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jueves, 26 de junio de 2008

AROMITO 00 junio de 2008

oh! cielo
tus pies están aquí
bordeando la laderabajo la sombra del AROMITO
número 00, junio de 2008


EL ESPINIYO SE HIZO AROMITO
El espiniyo se hizo AROMITO. Es una buena manera de decir que El espiniyo se toma un descanso. Hasta nueva ventura la revista de las cuatro estaciones como buena hermanita mayor compartirá poemas, libros, artículos, ensayos, sueños, ideas.
“Un árbol sin hojas que da sombra” dijo Gelman de la poesía.
Nace pequeña la sombra del AROMITO, tal vez. Pero crecerá, seguro, porque todo lo que se hace con amor, pasión, crece como "cielo o piel, silencio o verdad". Ojalá que los lectores, los amigos, nos acompañen.
En este número cero queremos homenajear a las Madres a través de las palabras del Indio Solari. Sabemos que la democracia en nuestro país está amenazada (algunos no lo quieren ver así). No hacemos la vista gorda (o la vaca, en este caso) de lo que nos pasa. Los que más tienen quieren tener más. Y no es justo. La poesía y los poetas nunca han sido ajenos a la realidad, por eso muchos han entregado sus vidas intentando transformarla. ¿Es necesario que mencione a Bustos, Favero, Santoro, Urondo, algunos de nuestros más queridos compañeros poetas asesinados o caídos combatiendo a la última dictadura militar?
Por eso nuestro homenaje a las Madres en la voz del Indio. Y versionando un poema del maravilloso Li Po (701-762). Siempre me sentí parte (espiritualmente) de ”Los seis ociosos del bosque de bambúes”, la secta que fundara el poeta que murió en el río Yang Tse abrazado a la luna, ebrio de felicidad (¡Oh, estado de inocencia que eres!).
Antes de los veinte años (lo sé porque tenía la costumbre de marcar los libros con fechas) leí Vida y Poesía de Li Po de Arthur Waley en versión castellana de Maríà Mament (Seix Barral, 1969), leí la Segunda Antología de la Poesía China en versiones de Marcela de Juan (Revista de Occidente, 1962) y leí Los poetas de la Dinastía Tang (en la maravillosa Biblioteca Básica Universal del Centro Editor de América Latina, 1970). En este último está la versión del poema de Li Po del que se basó Solari. Transcribimos el texto:


TODAVÍA NO HAS VUELTO

Todavía no has vuelto,
pero nosotras tenemos que limpiar las piedras de lavar
y preparar la ropa para los amargos días venideros.
Sin ti a nuestro lado los días están vacíos.
¿Qué podemos hacer nosotras sino lavar tu ropa de invierno
y tratar de mandártela a la frontera distante?
Para eso juntamos nuestras fuerzas de mujer
y golpeamos con tanto ruido
que quizás oigas su estruendo a través del aire.

Y esta es la versión que Solari hace del poema y dedica a las Madres:

Todavía no han regresado.
Y nosotras, tenemos que cuidar unos pañuelos,
blancos como nuestros cabellos,
para los amargos días venideros.
Sin ustedes a nuestro lado,
esos días serán muy tristes.
Por eso juntamos nuestras fuerzas de mujer,
y cantamos tan fuerte, que quizás lo oigan.
Llegando el estruendo a través del aire.

Gracias a Juan Pastrello por el cabezal de AROMITO. A Caso Rosendi por traernos el recuerdo y los poemas de Mariano Ojea. A Pilía el comentario del libro de Pere Bessó (siempre tan generoso con todos nosotros). A Magaril por el comentario a "El trabajo de las horas" el hermoso libro de Pablo Anadón, director de la revista Fénix, siempre tan necesaria. Gracias por estas colaboraciones que no pudieron ser en el espiniyo y que ahora son de AROMITO. Salud a todos.

josé maría pallaoro, city bell, ahorita nomás, 2008
Indio Solari: Poema a las Madres

martes, 24 de junio de 2008

MARIANO OJEA: Cuál es y otros poemas

Cuál es

¿Cuál es la palabra
el verso, el poema?
Sólo la oscuridad
enciende el canto.
Lunas y soles
de aves tempranas
pasan por mis ojos cansados.
Vengo del polvo
el que esconde mi sombra.
Busco
la eternidad del eco.

(de Campos de Agramante, 1987)


Viví en exilios
de locura.
Tinieblas y lloviznas
golpeaban puerta a puerta
para preguntar
si me habían visto.
Caminé bajo mil cielos.
El sol
era el mismo.
La tierra se hizo lecho
para abrigar mi cuerpo.
Caminé infinitos
pasos,
páramos de búsqueda.
Y me encontré
burlándome
de todo lo que había hecho.
Estaba en mí,
donde no había buscado.

(de Campos de Agramante, 1987)


A quien pregunte dile

Si preguntan por mí
deciles que un otoño
consumió mi cuerpo de hojas secas.
Que mirando el fuego
azul me extravié
en virtuales dimensiones
y la ausencia
ahogó mi racimo de luz.

Si preguntan por mí
no temas en decirles
que soy agujero negro
en el universo.
Que camino
sobre el confín de ficción y realidad
y una pátina transparente
se me hizo epidermis.

Si preguntan por mí
deciles, nada más,
que soy silencio.

(de Campos de Agramante, 1987)

Esencia de lo que la ciencia llamó hombre

Perder perder.
Ganar luchar.
Perder perder perder.
Ganar luchar.
Ganar ganar.
Perder luchar.
Ganar perder luchar.

(de Un diamante transpirado, 2005)


Juego sin final

Días rajados de luz.
Herida de sangre chorreando
carne abierta.

Pasado de inadvertido presente
presente jugado de futuro
futuro hecho o heredado.

Circunstancias.
Miradas que no se detienen
en el horizonte.
La vida
una lombriz escapando del anzuelo.

(de Un diamante transpirado, 2005)


Telarañas de luz

El silencio tienta la palabra
como el día a la noche
y la noche al día.

Un caracol
que da vueltas
sobre su cuerpo de ecos.
Un mar tan lejano
como la distancia al deseo.

Una esperanza talada
como selva de civilización.

La voz enmudecida
presa
de telarañas de luz.

(de Un diamante transpirado, 2005)


Encuentros

Una noche me senté con mi padre,
frente a frente,
en una mesa de bar,
aislada,
oscura pero brillosa.
Me asombró cuando pidió Smirnoff.

La bebimos compulsivamente.
Y quedamos secos de palabras.

Una mirada fría delató los ojos.
Un precipicio
abrió nuestras quijadas.

Una austera sonrisa nos iluminó.

(de Un diamante transpirado, 2005)

Selección de poemas Gustavo Caso Rosendi. Fotos e Imágenes: ARCHIVO DE LA TALITA DORADA.

HOMENAJE A MARIANO OJEA (195?-2007)

Sólo la oscuridad enciende el canto

por Gustavo Caso Rosendi

De una sola vez se va nuestra vida.
En un día nos vamos, en una noche bajamos
a la región del misterio.
Aquí hemos venido nomás a conocernos
.

(canto náhuatl)

Llueve como la puta madre. Bajo la galería del patio tomo una cerveza mientras dudo entre escribir un poema o ponerme a construir un arca. Suena el teléfono:
-¿Qué tenés pensado hacer, mon ami? - pregunta Mariano del otro lado con esa voz doctoral, de locutor de radio-.
-¿Qué puedo hacer a esta hora que no sea escribir, o leer, o mirar cómo llueve, o construir un arca, boludón? -le respondo-.

Me dice que leer o escribir o construir un arca es más o menos lo mismo (¿acaso no son acciones que nos salvan de la intemperie?). Se ríe. Dice que en un rato está en casa, le digo que lo espero. Salgo con un paraguas destartalado y encaro la tempestad hacia el kiosco más noctámbulo para comprar un par de tintos. Llego empapado. Descorcho una botella y pongo dos copas en la mesita de la galería. Le sirvo y me sirvo. Miro llover y espero.
Suena el teléfono de nuevo y es Mariano que no consigue taxi. La napa de la botella comienza a descender peligrosamente y su copa sigue ahí, intocable. Luego de un par de llamadas más, a eso de la una, dice que “abortamos la misión, no puedo llegar, no hay caso”. Así que me voy a dormir, no sin antes beber de la copa que mi amigo no bebió. Sigue lloviendo, como si Steven Spielberg quisiera hacer llover. No nos vamos a ver nunca más.
La botella de vino que quedó de esa noche de diciembre, la tomé en el momento en que Mariano nos dejaba, mientras rompía un poema recién escrito para él sin saber lo que sucedía -curiosamente también llovía torrencialmente-. Me había dicho a mí mismo: “estoy escribiendo como si Mariano se hubiera ido”. Sentí vergüenza y lo rompí. Un relámpago cabalgó la oscuridad como un domador furioso, que sabe que va a caer.
Esa misma mañana de mayo llamó nuestra amiga Rosario Tabárez (que alguna vez definió a Mariano como el “Poeta-dandy” de la ciudad) para compartir el dolor clarificándolo todo. La hermandad entre los poetas es demasiado mágica como para que las cosas no ocurran de otro modo. Lo primero que atiné fue a tomar sus libros(1) y volver a leerlos, porque, como bien decía él: “¿Cuál es la palabra / el verso, el poema? / Sólo la oscuridad / enciende el canto...”.
Nos conocimos en el taller de Ana Emilia Lahitte, corría el año 1985 y aparecía mucha gente joven con ganas de hacer “cosas distintas”. Recuerdo que intentamos llevar al teatro Diálogos con Leucó de Cesare Pavese, mediante una adaptación muy loca, pero quedó en la nada. Luego a Mariano se le ocurrió hacer Poesía volada, arrojando desde un avión poemas -propios y ajenos- mientras yo hacía Poesía embotellada (poemas tirados al mar, al Río de la Plata, al Lago del Bosque y en las alcantarillas). En los 90, ya radicado en Buenos Aires, participó en la creación de la Revista Venus y del periódico DelFin, entre otras múltiples actividades relacionadas con el arte.
Esta búsqueda de vehiculizar a la poesía de otro modo, nos definía como “neopoetas”. Se trataba de llamar la atención, es cierto, pero creo que a pesar de que con el tiempo nos volvimos más huraños, esa fue una época inolvidable.
Por otra parte, Mariano fue siempre un gran catador de la belleza. Sabía muy bien de qué poeta tenía que “beber” -y beber con él-. Léase Edgar Bayley, Rafael Oteriño, Raúl Zeleniuk, Horacio Castillo y Martín Raninqueo, entre otros. Poetas que él defendía y amaba con toda la pasión y la alegría que le provocaba compartir un mismo camino.
Hoy este atardecer de agosto parece un rostro de un cuadro de Modigliani. Estoy terminando de escribirte esta especie de homenaje, querido Mariano. Hace frío aquí afuera donde nos reuníamos, pero no llueve. Y aunque tenga la sensación de que siempre voy a estar esperándote, aunque sigo buscando tus ojos en el brindis del crepúsculo y aunque extrañe tu sonrisa bigotuda, mi copa de vino vuelve a chocar contra tu copa:

-"Chin-chin, mon ami” -seguís diciendo-, mientras el sarro de la tarde yace en el fondo del vidrio que miro desolado. ¿Qué mierda vamos a hacer sin tu alegría?

(1) Campos de Agramante , Buenos Aires, Botella al Mar, 1987.
Un diamante transpirado , La Plata, mod ediciones, 2005.

FOTO: Mariano Ojea, Analía y Gustavo Caso Rosendi. ARCHIVO DE LA TALITA DORADA (Gentileza GCR). Fotos e Imágenes: ARCHIVO DE LA TALITA DORADA.

LIBROS: PABLO ANADÓN y El trabajo de las horas

La pequeña llama en el cuarto oscuro

Por Nicolás Magaril

(Colección Fénix, Ediciones del Copista, Córdoba, 2006)

Si hubiese que indicar un elemento frecuente en la poesía de Pablo Anadón diría el fuego -el proceso completo de la combustión, la transmutación en humo, la brasa, la incandescencia y la ceniza. Pero en vez del término fuego (que admite una cantidad inflamable relativamente grande) convendría usar la palabra llama, no sólo por aquel verso de Quevedo (Nadar sabe mi llama la agua fría) que, como indicó el autor, resuena, aunque desmentido, en el título de su primer plaqueta, Llama ahogada, sino porque sugiere un tipo de luz y de calor, es decir, una calidez, que conviene a las modulaciones, la musicalidad y los lugares donde se cumple a diario ese ciclo del tiempo y la materia. En la inmediatez, como el fósforo, en el minuto, como el cigarrillo y en las horas, como en el hogar a leña. Su último libro se abre y se cierra además con dos imágenes afines: la poesía es primero esa pequeña llama en el cuarto oscuro de la infancia y es, al fin, como una cálida lumbre que se apaga, según la escena recreada en “Interior invernal”.


También la telaraña, presente desde tempranas composiciones. Hay dos versos de Luis Cernuda que dejaron su huella en la atmósfera de muchos poemas: Telarañas cuelgan de la razón / en un paisaje de ceniza absorta... Reaparece ahora en el epígrafe de Lawrence Durrell con otro giro metafórico: aquella tela elaborada con la sustancia extraída de uno mismo, donde retener algo del significado de lo que se vive o al menos localizar su situación momentánea. Semejante a esa trampa volátil, tenue e indeleble, es también la palabra. Y el poema titulado precisamente “Telaraña”. El diseño equidistante y concéntrico pareciera en este caso una imagen de la percepción que se agudiza: después de una noche de lluvia la luz del día tintinea, dice, entre las hojas:

igual a una varilla transparente
sobre las teclas
de un xilofón de gotas
.

Esa telaraña sensitiva define un punto vacío donde desalojar la razón y ausentarse de todo por un lapso que quisiera no tener fin:

Déjenme así, por siempre
sumido en esta música
en el centro irisado
de la inutilidad
.

Se expresa allí un anhelo que veremos reaparecer con diversos matices. Nótese la proximidad entre los versos citados y el siguiente pasaje de “Regreso a Casa”:

Aquí me quedaría
para siempre,
en esta calle oscura
de tierra apisonada,
asomado al susurro del arroyo
que dice hora tras hora su secreto
como el otro, callado, de los astros
indescifrable para siempre
.

Dicha voluntad se acentúa aún en otros poemas: más allá de la vecindad enigmática de lo natural sólo quedaría ensayar alguna forma de disolución subjetiva y decir el deseo de esfumarse simplemente porque sí, como en el poema “El fumador”. En varios pasajes del libro el humo crea cuadros hipnóticos, atrae juicios y ensoñaciones o pareciera reunir en su levedad todo cuanto impide la inercia y la compacidad. Hay un humo, entonces, que aligera y relativiza ante la mirada cierta “pesadumbre de la vida consciente”, que repite en su ingravidez lo que se sustrae al discurso, que se identifica con pensamientos destinados a extinguirse y otro o el mismo desde el cual mirar y nombrar el mundo:

Ansioso de existencia,
con mi pequeña luz, mi sorda
muerte, contemplo el día tras el humo
que va desde mi labio hacia las cosas
mejor que las palabras
.

Otras veces se respira, como en el poema “Alegoría”, un humo negro, que impide ver las caras ni las manos. En este contexto, el sueño es un sitio intocado por la desilusión o la duda, pero su válvula se cierra y desde esa imposibilidad es que se manifiesta, enrareciendo la superficie del lenguaje y la vigilia, sin quebrarla. O es un bien invulnerable de la infancia, como en la pieza “Niña del unicornio de cristal”, entre otras donde aparece no la infancia, sino los niños. Y una situación recurrente: la del hombre velando el sueño de los otros, velando el misterio de la alteridad de lo más entrañable. La vida entonces se parece a un sueño, pero soñado por la muerte -es decir, es una hipótesis, soñado por la conciencia de nuestra finitud. Aunque esto debería ser examinado detenidamente, una de sus consecuencias sería un tipo de oscilación que recorre el libro entre el encanto y el extrañamiento, entre la fruición de lo real y cierta disonancia crítica, que no interfiere constantemente, pero que lo va minando todo. De esa doble sensación deviene el tono agridulce de algunos poemas; más agrio quizás conforme se hace explícita la experiencia histórica, más dulce conforme se ocupa de esas pocas cosas, sabidas y preciosas, como las referidas en el poema “Desayuno”. Con cruda ironía se resuelve esta tensión en el poema “El basural”:

Manida, melancólica verdad
de nuestras vidas y de nuestros
países, que no pueden
parir una criatura de belleza
si no es entre los muslos
de la materia muerta, putrefacta
.

El fuego y sus derivados, la telaraña y el sueño, entonces, pero también el árbol. El solitario árbol de Liguria que sostiene la vastedad del cielo, el árbol del invierno donde la vida apenas dura, o aquel otro, herido, de los Alpes. He parafraseado árboles de viejos poemas. Menciono ahora “Las flores del lapacho”, y uno especialmente significativo: el álamo. En Llama ahogada, en Claroscuro terrestre y en la pieza “Unas hojas de álamo” incluida en El trabajo de las horas, regresa este árbol de la ribera, interrogante de lo que desaparece y sin embargo perdura. Las hojas del álamo, en este poema, son como envíos ambiguos de un pasado que se clausura, de un tiempo definido en el último verso tal vez con un eco lejano de otro verso de Cernuda: esa región donde ya nadie habita. Se toca allí una problemática crucial, distintamente formulada a lo largo de la obra, y que es una pregunta acuciante sobre lo perdido y sobre la palabra diferida que pueda restituir su sentido. Al trabajar esta última experiencia aún con la mayor serenidad posible, al decir de Robert Musil en otra frase que sirve de epígrafe general, la palabra vadea la parte más difícil y la mente es, como en el poema “Los nombres”, una terraza hacia el vacío. Suelen asomar estos versos por dicha terraza hacia el vacío, hacia esa región donde ya nadie habita.
Dos movimientos líricos correspondientes a sendas modalidades de la percepción, van alternando y combinando sus procedimientos. Uno tendiente a captar la sincronía, la apropiación inmediata del detalle o algo como la inminencia de lo que ya sucedió. Cierto afán de fijar la fracción de minuto según se lee en el poema “Recuadro”, que es asimismo un buen ejemplo de este tipo de escritura. Hay otros: el intercambio instantáneo de miradas con una paloma o la sensualidad de una mujer a través de la ventana de un bar o en un bazar. Incluiría esas secuencias repentinas, atisbadas al paso, como fragmentos detenidos de la multiplicidad y la simultaneidad: la fotografía en el bodegón de la avenida o aquella registrada desde la ventanilla de un colectivo en el intervalo de un semáforo: un niño que viene y va en su triciclo por el balcón de un quinto piso, se asoma a la baranda y le sonríe al pasajero. Es frecuente este tipo de epifanía urbana en El trabajo de las horas, desde la ventanilla, la vereda o la vidriera de un café a la calle. La digresión y el azar parecen favorecer tales epifanías tanto como la concentración y la necesidad. Hay otra situación, recreada en distintos entornos, que pone en juego estos cuatro elementos: el momento de la pausa en la lectura, el libro entreabierto y ese recreo cuando lo recién leído sobrevuela lo que el ojo observa o imagina; un plano como de disponibilidad suspensiva que nos acerca a la segunda modalidad. Ésta se complace en rezagar las impresiones, en consignar la estancia y la distribución de los objetos. La dicción se distiende en un cuidado prosaísmo para dar cabida a lo habitual, al reconocimiento de un orden íntimo. No se fija la fracción sino, en todo caso, su contorno. Sin embargo, se advierte siempre una inquietud, insinuada aún en la mera enunciación o interpretada abiertamente en el poema, como en la última estrofa de “Carta”:

Ya ves, nada en verdad que valga
la pena de contar en un poema,
salvo quizás un vago sentimiento
de gratitud por ese instante próximo
a la conciencia de existir
.

Hay allí, a mi entender, una clave extensible a otros versos -ese vago sentimiento de gratitud por el instante próximo a la conciencia de existir. El remate del poema “La galería”, que desarrolla una similar prosodia descriptiva, también deriva el recuento moroso de lo visible hacia un registro de súbita intuición: el destino es poco más que eso, leemos: aprender a estar sólo con todo lo perdido. En esa línea destacaría finalmente el poema “Hostal Hispania”, en el cual una serie de hábitos se convierte en

metáfora de algo, de otra cosa
que no entiendo muy bien qué significa
en mi vida, pero es
pura presencia con su ausencia pura
.

He mencionado sólo algunos motivos dispersos -agrego, para terminar, uno más: el pájaro. Si el destino se parecía a las hojas del álamo, juntadas y arrojadas por el camino como migas extraviadas, en la composición siguiente se parece al desconcierto de pájaros ciegos, extraviados. Subrayo la repetición del “extravío” como cualidad que comunica dos metáforas sucesivas y principalmente como contrapartida de la envidiable suficiencia del benteveo, que anda por el patio, según se dice, con aire / preciso de quien sabe a ciencia cierta / lo que busca... Ese benteveo, en una hipótesis ornitológica, sería primo hermano del chingolo muy sí señor de Lugones. Hay otros textos, como el titulado “El gato del vecino y el que escribe”, donde el mundo de los animales, su primitivo acuerdo con la tierra y el tiempo, le muestra al hombre el anverso de un antiguo desarreglo. De poema en poema, en la nota preliminar, en el patio, desde un arce o tras las tapias, se siente el silbo del benteveo. Y hay palomas y golondrinas. En uno de los poemas de Lo que trae y lleva el mar titulado “Los días son un pájaro oscuro” también la vida se asemeja a la de un pájaro ciego, casi enloquecido ahora en una especie de extravío pero ascendente, que sube en la amplitud vacía del cielo. Su ojo sangra, pero el pájaro (los días) sigue subiendo

hasta que una ala tiembla
y la tierra se ensancha en torbellino
.

Metáfora del deseo, la ilusión de infintud y la comprobación abrupta de nuestra errática y terrenal naturaleza.

Nicolás Magaril nació en 1978 en la ciudad de Córdoba. Es Licenciado en Letras Modernas. Ha colaborado en las revistas "La Intemperie", "Fénix", "Hablar de Poesía" y "La Rana".

lunes, 23 de junio de 2008

LIBROS: PERE BESSÓ y El Quadern de Malta

Un gran friso barroco donde se mezclan todos los tiempos

Por Guillermo Pilía

Edición Bilingüe: Castellano – Catalán
Libros de Alejandría


Resulta innecesario enfatizar el desconocimiento que existe en nuestro país sobre la poesía española contemporánea, que llega incluso a generaciones históricas, como la del 50 o los “novísimos”. Por qué nuestros intelectuales y poetas —primerísimos lectores de poesía— son poco proclives a sus pares peninsulares, es tema que nos excede. Lo mencionamos para remarcar cuánto más rara es la lectura de poesía catalana contemporánea, especialmente de aquella escrita en catalán. Ahora que se ha editado El quadern de Malta de Pere Bessó en versión bilingüe, convendría mencionar las peripecias sufridas por esa lengua hasta llegar a los poetas contemporáneos.
En tiempos remotos, el catalán fue la lengua de los trovadores. Pero recién en el siglo XIX se dio “la Renaixença” y Barcelona se convirtió en un centro de irradiación del romanticismo. Los nombres de Joaquín Rubió, Mariàn Aguilò y Tomás Villarroya nos llevan a Jacinto Verdaguer y sus continuadores: Juan Maragall, José Carner, Carles Riba y José María Segarra, todos ellos muy poco leídos entre nosotros. El franquismo relegó al catalán al status de lengua doméstica y el bilingüismo literario fue moneda corriente. Pero no deja de ser significativo que en 1970 Pere Gimferrer optara por el catalán como lengua poética, tras iniciarse como escritor en castellano.
Quizás el gran desafío de los poetas catalanes modernos —y en el fondo, de los poetas de todas las lenguas— haya sido transformar su idioma en un vehículo apto para expresar la vida actual y cotidiana. Bessó es indudablemente de los que han aceptado ese desafío y lo han transformado en bandera de lucha. Bien lo dice en “L’ofici de (la) memòria”: “Dice el imaginista William Carlos Williams / que se hace difícil recibir noticias / desde los poemas, / pero que aún así mueren todavía / los hombres miserablemente / por la falta de cuanto allí se halla”. Y a casi todos sus poemas se les podría aplicar estos versos de “El passat és el teu color natural”: “La mayoría de las cosas que me interesan / en el barrio de los Calafateadores se pueden tocar”, porque aún aquello que pertenece al pasado y la memoria, a la imaginación y el sueño, tiene en El quadern de Malta un peso, una espesura que lo hace tangible.
El libro es un gran friso barroco en el que parecen mezclarse todos los tiempos, pues así como por esa pequeña isla mediterránea pasaron todos los pueblos en todas las épocas, así también en estos poemas conviven hechos, personajes, sentimientos, sin cronologías ni agrimensuras. Como afirma Marta Miranda, Pere Bessó intenta por medio de la escritura dar cuenta de la experiencia del mundo, “el mundo real, con sus días, sus noches, lluvias, sombras, personajes sonámbulos, noctámbulos y amor y amanecer”. Aunque resulte paradójico, para ese “dar cuenta de la experiencia del mundo” el poeta tiene que detenerse en ese sitio minúsculo, como quien tiene que pararse en una laja del patio de su infancia para rever toda su vida.
El quadern de Malta tiene, desde ya, su propia geografía, pero ese lugar se nos hace ilusorio. Malta es el universo, la poesía lo dilata hasta el infinito, así como las elegías de Rilke van mucho más allá de los confines del Duino. Escribe Bessó en “La rosa enrunada”: “En esta isla de manuscrito enrabiado, / qué villorrios habrás de tocar / para poder seguir el péndulo de tu corazón, / decir aquello que nos ahoga, / pues el lenguaje brota en el cántaro / donde hay un cuarterón de pan”. No sólo villorrios, sino también vidas enteras de caballeros y de asesinos, de mujeres obsedidas de lujuria o santidad, de grandes maestres y artistas. En todos se transustancia el poeta, porque “yo no soy el sujeto del poema, / ni siquiera la anécdota despojada del poema”, así como tampoco “busco el ojo de la ventana / pues yo mismo soy el ojo de la ventana”.
Más allá de los valores presentes en El quadern de Malta de Bessó, es positivo resaltar, como decíamos al comienzo, el aporte de esta obra y de este poeta tan cercano a nosotros para un mejor conocimiento de la poesía catalana y de su universo personal. Bessó es un poeta que repite la historia de su tocayo Gimferrer, ya que comenzó publicando en castellano (Cenáculo de sombras, Imágenes) para después consagrarse al catalán. Y a propósito de Gimferrer, también Bessó resulta ser el mejor traductor al castellano de su poesía en catalán.

Guillermo Pilía (La Plata, 1958) es profesor en Letras, poeta y escritor. Ha recibido numerosos premios por sus trabajos en la Argentina y el exterior. Sus últimos libros son Herido por el agua (poesía, 2005), Días de ocio en el país de Niam (cuentos, 2006) y Vicente López y Planes y El triunfo argentino (ensayo, 2007). Es director de la Cátedra Libre de Literatura Platense “Francisco López Merino” de la Universidad Nacional de La Plata.