

dulce pesadumbre
él me espera
vestido de luto
y su rostro vacío
exhala una luz muerta

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Llueve sobre el día


Llueve sobre mí
el día en que tu sereno rostro
duerme a mi lado
enceguecido de amor

Sigue lloviendo sobre mí

En el fondo del mar se oye
la voz de la dulce espera
de más amor

Camino lentamente
sobre brasas ardientes
Cuando te alejas
y algo estalla
en lo más profundo
de mi alma

Sigue lloviendo sobre mí

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Foto: Marisa Negri. Grupounomural.

jueves, 20 de noviembre de 2008

“Un sol” y otros poemas de Mario Porro

selección de poemas de Tropos: José María Pallaoro

Suelo de junio

Las hojas
de otoño
y el pasto verde
están aquietados
como amándose

Los zorzales
picotean
pedazos de cielo
y de sol
Juegan

Oboe sin aire
la tristeza
pasa
entre las hojas

Sólo mi fervor
estremece
¡Cuántos soles!
¡Cuántos dioses!
Para esta calma
que mi vida
reconoce
ahora
como un inefable
entre el tiempo y el espacio

El aire
en celo
espera
el viento


Tropo ambiguo

No te inquietes
Sólo es la sombra
de tu ser
que tienta
por tu noche

No preguntes

Haz como los árboles
Esperan
que el cielo
los abrace
y les diga
invierno verano
primavera otoño

Total tal vez nunca
sepas
del carozo
o la flor

¿Por qué
estás solo?
Sin embargo
vives
envuelto
en los demás

Cómo ellos
te ahogan
Cómo sin ellos
mueres

Espera
igual que el árbol
que el cosmos te abrace
¿Lo sabrás?


Un sol

Mira
qué extraño sol
el de esta tarde

Nos calienta
nos viaja por la piel
nos abandona
se esconde
tras la nube

No sabemos
por qué
tal vez nos ama
nos deshace
en nosotros
adentro
¿por el aire?

El calor
nos adormece

Cuando despertamos
está no está
sin despedirnos
como amigos
que dejamos
en el sueño

Nos queda
la tristeza
del otro día

Él volverá
mañana
El patio
ya vacío

¿Dónde pondrá
el amor?


Otro sol

La niebla
La noche
Saben
que somos sol
que iluminamos

Tantos siglos
de átomos
y la tragedia
de ser
Después no ser

Apenas pedacitos
de sol
reunidos
sol mismo

Así traemos
la tristeza
el amor
¡alegrías sorprendentes!
Vórtices nuevos
al universo

¿Qué pregunta
será el silencio
si al final
ya no somos?

Sin embargo
en la más honda
intuición
seguimos
esperando
volver

Sol
reunido
sensible


Comunión

Qué inocente
este atardecer
Rosáceo
Violeta

Viene
desde su universo
hasta mí
¿En el aire?
¿En el sueño?

Sabe
que lo puedo engañar
cerrar la ventana
pero ya está
dentro de mí
en mi vida

Ahora
oigo
a los pájaros
aletear ternuras
de luz última


Tropo de lo ingenuo

Se ha ido
No hay espera

Qué ingenuo
tu cuerpo
andando
entre las cosas

¿Existen?
¿Tú existes?

Quién dirá
¿lo real
es esto?

Viento de partículas
casi sombras
luminosas
en el oscuro
ser

Te juntas
te construyes

¿Dónde está
el armador?

Si piensas aún
Si no

La ingenuidad
es una brisa
Te trae
Te lleva

Niño
que levanta
una piedra
y el pájaro
ya no está


Tropo de la noche

El olor
El tacto
puro

La ternura

Son ríos
que ya no frecuento
vienen
a mí
pequeñas olas
de mi niñez
Adolescencia
Juventud
Lentamente
se acurrucan
en la costa de mi ser

Pájaros
al anochecer
bajo las hojas
esperando
las sorpresas
de la noche


Otoño 99

El patio
está allí

Atardece

El tilo
pierde sus hojas

¿Las del año pasado?
El tiempo
extravía
mi memoria

Los pájaros
Indecisos
se van al pino
verde
vuelven
hay hojas
vuelven

Yo también
del aire fresco
al último sol

Los cantos
Caen

Hay temblores
¡Escalofríos!

Entro en la casa
¿A qué interior?

Los libros
La música
El amor

¿Qué estación
ésta
entre verano invierno?

Desconcierta
el corazón

Mientras enciendo
el fuego
Rondan en mí

“Tilo
pájaros
atardecer”

¿Quién vuelve
ahora
este mirar?


Casi invierno

El pájaro
caído
sobre las hojas

Su pequeña
muerte
parece ignorarlo

Las plumas
aún
se mueven
al viento

Cuántos cielos
cristalinos
reflejos
Soles diminutos
Aires asombrados
Ramas
esperando
¡Patios!
¡Miradas!
¡Tejados de alegría!
¡Nidos!

Todos
en tan pequeña
muerte
Acallados
Dormidos

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City Bell, 1998-1999
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domingo, 16 de noviembre de 2008

La poesía como proyecto de vida: Acerca de Sucesión del Ser de Mario Porro

Por Irina Bogdaschevski

Una partícula no es más que
una región más densa de su campo,
que por otra parte se extiende a
todo el Universo.
Albert Einstein

“La poesía hay que leerla, y releerla varias veces en voz alta
para poder comprender su sentido profundo y exclamar:
¡Ah, esto es lo que el poeta quiso decir!”
Ludwig Wittgenstein


El mundo, que cada década se hace más y más complejo, exige al hombre que se especialice con mayor precisión, eligiendo una determinada, muy específica rama del arte o de la ciencia para poder investigar y quizás encontrar luego, en un ámbito relativamente limitado, nuevas posibilidades, nuevas leyes. En nuestra época hay pocos individuos que por sus intereses podrían compararse con los hombres del Renacimiento, cuyos conocimientos heterogéneos les permitían abarcar con su mente un amplio espectro de disciplinas artísticas y científicas, y que en el pasado no estaban tan alejadas unas de las otras como lo están ahora: la pintura, la escultura, la arquitectura, la ingeniería estaban estrechamente ligadas, lo mismo que las letras, la filosofía, la astronomía y la matemática. Y sin embargo ahora nos acercamos de nuevo, cada vez más, a la idea de que en el universo todo tiene que ver con todo, a pesar de que nuestras capacidades de comprensión y asimilación de conocimientos no nos alcanzan para abarcar lo necesario. Además, no discernimos bien entre lo esencial y lo insignificante para nuestro espíritu y perdemos tiempo, que siempre nos falta, en tonterías y vanidades.
Mario Porro es uno de estos pocos hombres del nuevo Renacimiento cuya sed de saber no le permite nunca descansar, considerarse poseedor de las últimas verdades y cuya amplia visión abarca muchas expresiones del espíritu humano, tanto dentro del ámbito científico, como de las diversas disciplinas artísticas.
Hizo estudios de física bajo la tutela del profesor Dr. Rafael Grinfeld, director del Departamento de Física de la Universidad de la Plata y traductor de Alberto Einstein al castellano; estudió matemática y electrotécnica con el profesor Miguel Simonov; estudió música y varios instrumentos musicales y accedió acompañado por los músicos Francisco Kröpfl y Juan Carlos Paz al ámbito de la música moderna; se interesó seriamente por la pintura y escultura; y su pasión por la literatura, especialmente por la poesía fue signada por grandes poetas, desde Juan Ramón Jiménez hasta Lorca, pasando por Saint John Perse, Tagore, Rilke y la poesía oriental.
Para Mario Porro tanto la Física y las ciencias exactas en general, como todas las Artes, son hijas de la Metafísica. Según Mario el principio de todas las cosas es la palabra porque “... todo existe para el hombre a partir de haber sido nombrado”.
Otra de sus ideas más caras es la presencia eterna del elemento emocional en todas las expresiones tanto artísticas como científicas, lo mismo que en la vida cotidiana del ser humano y hasta de todo ser viviente.
Para Mario Porro la poesía es el proyecto de vida, donde no puede faltar el conocimiento de la música moderna, las nuevas teorías de la aparición de vida en el universo, las nuevas experiencias plásticas, o las deducciones metafísicas de los filósofos contemporáneos. Toda esa suma de conocimientos y, más que nada, su increíble capacidad de razonar, le permiten hacer sus propios hallazgos, pensar sus propias teorías.
En la idea de la palabra él subraya especialmente la exactitud del anuncio, del vocablo que se utiliza, para esperar del lector o del oyente, la comprensión adecuada.
El uso exacto de una expresión exige la máxima responsabilidad del que comprendió ante el anuncio entendido. Después de leer atentamente cualquier poema de Mario, vemos cómo, con máxima economía de medios, se nos introduce en el puro campo metafísico, iluminando de pronto nuestra existencia.
Escribir con precisión, pronunciar con exactitud su idea, su sentimiento, - eso es hablar con el lector como con su igual, su cómplice, que no trata de autoafirmarse a costa del autor -. El poeta busca siempre a los lectores que poseen el gusto preparado, educado por las múltiples y atentas lecturas de poesía. El buen gusto presupone la capacidad de elevarse sobre la rutina sin la ayuda del poeta, mientras se busca en el poeta al interlocutor de confianza, al guía en cuyo brazo uno puede apoyarse. La poesía de Mario es seria y reservada; el componente más valioso de todo arte -la emoción- Mario no la oculta, la revela en su poesía. La pareja reinante -el sonido y la idea- se presenta en su obra como la unidad orgánica equilibrada, porque su separación representaría el fin del misterio poético. La idea y el sonido sólo estando juntos gozan de una verdadera libertad porque ambos poseen sus límites naturales. El sonido en la poesía de Mario Porro es sobrio, la idea es siempre original, casi insólita, pero parca: surge la dulce, sugestiva apariencia habitual, en la cual el cielo se alcanza por medio de las señales terrenales.
Mario Porro se dirige hacia sus iguales, pero esto no es el elitismo inherente a la ciencia, sino la nobleza inherente a todo arte. El meristema de la cultura, su delantera en el arte y en la ciencia se ocultan de diferentes maneras ante los no iniciados. La experiencia espiritual, emocional se acumula en cada uno de nosotros espontáneamente durante toda la vida. Esa experiencia no siempre nos permite comprender la mecánica cuántica, pero a los que conocían solamente la música ligera, los puede llevar a comprender a Johann Sebastián Bach. En su nivel exterior el arte está abierto a todas las sensibilidades, pero sus niveles más profundos incitan al hombre a superarse, a crecer. Sin embargo, muy pocos creadores llegan a rebasar con su arte los límites que han sido aceptados por las generaciones de artistas de épocas anteriores. La prosodia lo mismo que un organismo nuevo, no puede ser inventada; es una condición dada, descubierta por un talentoso artista que no es ningún instrumento de la cultura, sino su creador, su artífice.
Mario Porro amplió muchísimo nuestros horizontes, nuestras posibilidades de la captación de la poesía. Sin buscar las rupturas drásticas irracionales, pero sin temer tampoco de introducirnos en el difícil, pero noble mundo de la metafísica poética. Y éste es su mayor mérito.
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Irina Bogdaschevski, hija y nieta de rusos, nació en Belgrado, Yugoslavia, en 1927. Es lingüista, especialista en idiomas eslavos, traductora, escritora, poeta. Ella y su familia en 1944 fueron llevados por los nazis a trabajar a Austria, haciéndolos pasar antes por el campo de concentración de Matthausen, donde murió su madre por falta de atención médica. Después de la guerra comenzó sus estudios universitarios, se casó con Igor y en 1949 con su esposo y su pequeño hijo viajaron a Argentina. En nuestro país trabajó para el diario La Opinión, para el Centro Editor de América Latina y luego para otras editoriales. Escribió estudios preliminares y realizó traducciones de muchos escritores y poetas rusos de todos los tiempos: Pushkin, Turgueniev, Goncharov, Tolstoi, Dostoievski, Chejov, Ajmátova, Blok, Maiacovski, Tzvetáieva, Mandelstam, Pasternak, Tarkovski, Bródski, Ajmadúlina. En sus traducciones Irina siempre intenta preservar la rítmica armonía y el estilo de la prosa y de los poemas originales. Publicó en 1991 un libro de cuentos cortos, “Imágenes al negativo”, y en 2001 la plaqueta “Impreso por ardor”. Desde 1966 vive en Villa Elisa, partido de La Plata. FOTO: Irina en la redacción de El espiniyo, City Bell, 2006. Poemas de IB en POESÍA LA PLATA.
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sábado, 15 de noviembre de 2008

“Atardecer” y otros poemas de Mario Porro


selección de poemas de Sucesión del ser: José María Pallaoro


Invierno II

Blanquísima
bajo los cipreses
la casa de enfrente
fulgura entre la lluvia

Sensible solitaria

Parece mirar por las ventanas
como yo

Un gorrión
deja una línea negra
ofuscada
que muere
en los pinos lejanos


La alegría...

La alegría
un momento
irrumpe en tu interior
Alumbra
Explica tu existir

Escapa rápidamente
Ah sentimiento remoto!

Allí luce y reluce
como el ojo vivo
de un pequeño insecto


El pájaro se posó...

El pájaro se posó
en la rama
y los dos oscilaron
abajo arriba
Hasta que misteriosamente
el pájaro
se fue
hacia otro árbol
distante

La rama se estremeció
y quedó tiesa

¿Será ese un rito diario
o el azar del mundo
juntó sus soledades
íntimas impredecibles?


El hogar

Empezó
cuando encendimos
el fuego
Hacía mucho frío
La llama se alzó
reluciente
lúcida

Mi ser tembló
Comprimida alegría

Detrás de la ventana
estaban todos
vivos muertos

Los pájaros se oían
Cantos cristalizados

Por qué un hombre
ama
Sin retorno ¿sí?

El aire
se tocaba
con la piel
Alrededor punzaban

Empezó con el fuego
Tan simple


Anteprimavera

a mis hermanos

El ciruelo
ha florecido
Temprano

Sin embargo
¡tantas vidas
han pasado!

Tus padres mis hermanos
los amigos

¡Cuánto amor caído!

La tierra amortiguó
su ansiedad

Hoy es nada
Memoria que huye

¿El cosmos
olvida acopia?

¿Ciclo inútil?

¿Qué es otoño?

Un perfume
crece
desde el suelo


Remanso

a Felipe, Gerardo, Gabriel
a nuestra casa


Los gansos
abren sus alas
al sol
El aguaribay
lentamente
ocupa su luz

Ella lee inocente

Un caminito
moja sus piedras
al final
La casa!

Yo siento el peso
de esta realidad
que nos deja ser

Nuestros gestos
nos darán libertad
estarán signados?

Esta escena
volverá
alguna vez
¿En qué memoria?


Atardecer

a “Cacho” Calveyra

Un extraño frescor
acerca la tarde
a mi corazón
Los verdes sobrecogen
Ha llovido

Un pájaro
deja su grito
de alegría
en la rama
que lo despide

La nube
casi azul
me avisa
el otoño

Es domingo

Podría estar solo
en el mundo
si no estuviera solo
en mi mundo
¡Ah congoja
sin sentido!

Hasta el sol
me abandona
y deja
en los últimos árboles
un adiós
que la sombra esconde

La casa
Las cosas
que yo amo
reservan un rincón
de abrigo

Cierro la puerta

Quién será
que ilumina


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Mario Porro nació en Trenque Lauquen (Provincia de Buenos Aires) en 1921. Desde muy pequeño vivió en La Plata y en City Bell, donde murió en 2001. En 1938 ingresó a Radio Universidad Nacional de La Plata como técnico operador, llegando a ser Jefe de Programas, Director Artístico y Director de la emisora. En 1963 creó para difundir la poesía el grupo editor de la revista “Espacios”. Publicó los libros de poemas: Búsqueda por el amor (1950); En amor por el tiempo, el tiempo (1956); La vigilia y la roca (1957); Entremundo (1960); Mundo despierto (1983); Sucesión del ser (1998) y Tropos (2000). Dejó un libro de poemas inédito.
FOTOS: Presentación de “Tropos” en el Salón Literario del Pasaje Dardo Rocha, La Plata, miércoles 6 de diciembre de 2000.
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jueves, 6 de noviembre de 2008

“El arte supremo de la vida” por Alberto Luis Ponzo

EpA!


En una entrevista que hace años le hice a Roberto Juarroz -uno de los poetas argentinos de mayor importancia- recuerdo que le pregunté “por qué escribía”. Su respuesta fue rápida y precisa: ”Escribo porque amo la vida”. Luego aclaró que no lo hacía para ganar prestigio, figurar como muchos en revistas, obtener premios, etc.
Estas palabras tienen hoy un alcance mayor que esas referencias y dejan abierto un mundo de ideas y reflexiones sobre otras actividades de nuestra cultura.
Si se ama la vida, y esto hace posible escribir, también puede decirse que la vida misma es un arte, pues en ella se dan las condiciones o elementos para toda actividad humana. Vivir, pues, nos da un poderoso impulso para asegurar la obra personal y una firme orientación dentro de la cultura.
Si se escribe “porque se ama la vida”, como decía Juarroz, hacerlo es negar también todo lo que es falso, lo que desvía la conducta y, en consecuencia, aquello que desvirtúa la naturaleza del arte.
Juarroz no dejaba dudas sobre lo que más quería decir: no escribir versos para recibir aplausos, honores, recompensas o títulos como los que se reparten en los medios de propaganda, llámense revistas, grupos editoriales, etc.
Hay un arte supremo en el mismo hecho de pensar, en cualquier trabajo elegido, un poema, una pintura, una composición musical ¿Y qué sería de ese trabajo fuera de la rectitud o dignidad, sin aspiraciones honestas, opuestas a intereses comerciales o mezquinas especulaciones?.
Si pensamos en el panorama actual de la cultura, parecería que únicamente existe lo que se vende mejor, lo que asegura una rápida y fácil difusión en los kioscos, librerías y salones de arte. ¿Está aquí el “amor a la vida”, y se ha logrado en esa forma que la vida nos haga mejores seres humanos?
Se trata de no ver la realidad “bajo espejismos tentadores y frases que acarician nuestra vanidad para adormecernos; de tener pensamientos sólidos y esperanzas capaces de resistir a las más enervantes tentaciones”, según recordadas palabras de Scalabrini Ortiz. (1)
El arte supremo de la vida… ¿Qué duda cabe de lo que más se necesita cuando actuamos en la sociedad, o en el instante de hacer una obra sin otras “tentaciones” que el misterio de su realización y la experiencia de verla concluida?
Nos dan ejemplo de esta profunda finalidad, las grandes obras de todos los tiempos, trascendiendo momentos históricos y circunstancias socio-culturales adversas. Quedan por haber tomado aliento de la vida, no por recibir alguna resonancia fuera de la creación misma.
Roberto Juarroz nos hablaba de “escritores y poetas fatalmente periféricos, que no acaban de entrar en la dimensión trascendente y única que importa, donde es mucho lo que hay que abandonar para poder entrar allí”.
Olvidémonos, pues, de tantos famosos “periféricos” de la vida cultural argentina, y vayamos en busca de los que aman la vida y han abandonado la vanidad en busca del germen que los identifica, sin deformación alguna.

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(1) R, Scalabrini Ortiz en: “Elogio del pensamiento plebeyo”, de Jorge Torres Roggero. Córdoba, 2002
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Alberto Luis Ponzo. Buenos Aires, 1916. Poeta y editor. Noticias y poemas de Alberto Luis Ponzo acá.
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Un poema de Roberto Juarroz

Hago un pozo
para buscar una palabra enterrada.
Si la encuentro,
la palabra cerrará el pozo.
Si no la encuentro,
el pozo quedará abierto para siempre en mi voz.

La búsqueda de lo enterrado
supone adoptar los vacíos que fracasan.

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