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lunes, 29 de septiembre de 2008

Tres poemas de Roberto Themis Speroni

número 03, septiembre de 2008

Si estoy aquí, yo le diré: - Cuidado.
Y nada más. Los árboles son piedra.
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Hoy 29 de septiembre se cumplen ochenta y seis años del nacimiento del poeta citibelense Roberto Themis Speroni (La Plata, 1922-1967), fallecido un día antes de cumplir los 45 años.
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Selección de textos: José María Pallaoro

Al fondo de mi casa, en un baldío


Al fondo de mi casa, en un baldío
que aloja madreselvas y tacuaras,
envases, desperdicios y cadáveres
de madera fungosa; en un terreno
que un día fue patrón de las legumbres,
señor de las albahacas y el tomillo;
que tuvo un verde comercial y hermoso,
viven, con un chillar de porcelana,
las ratas que conozco. Por las noches,
a la lumbre bubónica del ojo,
con sigilo mental, siempre arrastrando
el calvo fleco en tubo de sus colas,
vagan entre geranios y hojalata,
erizadas de celo y amoníaco,
salivoso de hambre el diente agudo.

No me sorprenden ya. Sobre el cianuro
viven aún, rabiosamente invictas,
chispeando como piedras cenicientas
arriba de mis cejas, a los lados
de mi probable corazón, adentro
del hipnótico rombo de mi sangre.

Mis hijos las apartan, las persiguen,
les derraman aceite, las castigan
con afiladas llamas; mis hermanos
cavan anchos zanjones, tapan bocas
y clausuran hediondas galerías.
Pero vuelven al cabo de otra noche,
invaden mi silencio, y con jadeos,
se aposentan allí, donde yo canto,
allí, donde yo estoy cantando ahora.

(de “Solo canto de hierro”, 1975)
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A un poeta


Le han caído los muertos. Le han llovido
los vagabundos y las cicatrices,
los tuétanos azules de la estrella,
el arroz de los niños, los ojales
de un chaleco infernal, las mariposas
que desovan en grietas del naranjo.
Le han gritado en el vientre, en las pupilas,
en los embudos de la sed. Le han dicho
que debe ser total, tener los dedos
adhesivos y trágicos, y el canto
dispuesto como un hijo de navaja,
como una ciega uña de berilo
para herir y dar vida a los que corren
con las heladas nubes. Cuando muera,
si estoy aquí, yo le diré: - Cuidado.
Cuidado con la hoja de aquel roble,
con aquella cicuta que te observa
y que sabe en realidad si puedes
estar de nuevo, levantar tus brazos
y estrangular, al paso de los vientos,
un dios momificado, una garganta,
un retoño de amor, un eco leve.

Si estoy aquí, yo le diré: - Cuidado.
Y nada más. Los árboles son piedra.

(publicado en el diario La Nación el 20 de octubre de 1963)

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Me alojarán en una veta fina


Me alojarán en una veta fina.
Harán conmigo una estación yacente,
y me pondrán, al lado de las manos,
un hombre de tres clavos, un antiguo
perseguido de luz.
Ciertas personas,
habitantes del uso y la costumbre,
repararán, al fin, que fui una especie
de cometa infernal, un constelado
errabundo filial, un hongo triste,
un insecto de tórax luminoso.

Ese será el comienzo. Y los cerrojos
se correrán de nuevo, como siempre.

City Bell, 21-7-1964

(de “Padre Final”, 1964)
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Imagen de cabecera: Dedicatoria de Roberto T. Speroni a sus padres, 21 de julio de 1945 en libro “Habitante único”.

Homenaje a Roberto Themis Speroni a 86 años de su nacimiento.

Una lectura de “Un poeta en el hueso del invierno”
por Alfredo Jorge Maxit

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La mejor manera de homenajear a un poeta consiste en la valoración de sus textos. He elegido el de Un poeta en el hueso del invierno (1963) porque marca el comienzo de la poesía madura, existencialmente profunda del poeta, que, hasta entonces, se sentía más cercano a la sensorialidad del paisaje provinciano, al canto de los afectos, al mundo nostálgico de la infancia, a la exaltación de los pequeños seres de la naturaleza. Y, sobre todo, porque es un poema que toma hondamente en cuenta “la seriedad del mundo” y ubica a su autor en las búsquedas de la realidad del ser a través de una palabra poética cargada de preguntas, un signo de responsable contemporaneidad.
Recuerde el lector esta señal como un adelanto: unos versos tomados del –a mi juicio- libro más representativo de su período anterior, Tentativa en la luz.

Ven, viajemos. La muerte es sólo un ángel;
un ensueño entre pájaros y estrellas.

(De: Íntimo viaje.)

El poema.

El poema elegido fue publicado por Ana Emilia Lahitte en 1963, en Veinte poetas platenses (1). De este modo son 7 las publicaciones poéticas de Speroni: Habitante único, 1945; Gavilla de tiempo, 1948; Tentativa en la luz, 1951; Tatuaje en el tiempo, 1959; Un poeta en el hueso del invierno, 1963; Paciencia por la muerte, 1963; Padre final, 1964. En otra publicación de Lahitte: Speroni. Poesía completa, de varias ediciones, se encuentra buena parte de los textos poéticos no publicados por el autor, casi todos ellos pertenecientes a los últimos años de su vida, textos que están reclamando una cuidada y difícil edición que completaría el corpus de la poesía speroniana.
Para ser precisos, Un poeta en el hueso del invierno es más que un libro, un poema -algo extenso- escrito en 1962 y publicado un año después.

El título.

¿Qué le sugiere al lector el título de este poema? Por supuesto que cada uno tendrá su respuesta, pero ninguno dejará de considerar los términos que lo componen. Evidentemente que uno podría hacerse algunas de estas preguntas: ¿qué hace un poeta en el hueso del invierno?, ¿qué significa hueso aquí?, ¿invierno es solamente la estación del frío?
Decía un intérprete de los primeros siglos de nuestra era que en los tropiezos está el comienzo de la interpretación. Por cierto que hueso es el primer tropiezo y cualquiera entiende que su significación va más allá del sentido literal. Por otro lado, hueso es como el soporte de la carne, su último sostén. ¿Será el sostén del invierno, en este caso? ¿O sea, su núcleo, su carozo, su secreto? Por último, si uno recurre al diccionario, tal vez prefiera quedarse con lo que se dice del vocablo figuradamente: Lo que causa trabajo o incomodidad, el empleo muy penoso en su ejercicio.
Tal vez no estaría de más considerar que el sujeto del título no es el autor ni el hombre genéricamente considerado, sino un poeta.

La estructura del poema.

Un poeta en el hueso del invierno es un poema en 6 cantos de versos endecasílabos, verso predilecto de Speroni. Son 330 versos y fácilmente se advierte que el pirmer canto es el más extenso (129 versos), el segundo el más corto (23 versos), apenas con un verso menos que el canto cuarto (24 versos). Los cantos restantes son bastante parejos: canto tercero (43 versos), canto quinto (41), canto sexto (40). Versos blancos, sin rima.
Atendiendo un poco a marcas internas se ve que el primer canto es expositivo. En el mismo se habla del invierno y sus misterios. En el segundo canto ocurre un cambio importante. El yo poético se dirige a algunas de las figuraciones personificadas del invierno, galería, laberinto, y le dice: te descubro, recorro tu interior. En el canto tercero se da otro avance: el yo interroga al invierno (tú): ¿en qué lugar ha de morir el hombre? <> Interrogación que cambia en sujeto y objeto plural en el canto siguiente -¿Qué hemos hecho entre tantos de nosotros?- y recae en el yo, en el canto quinto: ¡qué pena,/ qué extraño espanto, qué salvaje impulso/ me guiaba de prisa hacia el invierno ...!. Finalmente, en el canto sexto se pregunta por otros sujetos: ¿Alguno habrá quizá que por el hueso/ se aventure conmigo y con tu rostro? ¿Habrá un hombre con ojos de conquista/ que atravesando el frío se disponga a conseguir su lámpara y la tuya...?/ ¿Habrá algún dios nevado al otro extremo...?

Yo, el poeta.

El poeta se identifica repetidas veces con el yo poético; o viceversa, el yo con el poeta. Un yo que, por otro lado, ofrece muchas posibilidades o vacilaciones de ser, entre repetidos acaso. Junto con los verbos que indican acción –ando, voy internando, avanzo, voy integrando, descubro, sigo paso a paso, etc- y con las figuraciones del hueso del invierno, más las marcas ya señaladas, la reaparición continua de la pareja sinonímica –yo, el poeta- constituye uno de los núcleos vertebrales del poema. Algunos ejemplos:

Del canto I:
Yo, el poeta, el desnudo –el mar acaso,
acaso la montaña, un dios acaso-
yo, el poeta,
-acaso el arenal, acaso el miedo-
Y yo, el poeta, el taciturno –acaso
la sombra de un anillo, acaso el simple
sollozo de un guijarro, acaso el vuelo-

Del canto II:
Yo, el poeta –acaso lo imperfecto,
lo sórdido y terrible, lo espantoso,
acaso una incenciada flor de agujas,
un lívido viajero –

Del canto III:
Yo, el poeta,
el jinete maldito, el señalado,
por tu planicie de estupor transito
acaso como un pájaro en la lluvia <>


Del canto IV:
Y yo, el poeta, el hombre, el astillado,
-acaso la verdad, acaso el signo,
o simplemente el hombre que conoces-


Del canto V
Yo, el poeta, me voy hacia su fondo,
y en el hueso invernal fundo mi torre,

Del canto VI
Yo, el poeta –acaso el hueso mismo,
acaso el hondo tubo donde duermen
las sienes de la escarcha-

Hueso de límites cambiantes.

Necesariamente en esta consideración semántica del poema será preciso resumir un poco su contenido para acercarlo al lector que desconoce el texto.
La acción del yo poético consiste en ir observando, como un huésped curioso en una galería, en ir andando, caminando el hueso,/ lo frío del invierno y sus misterios. Al principio la contemplación resulta aparentemente complaciente o resignada, no dramática:

voy internando mi vejez, mi llanto,
la certidumbre de saber que el hombre
es una forma del amor, del canto,
de la muerte que sopla dulcemente
a través de las grietas del invierno.

Canto I

Sin embargo, al avanzar un poco por el hueso invernal, por el gran tubo, un viento tiritante va ciñendo de lúgubres rumores, de murmullos/ cuyo color castiga el ceño triste, / el triste muro de la frente abierta a la razón, que el universo guarda. Esta pared insalvable ante toda interrogación se hermana con la llaga del poeta. Entonces siente que las cosas amadas y fugitivas avanzan con él dando vueltas al origen de lo que fuera bello <> Todo conmigo va por ese hueso/ de límites cambiantes.
¿Cuál será la tarea del poeta ante la devastación? La respuesta suena a ontológica.

Voy integrando el ser, lo que los años
separan dividiendo, haciendo trizas
junto al hueso constante del invierno.


Canto I

Tal vez la primer ruptura de nivel en el conocimiento del invierno mortal esté en ese vislumbrar momentáneo de otra significación.

Por momentos,
descubro que hay un símbolo terrible,
una inviolable lápida asfixiando
esto que soy y somos, esta ardiente
necesidad de andar, de ver el grito
que el invierno sostiene, que aprisiona
con terquedad de hiedra en lo sombrío.

Canto 1

Destrozado entonces por aguzadas limas, por arañas polvorientas, sigue avanzando por este gran hueso,/ donde el invierno es único monarca,/ dios de cristal, señor de la derrota. A su alrededor le aparecen niños, vírgenes heladas, arqueros de piel blanca que tejen tapices, juegan a la muerte.

me miran, aparecen y se internan
en el gran hueso del invierno hundido
en la mitad del tiempo, en lo callado
del tiempo y su mordida mariposa.

Canto 1

El Canto I finaliza contando lo que a veces el poeta imagina, que el hueso está en mí mismo. Y, entonces, eso le resulta tan verdadero que el hondo hueso/ me suena en la garganta, me golpea/ los apretados dientes del mañana. Es que, como afirma en versos inmediatamente anteriores: es verdad que estoy próximo a lo exacto/ que la muerte difunde <>

El canto II es de transición. El yo ha descubierto al tú, al hueso del invierno y lo recorre interiormente, se apronta -más bien- a recorrerlo por dentro.
En el III, yo, el poeta se acongoja repitiéndole cantos y preguntas. Una de ellas ya ha sido señalada:

¿en qué lugar ha de morir el hombre,
ha de cantar el hombre tanta fiebre,
tanta visión de augusta persistencia?


Recuerda a continuación los inviernos de su niñez con el corazón suelto como si fuera una escala de vuelo. Pero en la actualidad de su viaje, hueso entre ramas, toma nueva conciencia de sí mismo, de su mortalidad.

Hueso de invierno, fémur oxidado,
jardín por el que he vuelto a descubrirme,
a descubrir el límite del hombre,
su conciencia mortal, lo perdurable
y efímero a la vez de tanta historia
repetida en el curso de un remoto
río invernal, corriendo hacia lo eterno.
(Canto III)

En el canto IV, yo, el poeta abre como un paréntesis con el afuera, con el objeto de su contemplación, e ingresa brevemente al hacer invernal del hombre, a la historia, a lo que el hombre ha ejecutado con los hombres, con la naturaleza especialmente.

¿Qué hemos hecho entre tanto de nosotros?...
¿Qué destino impusimos a los mares,
a los peñascos, a la sombra viva
de un tallo entre las dunas de la idea?...
Han crecido ciudades y se han muerto
detrás de los inviernos; el gran hueso
está tendido en su infinita curva
como un pájaro quieto en el salitre <>
(Canto IV.)

En el penúltimo canto (el V), el poeta cae en la cuenta de que él tiene experiencia de este hueso pensativo, de esa inclinación (pensativo es una voz muy reiterada en toda la poesía de Speroni) a reflexionar y conmoverse ante la muerte, cuando lo asalta la fuerza de estar solo. Su amor por el otoño es recurrente en toda su poesía anterior.

Cuando la estrella es limpio y su destello
nítidamente llega del ocaso
luego de abril; cuando la rosa inclina
su desierto de pétalos y el viento
huele a musgo de noria, adelantando,
sonando a seco pino en sus nudillos,
yo el poeta, me voy hacia su fondo,
y en el hueso invernal fundo mi torre,
mi lágrima más clara, mi medalla
para el mañana –tu mañana, acaso.

Canto V

Como puede advertirse, se da como una hermandad entre el poeta y la mortalidad. Por eso la sucesión de acciones en compañía: avanzo y gesticulo, canto y vivo/ como la misma muerte que llevamos/ cada cual a su modo en las pestañas <>

El recorrido por el interior del hueso del invierno ha terminado. Así lo manifiesta el poeta, al inicio del canto VI, después de las preguntas ya transcritas por otros sujetos, por algún dios nevado al otro extremo. Preguntas abiertas.
Precisamente, el viaje de reconocimiento y exploración queda clausurado con un verso que conforma llamativamente una estrofa.

Pero el hueso es profundo, lo repito.

Canto VI

El yo poeta señala sus limitaciones cognoscitivas, metafísicas: apenas si entreveo los pasillos:

¡Oh soledad, invierno, rueda inmensa
en cuyo eje el hombre permanece
como un forzado náufrago al que azotan
rayos helados, críticas mareas
naciendo desde un hueso, resonando
solamente a silencio, en lo perdido...!

Canto VI

Esta es la agónica situación del hombre ante el misterio de la muerte y el destino de los seres, de lo vivo. Náufraga soledad del invierno de la que pareciera sacar la primavera.

Hasta que un día, es cierto, el hueso muere.
se adelgaza, se funde con la hierba,
y un magnífico sol salta y rebota
sobre aquello que fuera sólo un hueso.
Vuelve el árbol a ser árbol de nuevo.
El canto, en pie, abriéndose penetra
los aros de diamantes dilatados
de la cintura elástica del aire.
Y el hombre, al fin, se anima y resplandece
junto a los animales y a las plantas
donde la luz ovilla y desovilla
su música reciente.
Canto VI

Pero no, en los últimos versos del poema, yo, el poeta –y acaso el hueso mismo,/ acaso el hondo tubo donde duermen/ las sienes de la escarcha, o sea, el hombre poeta redescubierto en su mortalidad esencial, deja de lado aquellas imágenes mayores –mar, montaña, dios-, todas aquellas acciones hacia fuera, para ingresar en un proceso de repliegue, de empequeñecimiento, propio de la comprensión y posterior aceptación de un designio no humano e indescifrable, el de el sabio invierno. Aceptación que lo ubica en el lugar del título del poema: yo, el poeta/ un poeta en el hueso y para siempre. Ya no es necesario agregar la construcción del invierno, porque el hueso ha revelado su secreto y carga con toda su significación. Por supuesto, el para siempre, reiterado y final del poema, afirma un resignado y esclarecido futuro sin primavera.

Sin embargo
yo, el poeta –y acaso el hueso mismo,
acaso el hondo tubo donde duermen
las sienes de la escarcha -, me repliego,
disminuyo mi sitio, empequeñezco
mi estatura de sangre, y, tristemente,
aguardo el frío, el lento, el sabio hueso
que dispondrá el invierno para siempre:
para siempre te digo yo, el poeta,
un poeta en el hueso y para siempre.

Coda incompleta.

Claro que resulta patente la consideración distinta de la muerte entre aquellos versos de Tentativa en la luz y los de este poema. Ha cambiado el tono, la visión de la vida y el acercamiento a la realidad, ahora más hondamente misteriosa.
Un poeta en el hueso del invierno fue seguido por Paciencia por la muerte, una obra de 33 composiciones, más un poema introductorio, en el que se notan muchos puntos de contacto, como ya lo resalta el título del libro, con este poema en seis cantos. Lo propio ocurrirá con Padre final, cuyo último poema –el 20- más allá de la coincidencia temática, certifica con plenitud el cambio de mirada y escritura. Poemas de la madurez poética de un escritor de apenas más de cuarenta años, que seguirá ahondándose cuando el invierno lo visite en su propia casa.

Me alojarán en una veta fina.
Harán conmigo una estación yacente,
y me pondrán, al lado de las manos,
un hombre de tres clavos, un antiguo
perseguido de luz.
Ciertas personas,
habitantes del uso y la costumbre,
repararán, al fin, que fui una especie
de cometa infernal, un constelado
errabundo filial, un hongo triste,
un insecto de tórax luminoso.

Ese será el comienzo. Y los cerrojos
se correrán de nuevo, como siempre.

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CITA BIBLIOGRÁFICA.
(1) LAHITTE, Ana Emilia. Veinte poetas platenses. La Plata, Fondo Cultural Bonaerense, 1963.

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Alfredo Jorge Maxit nació en Colón, Entre Ríos, en 1942. Es Profesor en Letras. Ha publicado teatro, narrativa, ensayo y los libros de poemas “Entreluces” (1996), “De lengua y literatura y Poemas de aquí y ahora” (2001), “Con las palabras” (2005), “Des/habitaciones” (2006) y “Sombras de luz” (2007).

domingo, 21 de septiembre de 2008

José María Pallaoro – La Plata, 21 de septiembre de 1976


Y yo no cambio por nada mi día de la primavera de 1976. La verdad que no. Y no me importa. Aunque puedan aparecer fotos amarillentas que corroboren lo contrario.
Yo estuve donde tenía que estar. Tratando de ser sincero. Tratando de no mentirme.
¿Te acordás? Preparamos los bolsos y la canasta con fruta, sangüchitos, la Seven-Up, el termo, galletitas y mate, la yerba, el mantel y repasadores, el destapador, los cigarrillos y los fósforos. Y nos fuimos. Para El Rincón, nos fuimos.
Recuerdo vagamente el viaje en el 503. Pero sí la larga caminata por la calle que zigzagueaba como viborita, allá, mucho más lejos del cañaveral, lejos, lejos, lejos del mundo.
"¿Dónde me trajiste", decías vos. Y nos reíamos y nos peleábamos y caminábamos para allá, lejos, lejos... No importa ya si no fue así. Importa cómo evoco ese día hoy.
Llegamos cansados. Y nos sentamos apoyando nuestras espaldas contra un árbol. (¿Casuarina? ¿Eucalipto? ¿Espinillo?) Y fumamos. Y vos hablabas y hablabas. "Nunca podés dejar de hablar", te decía. Yo te decía eso. Yo, que me encantaba escucharte, te decía, así, serio, te lo decía, y me reía por dentro.
El sol aparecía por momentos. El sol estaba. No necesitábamos sentirlo. Estaba. En nosotros estaba.
Encontramos un piso de baldositas verdes. Sólo el piso. Seguramente donde antes hubo paredes y ventanas, un cuarto y una cocina, quedaba eso, un piso irregular de baldositas verdes. Lo barrimos con una rama del árbol (¿Casuarina, eucalipto…?) y con los pies y con las manos.
"¿Dónde me trajiste?", repetías riendo y espantando los mosquitos, imaginarios o no, y sacudiendo con las manos el polvo del vaquero. Extendimos el mantel en el piso. "¿Querés mirar el cielo?"
Y ahora nuestras espaldas se apoyaban en el piso verde y nos tomamos de la mano y miramos el cielo y las nubes del cielo que el viento llevaba lejos, lejos, lejos.
Y ya no hablabas. Y yo te escuchaba. Y todo era silencio y palabra (ahora que ya sé que el silencio es el mejor compañero de las palabras).
Por eso escribo, intento escribir.
¿Sabés? Años después, no sé si en otra primavera, estaba recostado sobre el pasto del jardín de mis viejos, otra vez, mirando el cielo y las nubes que el viento llevaba lejos, lejos, y escribí, le escribí a esas nubes que pasaban, que se iban, y me vi, en otros días, en otros parques y plazas de sueños colectivos, tirado en el pasto mirando el cielo y las nubes, pensando en un hermoso día de primavera de 1976, lejos, lejos, lejos del dolor y los peligros del mundo.
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La Plata. ENSC (Escuela Nacional Superior de Comercio) General San Martín. 5º año, 5º división. Promoción 1976.

SOLIDARIDAD CON DANIEL BAREMBOIM

Los abajo firmantes, escritores argentinos, manifiestan públicamente su absoluta solidaridad con Daniel Baremboim, amenazado inicuamente por la ultraderecha en su hogar de Jerusalén por propiciar con su arte la integración de árabes y judíos. Se trata sin duda alguna de una personalidad ejemplar, como artista y como intelectual, como judío y como ser humano, que en estos tiempos tan oscuros -cuando no siniestros- mantiene encendida la llama del más límpido humanismo. Y que merece en consecuencia nuestro más vivo reconocimiento.

Rodolfo Alonso, Juan Gelman, Tomás Maldonado, Héctor Tizón, Noé Jitrik, Carlos Altamirano, León Rozitchner, Abelardo Castillo, Tununa Mercado, Mario Goloboff, Carlos Gabetta, Sylvia Iparraguirre, Daniel Freidemberg, María Rosa Lojo, Flora Guzmán, Paulina Vinderman, Leopoldo Teuco Castilla, Alberto Szpunberg, Juano Villafañe, Susana Cella, Juan Octavio Prenz, Daniel Chirom, Osmar Bondoni, Leandro Katz, Haydée Seibert, José Alberto Itzigsohn, siguen las firmas...
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Daniel Barenboim - Moonlight sonata - 2ºmov Allegretto

miércoles, 17 de septiembre de 2008

"El Hermano Árbol", un poema inédito de Rodolfo Alonso

“Todo es hoja.”
Goethe


Los árboles no sólo son hermosos.
También son necesarios.

Cuando empezó la vida,
en los orígenes del tiempo, cuando tanto nacía,
bajo la atmósfera recién inaugurada
que permitía dar comienzo a la existencia,
capaz de inaugurarla,
¿fue primero lo verde o lo animal?

Sin verde no hay futuro.
Ni presente posible.
Los árboles no sólo son hermosos.
El hombre que no se emociona al percibirlo
directamente no sabe percibir qué es la belleza.
El hombre que no alcanza a ver un árbol
en todo su esplendor, cimbreándose en el viento,
colmo de su belleza,
el hombre que no alcanza a ver un árbol,
está ciego, está sordo, está mudo.

Porque los árboles no sólo son hermosos.
Cada uno es hermoso.
Cada árbol que crece en libertad,
desarrollándose,
desarrollando contra el cielo
digna y serena, majestuosamente,
todo el milagro que había encerrado en su semilla
Nuestra Señora la Naturaleza,
llega a su propio ser, lo logra, cada árbol
bello, entero, feliz,
se logra,
despliega esplendorosamente fondo y forma,
es un canto en el aire,
se convierte en un ser vivo tan vivo
como cualquiera de las otras bellas formas vivas
que todavía son nuestro universo.

(Porque no hay sólo una Belleza,
Cada uno, en el concierto de la vida,
debe esforzarse por alcanzar la suya,
su belleza.
Y cada árbol es hermoso, tiene su propia forma
de ser bello, a su manera, única, suya.)

Los árboles no sólo son hermosos.
Carl Sagan dijo que si seguimos hacia muy atrás
en la cadena que dio origen a la vida
--toda la vida--
veremos que por ejemplo ese olmo y yo somos hermanos.
No hay diferencia interna entre nosotros.
Desde la misma célula,
en el meollo mismo de los tiempos,
algo (que en el fondo es lo mismo)
decidió hacerse árbol, hombre o animal,
y cada uno tiene su lugar en la armonía del cosmos.

Los árboles no sólo son hermosos.
También son necesarios.
Como el Pobre de Asís, aquel Francisco santo
que aprendió a amar en los pobres la riqueza de un dios,
y que llamó Hermano al lobo, al sol y hasta a la luna,
bien podemos decir humildemente, sabiamente:
gracias, Hermano Árbol.

Porque los árboles no sólo son hermosos.
Sin ellos no hay oxígeno, no hay vida.
Sin ellos, sin el milagro de sus hojas,
sin el milagro de la fotosíntesis
que hace aire de la luz,
sin la savia jovial, sin la maravillosa clorofila,
sin la vida que derrochan a baldes como nos han regalado su belleza,
sin ese pulmón del mundo que es un bosque,
sin los bosques del mundo,
no hay vida posible, no hay mundo, no hay futuro.

Los árboles no sólo son hermosos.
También son necesarios.
Gracias, Hermano Árbol. Muchas gracias.
Si te cuido me cuido.
Si te amo me honro.
Si me reflejo en tu belleza
porque aún soy capaz de percibirla,
si vivo por el aliento de tus hojas,
hasta mi último suspiro tendría que decirte
--inclusive por ese último suspiro
que tú vuelves posible--:
gracias, Hermano Árbol.
Apenas, nada menos.
Gracias, Hermano Árbol.
Gracias por existir,
por darnos existencia.
Gracias.
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__________
Y nosotros damos gracias a Rodolfo Alonso (Argentino. Poeta, traductor, ensayista, ex editor. Premio Nacional de Poesía, 1997) por este hermoso poema.

viernes, 12 de septiembre de 2008

El plato guarda brutalidad y otros poemas de Roberto Glorioso

De Música de guerra

-8-

Ascuas
o durezas de cielo
todavía
lastiman la casa.

Se impone una hendija
mordida a contraluz.

Abierta
en desarmaderos de infancia.

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De Astillas

-8-

El plato guarda
brutalidad
de hueso infinitamente roído.

Su limadura de hambre
cumple ceremonias
ampolladas de idolatría.

Contenciosas.


-19-

Un dios para esta tarde
de domingo.

Para que su aliento a soledad
desmantele grúas
de silencio.



-30-

Alrededor de la cuna
lobos ya sin hambre
esperan traficar en sus colmillos
talas de carne.



-33-

Toda su riqueza
es una canción que muerde
cotos de silencio.

De campamento sin brasa.


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De Tierra no prometida

-1-


Fijo a la tierra
por un ancla leve
protege la más aluvional
de sus visiones.

Sin resto de dicha.


- 5-

Hogueras a orillas
del mar.
En nombre de quién resplandecen.

Nadie responda.

La humanidad del fuego
relumbrará
desierta.


-11-

Exigió puñados de fuego.

Ahora maldice
si detrás de las palomas
asoma un arma.

-26-

Aunque profesan
rapacidad
en los patios sin templo
traen sus vientres
escarbados de hambre.


-38-

Sobre la mesa
un plato único.

Predecible su puntazo.

Su ninguna piedad
a la derrota.


-39-

Sólo trae arena para
ampliar el desierto
que es ahora su alma
y dice
ojalá me pensaras
levantando piedras
para construir la casa.

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Roberto Glorioso nació y vive en Azul, Provincia de Buenos Aires. Su obra abarca cuento, poesía y teatro. Ha publicado Los olvidos imperecederos (1979), Comuniones de silencio (1984), Lejanías conjuradas (1988), Playa de mediaciones (1997), Música de guerra (2000), Astillas (2004) y Tierra no prometida (2008). Es autor, además, de las Hojas de Sudestada números 83, 117 y 142, de los Cuadernillos del mismo sello; Campo de batallas, Otras cercanías de lo humano y Los ángeles prohibidos, del Desplegable de Sudestada; Apuntes de intemperie, y de las Plaquetas Poemas y Espacios de agua de Editorial Arché. Recientemente ha aparecido en Summa Poética de Editorial Vinciguerra, Enunciados del desierto (2005) para la colección Poetas Contemporáneos. Poemas suyos integran numerosas antologías. En la actualidad, es Secretario de Cultura y Educación de la Asociación Bancaria Seccional Azul. FOTO: Daniel Grad.

jueves, 11 de septiembre de 2008

El proyecto de ley de una pensión de escritor: Por una dignidad de la vejez

La iniciativa de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA), sobre un proyecto original de Elvio Vitali, reclama que los autores mayores tengan un ingreso vitalicio equivalente a unos 1250 pesos.

Por Silvina Friera Página/12, 11/09/08

La urgencia por aliviar el estado de indigencia en que viven muchos escritores no se corresponde con los tiempos sospechosamente lentos de la Legislatura porteña. Las comisiones de Presupuesto y Cultura prometieron tratar en los primeros días de septiembre el proyecto de ley de Pensión del Escritor, una iniciativa que la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA) adoptó como propia –aunque el proyecto lo presentó el recientemente fallecido Elvio Vitali– y que cuenta con el apoyo de más de 500 escritores de todo el país. Entre otros, Osvaldo Bayer, Juan Gelman, Diana Bellessi, Abelardo Castillo, Luisa Valenzuela, Antonio Dal Masetto, Noé Jitrik, Angélica Gorodischer, Ana María Shua, Guillermo Martínez, Tununa Mercado, Alberto Laiseca, Pacho O’Donnell, Juan Sasturain, Héctor Tizón y David Viñas. Pero de la promesa al hecho media un largo trecho. Y el peligro de que en febrero del próximo año el proyecto caduque. En caso de aprobarse la ley, los escritores porteños que tengan al menos cinco libros publicados y registrados, y no cuenten con una jubilación, podrán acceder a esta pensión vitalicia, equivalente a dos veces y media el monto de una jubilación mínima, es decir, unos 1250 pesos.
“La cultura es la columna vertebral de una sociedad y lo que permanece de ella son las obras, que definen sus características, su originalidad –se lee en los fundamentos del proyecto redactado por Vitali, presentado el año pasado–. El sello de sus creadores constituye la idiosincrasia de un pueblo. No hay futuro si se abandona a quienes abonan con su arte el destino común.” La pensión beneficiaría a unos 90 escritores porteños que se encuentran prácticamente en la indigencia y que desarrollaron una labor literaria a lo largo de su vida, pero no cuentan con ningún beneficio previsional. La iniciativa señala expresamente que la pensión “no podrá concederse cuando el escritor gozare de cualquier tipo de subsidio, premio literario o una jubilación, pensión graciable o retiro civil o militar, nacional, provincial o municipal equivalente a dos y media (2,5) jubilaciones mínimas”. Graciela Aráoz, presidenta de la SEA, cuenta en diálogo con PáginaI12 que se reunió con la diputada del Frente para la Victoria Inés Urdapilleta, presidenta de la Comisión de Cultura. “Creemos que la Legislatura tratará este proyecto antes de su vencimiento, y para el cual quedan apenas dos meses y unos días”, dice Aráoz, sin ocultar su preocupación por las demoras a esta altura inexplicables para aprobar una ley que cuenta con un amplio consenso entre los autores del país.
“No somos bohemios ni trasnochados escribiendo más allá de la miseria. Escribimos en esta realidad, en este país, y pensamos que la Pensión del Escritor, cuando sea aprobada, aliviará inmediatamente la situación de decenas de colegas que permanecen injustamente relegados, después de haber enriquecido con sus obras, a lo largo de muchos años, el acervo cultural de esta ciudad de Buenos Aires y el de toda la nación”, subraya Aráoz. “Príncipes y mendigos al mismo tiempo, los artistas en general, y particularmente los escritores, rara vez logran vivir de su trabajo”, plantea la poeta Diana Bellessi. “Son tomados en consideración cada vez que los espacios mediáticos y el poder los necesita, cada vez que llega el momento de representar la cultura nacional, pero nunca son considerados trabajadores, o tal vez sí, en su expoliación y en su constante condición de desocupados”, advierte la poeta. “Es de esperar que este proyecto llevado adelante por la SEA se convierta en la punta de lanza de un proceso de conciencia en la sociedad argentina, y también en el seno de la comunidad de escritores y de artistas de todo el país. Este es un gesto gremial, y como tal debemos apoyarlo, no se solicita una actitud de beneficencia al gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, se exige un derecho básico, apenas el primero de una larga lista por la que habrá que movilizarse a lo largo y a lo ancho del país. Por la dignidad de los viejos y de los jóvenes, por la defensa de un trabajo independiente y libertario que no negocia ni se casa con nadie.” Mario Goloboff señala que los escritores son quienes construyen un país ideal “sin el cual el real simplemente no existiría”. “Si se considera bien lo que han dado y hecho por nuestro país, desde Mariano Moreno y Domingo Faustino Sarmiento hasta Julio Cortázar y Haroldo Conti, pasando por Roberto Arlt, por Macedonio Fernández, por Leopoldo Marechal, por Raúl González Tuñón, por Alejandra Pizarnik y por tantos otros tan altos, y que muchos de ellos sólo recibieron indiferencia, migajas, hambre o palos, una pensión debiera ser, más que un derecho que con todo derecho se reclama, un deber que finalmente cumple la sociedad para con sus escritores”.Bayer se reunió el martes con la presidenta Cristina Fernández para hablar de la situación de los pueblos originarios y de la Pensión del Escritor. “Me prestó mucha atención y me prometió estudiar a fondo este tema y cambió palabras con el secretario general de la Presidencia, (Oscar) Parrilli, para profundizar las actuaciones futuras”, revela el escritor y columnista de PáginaI12. “Ojalá que se haga justicia. Yo viví, cuando niño, la realidad de un poeta pobre, un escritor alemán, anarquista, que había emigrado de Alemania por el nazismo. Se sostenía en su extrema pobreza haciendo trabajos de todo tipo. Yo lo vi muerto y retengo esa imagen –recuerda Bayer–. Nosotros tenemos escritores que soñaron poesía y literatura y de pronto, ya viejos, vieron que su mano estaba vacía. Cuando uno está ante la evidencia de tantas jubilaciones de privilegio, no puede menos que indignarse ante el hecho de que los escritores todavía no tengan una defensa para sobrevivir los duros años de la vejez.”
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A los escritores, su derecho

Después de la asamblea del 23 de agosto, numerosas adhesiones y declaraciones de apoyo han llegado a la SEA, enviadas desde el exterior e interior del país y desde la misma ciudad de Buenos Aires.

Por primera vez nosotros, los escritores, una comunidad heterogéna y dispersa, nos hemos unido tras un solo objetivo: la sanción en la Legislatura porteña de una Ley de Pensión que nos proteja al llegar a la edad jubilatoria.

“¿Qué tuvieron en común Macedonio Fernández, Luis Franco, Antonio Di Benedetto, Gianni Siccardi?”, dice uno de los afiches de la campaña. “Que todos fueron escritores argentinos”, se responde. “¿Qué más tuvieron en común? Que todos murieron en la pobreza, sin que la comunidad que tanto se enriqueció con su obra, fuera capaz de reconocerles su legado en la vejez...”

A lo largo de septiembre, en paralelo con la sesión de las Comisiones de Cultura y Presupuesto de la Legislatura porteña, distintos referentes de la literatura y el arte argentinos expresarán públicamente su adhesión a la campaña de la SEA.

Agradecemos además, a nuestros propios asociados, los apoyos recibidos, e instamos a continuar y redoblar los esfuerzos para que este proyecto inédito y trascendente se corone con la sanción de la ley.

La Pensión del Escritor, cuando sea aprobada, aliviará inmediatamente
la situación de decenas de colegas que permanecen injustamente relegados, después de haber enriquecido con sus obras, a lo largo de muchos años, el acervo cultural de esta ciudad de Buenos Aires y el de toda la nación.

¡JUNTOS POR LA PENSIÓN DEL ESCRITOR! ¡JUNTOS POR NUESTRO DERECHO! SEA
SOCIEDAD DE ESCRITORAS Y ESCRITORES DE LA ARGENTINA
2008: Año de la Pensión del Escritor
Auditorio Francisco Madariaga
Bartolomé Mitre 2815 - Of. 225 a 230 Frente a Plaza Once
(C1201AAA) Ciudad Autónoma de Buenos Aires - Argentina
Tel. (00 54 11) 4864 8101 / administracion@lasea.org.ar / www.lasea.org.ar
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martes, 9 de septiembre de 2008

Cesare Pavese: Retrato del escritor que se quiso salvar con la palabra

Opuso la jerga de la calle a lo que dictaba la academia sin perder un ápice de su excelencia literaria. Pavese soportó la amenaza fascista, el desengaño amoroso y la cárcel: paradójicamente, la sombra del suicidio lo alcanzó en su mejor momento.

Por Silvina Friera para Página/12 09/09/08

Quizá los mejores ingenios y los espíritus más generosos sean los más melancólicos. Desde las fotos, los ojos de Cesare Pavese miran fatigados por una enfermedad que parece incurable. Terminal. Tal vez el origen de esa pena fue una orfandad prematura –tenía seis años cuando murió su padre; veintidós cuando perdió a su madre– combinada letalmente con un cúmulo de naufragios amorosos, desde “la mujer de la voz ronca” que se casó con otro cuando regresó del destierro en Calabria, a la actriz Constance Dowling, a la que dedicó sus últimos versos Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. “Algunas veces estaba muy triste, pero durante mucho tiempo nosotros pensamos que se curaría de esa tristeza como de muchacho, la melancolía voluptuosa y despistada del muchacho que todavía no tiene los pies sobre la tierra y se mueve en el mundo árido y solitario de los sueños”, describió Natalia Ginzburg al escritor italiano en uno de los relatos de Las pequeñas virtudes. La lectura, la escritura y la traducción fueron necesarias pero no suficientes para paliar esa incomodidad existencial, que apareció registrada tempranamente en una de las entradas de su diario, El oficio de vivir: “Sé que estoy condenado a pensar en el suicidio ante cada dolor”. Postergó durante varios años esa sentencia. Pero la condena se cumplió el 27 de agosto de 1950, cuando en el hotel Roma de Turín se tomó el contenido de veinte sobres de los somníferos que utilizaba para combatir el insomnio. Hace cien años nacía Pavese en Santo Stefano Belbo, en el Piamonte, el mejor escritor italiano de la posguerra que arremetió contra la poesía italiana contemporánea, decadente, crepuscular y hermética y que reemplazó la afectación de los jerarcas literarios por las jergas de la calle.
El joven Pavese estudió con pasión las literaturas clásicas y la inglesa en la Facultad de Letras de la Universidad de Turín, donde se doctoró con una tesis sobre la interpretación de la poesía de Walt Whitman. La gangrena del fascismo, ese “miedo al porvenir”, la sospecha permanente, el desorden y la violencia infectaban a la sociedad italiana. En ese contexto irrespirable el escritor atisbó un soplo de libertad en la narrativa norteamericana que empezó a leer y traducir: Nuestro señor Wrenn, de Sinclair Lewis; Moby Dick, de Herman Melville; El paralelo 42 y Una montaña de dinero, ambas de John Dos Passos; Hombres y ratas, de John Steinbeck; Aventuras y desventuras de la famosa Moll Flanders, de Daniel Defoe; David Copperfield, de Dickens; Autobiografía de Alice Toklas, de Gertrude Stein, y La línea de sombra, de Conrad, entre otras. En la década del ’30, mientras escribía poemas, cuentos y traducía, comenzó a publicar en la revista Cultura ensayos sobre escritores norteamericanos (Lewis, Sherwood Anderson y Dos Passos, entre otros). Cuando lo detuvieron en 1935 por ayudar a su primer gran amor, “la mujer de voz ronca” –así la llama el primer biógrafo de Pavese, Davide Lajolo–, que desempeñaba importantes labores clandestinas en el Partido Comunista, Italia combatía en Abisinia. Tras algunos meses de cárcel, el escritor fue condenado a tres años de destierro en Brancaleone, Calabria, donde comenzó a escribir, en octubre de 1935, El oficio de vivir.
En ese destierro, Pavese encontró en las palabras la mejor manera de levantarse por encima del vacuo nacionalismo de los fascistas. “Por las palabras que un escritor emplea puedes saber quién es. Mira los camaradas de la guerra de España: unos les llamaban rojos, otros leales, unos, comunistas y subversivos, otros, patriotas. Esas palabras te indicaban con quién hablabas, y en cada caso significaban una cosa distinta. En las palabras que usas están tu clase y tu trabajo, lo que sabes, lo que comes, las personas que tratas. En las palabras está todo”, escribió en La literatura norteamericana y otros ensayos, publicado en 1951, un año después de la muerte del escritor, libro que Italo Calvino calificó como “la más rica y explícita autobiografía intelectual de Cesare Pavese”. Todavía estaba confinado cuando se publicó su colección de poemas Trabajar cansa, en 1936. “Al menos por un tiempo, la creí lo mejor que se estaba escribiendo en Italia”, dijo sobre su primer poemario, aunque también anotó en su diario: “Hacer poemas es como hacer el amor, no se sabrá nunca si la propia alegría es compartida”. A fines de 1936, debido a sus ataques de asma, le fue condonada la pena y pudo regresar a Turín, pero purgó una condena peor: “la mujer de la voz ronca” se había casado. “Ir al confinamiento no es nada. Volver es atroz”, registró en su diario.
Su estrategia vital, su modo de luchar contra la angustia existencial y el fracaso amoroso consistió en entregarse frenéticamente a la traducción y a la escritura. La reanudación de su relación con la editorial Einaudi fue un soplo de energía y esperanza. En 1941 apareció por entregas en la revista romana Lettere d’Oggi la novela breve La playa, que se editaría en formato libro un año después, y De tu tierra, que marcaría su consagración como narrador. Cuando en 1944 los alemanes ocuparon Turín, el escritor se refugió en las colinas piamontesas. Después de la liberación se reabrió la sede turinesa de Einaudi y Pavese se erigió en el factotum de la editorial. Hacia fines de los años cuarenta publicó Diálogos con Leucó (1947), Antes que cante el gallo (1948), que incluía La casa en la colina y La cárcel, título que alude al episodio evangélico en el que Cristo anuncia a Pedro que antes de que el gallo cante él lo negará tres veces; El hermoso verano (1949), que además de la novela homónima incluía El diablo en las colinas y Entre mujeres solas, y La luna y las fogatas (1950), su mejor novela, publicada cuatro meses antes de que el autor se quitara la vida, reeditada en la Argentina por Adriana Hidalgo, con traducción del poeta Silvio Mattoni y ensayos de Gian Luigi Beccaria, Franco Fortini e Italo Calvino.
El protagonista de La luna y las fogatas regresa a los viñedos de su pueblo natal después de haber recorrido el mundo y haber hecho fortuna en América. “Uno se cansa y trata de echar raíces, unirse a la tierra y a la región, para que la propia carne valga algo y perdure un poco más que un simple cambio de estación”, dice el protagonista en la primera página. Detrás del retorno y la reinserción en una sociedad, donde vivió míseramente adoptado y criado por agricultores pobres, de la mano de su propio Virgilio, el inolvidable Nuto, carpintero y trompetista de la banda del pueblo (“un hombre hecho y derecho”), el personaje busca comprender por qué un pueblo es un pueblo. “Nos hace falta un país, aunque sólo fuera por el placer de abandonarlo. Un país quiere decir no estar solos, saber que en la gente, en las plantas, en la tierra hay algo tuyo, que aun cuando no estés te sigue esperando.” Es la experiencia radical del huérfano, del bastardo, del hombre de mundo que todavía no sabe cuál es su país.Aunque acababa de recibir el gran premio de la literatura italiana, el Strega; aunque parecía haber tocado el cielo con las manos, las últimas dos anotaciones en su diario revelan que Pavese se había quedado solo, sin país, sin conexiones con las plantas y la tierra. El 17 de agosto de 1950 prenunció el final que se avecinaba: “Los suicidios son homicidios tímidos”. A modo de un ajuste de cuentas con su pasado, agregaba: “Es la primera vez que hago balance de un año todavía no terminado. En mi oficio soy rey. En diez años lo he hecho todo. ¡Si pienso en las dudas de entonces! Nunca he estado más desesperado y perdido que entonces. ¿Qué he conseguido? Nada. He ignorado durante unos años mis taras, he vivido como si no existiesen. He sido estoico. ¿Era heroísmo? No, no me ha costado nada. Y luego, al primer asalto de la ‘inquieta acongojada’, he vuelto a caer en las arenas movedizas. Desde marzo me debato en ellas (...) No tengo nada que desear en este mundo, salvo lo que quince años de fracasos excluyen ahora. Este es el balance del año no acabado, que no acabaré. ¿Te asombra que los demás pasen a tu lado y no sepan, cuando tú pasas al lado de tantos y no sabes, no te interesa, cuál es su pena, su cáncer secreto?”. Un día después, el 18, escribió: “Todo esto da asco. No palabras. Un gesto. No escribiré más”. El 27 de agosto, en la habitación que había alquilado en el hotel Roma de Turín, junto al cuerpo sin vida de Pavese se encontró una nota en el ejemplar de Diálogos con Leucó que tenía en la mesa de noche: “Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No chismorreen demasiado”.

"El hermano Pavese" por María Teresa Andruetto *

Tenía 17 años cuando, recién llegada a Córdoba desde mi pueblo en la llanura, cursé Literatura Italiana y me encontré con Pavese. De no haberlo leído, la condición piamontesa, el origen inculto de los campesinos llegados al país en el siglo XIX y el castellano mal hablado de mis abuelos hubieran sido vergonzantes. “Descubrí a un escritor que parece que hablara de nosotros”, le dije a mi padre cuando regresé al pueblo. Mi padre había nacido en Airasca, al borde de las langas, en 1921, apenas trece años después de Pavese, fue llamado al ejército fascista, un año más tarde desertó, se unió al movimiento partisano hasta el final de la guerra y emigró a Argentina en diciembre de 1948. “¿Pavese? –preguntó–, yo lo conocí, me lo presentó Lucia Neiroti, una prima mía pariente del beato Neiroti, ése al que le nació un lirio en el pecho. Fue en Torino, cuando terminó la guerra...” Mi padre murió en 1990. Poco después, contando el pequeño, modesto, mito familiar a una amiga, apareció la idea y el deseo de escribir las dos versiones del poema que titulé “Pavese”.
Mi madre nació en Argentina y nunca fue a Italia, pero puede recorrer en la memoria cada pueblo de la geografía piamontesa por donde mi padre y sus padres estuvieron, cada primo lejano con su historia. Se siente profundamente argentina, pese a que su primera lengua fue el piamontés que sus padres, hermanos, abuela y vecinos hablaban aquí y pese a ser hija de un hombre de Magliano Alpi y una mujer de Michelino. Años más tarde, cuando creía ya haber salido de la influencia de Pavese, en una lectura de poemas pertenecientes a Kodak, alguien que no me conocía se acercó y me dijo: “Su poesía me recuerda a Pavese, él siempre habla de los cuñados y los tíos y en sus poemas hay personajes que conversan...”. Hasta entonces yo había creído que Kodak era un libro marcado por la lectura de poetas norteamericanos, pero la frase del ocasional oyente de mis poemas no resulta tan extraña si pensamos que Pavese se liberó de los excesos del lirismo italiano finisecular con la lectura sostenida y la depurada traducción de literatura norteamericana. Se trata de un italiano que leyó como pocos la literatura norteamericana, lo que también es decir un escritor impregnado de todo aquello que influyó con fuerza en la escritura de los latinoamericanos, quizá por eso –porque es tan profundamente regional como universal– su influencia, aunque no siempre reconocida, fue grande en la generación de los escritores argentinos de provincias que en los ’60 le dieron una vuelta definitiva a la literatura regional.
Hace dos años estuve otra vez en el Piamonte e hice con unos primos un moroso paseo desde Canelli hasta Magliano Alpi, atravesando los viñedos de uva moscato y los campitos de avellanos, deteniéndonos en cada pequeño pueblo de las langas, Monticello, Alba, Caravanzana, Barbaresco, Gaminella, Camo, Santo Stefano... esperaba ese viaje delicioso a su territorio de escritura, lo esperaba con ansia. Sin embargo, lo que él me dice y algo que va más allá de lo que dicen sus libros, puedo encontrarlo también aquí, en mi pueblo y en el pueblo de mi madre, una verdad que está en el lenguaje, una coloratura del habla regional capaz de dar cuenta de una nostalgia heredada, nostalgia del que quiere volver pero no vuelve, del que no quiere volver sino en el mito... trazos de vida en la memoria heredada de otros y conmovedora percepción de las miserias y la rudeza de su pueblo (un cineasta de Torino me hizo notar que en la lengua piamontesa no existe la palabra amor), porque lo que se añora es un lugar emocional que ya no existe, porque no se trata sólo de un lugar, sino también de un tiempo, y entonces el regreso sólo es posible a través de las palabras.
Encontrarme con los libros de Pavese me permitió comprender que la lengua que yo hablaba en casa, el castellano de mi casa y de mi gente, con sus coloraturas regionales, estaba atravesado, casi tanto como el italiano de Pavese, de una presencia piamontesa libre de ostentaciones y pintoresquismos. Que en su lengua impregnada de hondura, late gris, austera, la tremenda cosmovisión del mundo que subyace en mis ancestros y que, sostenida por el sustrato regional en que los suyos y los míos habitaron, nos alimenta y nos hermana.

* Escritora, autora de Pavese/Kodak (Ediciones del Dock, 2008). Este artículo apareció hoy en Página/12.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Ernesto Cardenal: A la Comunidad internacional

SALMO 1

Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido
ni asiste a sus mítines
ni se sienta en la mesa con los gangsters
ni con los Generales en el Consejo de Guerra
Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano
ni delata a su compañero de colegio
Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales
ni escucha sus radios
ni cree en sus slogans.

Será como un árbol plantado junto a una fuente.

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Ernesto Cardenal nació el 20 de julio de 1925, en Granada, Nicaragua. Estudió filosofía y literatura en la Universidad de México, 1944-48, y en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, 1949-49. Tras su experiencia en un monasterio trapense de Kentucky, Estados Unidos, se ordenó sacerdote (1965) y creó en su país la abadía de Solentiname, poderoso foco de la revolución de la vida cultural y religiosa americana. Cuando los sandinistas derrocaron la dictadura del general Anastasio Somoza, en 1979, el régimen sandinista lo nombró, en 1979, Ministro de Cultura (1979-1988). Junto con su vocación de poeta ha desarrollado su vocación de escultor. Se formó en talleres privados que le hicieron Fernancio Saravia y Rodrigo Peñalba en ta Escuela Nacional de Bellas Artes. Fundador del movimiento de pintura primitivista de Solentiname y del resto de Nicaragua. Ha sido, también, co-director de la Casa de Los Tres Mundos, una organización literaria y cultural en Granada, Nicaragua.

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José Saramago: “La primera precaución consistirá en no confundir nunca la ley con la justicia. A Ernesto Cardenal no le ha servido la ley porque la administra una justicia que se dejó corromper por los rencores y las envidias del poder. Ernesto Cardenal, uno de los más extraordinarios hombres que el sol calienta, ha sido víctima de la mala conciencia de un Daniel Ortega indigno de su propio pasado, incapaz ahora de reconocer la grandeza de alguien a quien hasta un Papa, en vano, intentó humillar… Una vez más una revolución ha sido traicionada desde dentro”.
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Eduardo Galeano: “Toda mi solidaridad para Ernesto Cardenal, gran poeta, espléndida persona, hermano mío del alma, contra esta infame condena de un juez infame al servicio de un infame gobierno. Estas infamias te elogian, Ernesto. Te abraza, desde lejos, desde cerca.”
...
Antonio Skarmeta: “Díle a Ortega que aquí en Chile le decimos que no se atreva a tocar a Cardenal ni con el pétalo de una dama.”

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A LA COMUNIDAD INTERNACIONAL:

Denunciamos el reciente ataque del gobierno de Daniel Ortega contra el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal.
El cura Cardenal había sido acusado en 2005 por injurias a raíz de una carta que publicó en defensa propia, y recibió una sentencia absolviéndolo de estos cargos y declarándolo inocente, tan absurda era la acusación.
Ahora, un juez obediente a Ortega ha revocado esa sentencia declarándolo culpable. Esta acción es totalmente ilegal. La legislación nicaragüense considera que una sentencia sólo puede ser apelada en los seis meses siguientes, de lo contrario se considera cosa juzgada, y no puede cambiarse. Pero el sistema judicial responde a la voluntad política del dictadurzuelo Daniel Ortega.
Todo aparece como una clara represalia por la permanente actitud crítica del padre Cardenal contra los abusos del gobierno de Ortega. Casualmente, esta sentencia fue dictada a su regreso de la toma de posesión del presidente Lugo en Paraguay, a la que fue invitado de honor y a la que Daniel Ortega se vio impedido de asistir por el rechazo de las organizaciones feministas a su presencia, dada la acusación de abuso sexual que le hiciera su hijastra, Zoilamérica Narváez. En Paraguay, como en otros lugares, Cardenal dijo lo que piensa de Ortega.
La integridad de Ernesto Cardenal y sus credenciales como persona que ha dedicado su vida a la causa de la justicia, confieren enorme autoridad a sus críticas, tanto dentro como fuera de Nicaragua. Esto resulta intolerable para Daniel Ortega y es la razón por la cual Ernesto Cardenal ha sido condenado en un fallo judicial injusto y vengativo, y por tanto escandaloso.
Ernesto Cardenal es la más reciente víctima del acoso sistemático orquestado en contra de todos aquellos que han levantado sus voces para denunciar la falta de transparencia, el estilo autoritario y el comportamiento inescrupuloso y la falta de ética de Daniel Ortega en su retorno al poder.
Llamamos a los escritores y amigos de Nicaragua en el mundo a denunciar esta persecución política, a demandar el cese de estas acusaciones ilegales e infundadas y a expresar su solidaridad con Ernesto Cardenal y con el derecho del pueblo nicaragüense a vivir libre de miedo y represión.

Héctor Abad Faciolince (Colombia)
Hugo Achugar (Uruguay)
Luis Fernando Afanador (Colombia)
Héctor Aguilar Camín (México)
Sergio Aguayo (México)
Sealtiel Alatriste (México)
Eliseo Alberto (Cuba)
Felipe Aljure (Colombia)
Nuria Amat (España)
Jotamario Arbeláez (Colombia)
Edda Armas (Presidenta Pen Club de Venezuela)
Ricardo Bada (España)
Mario Benedetti (Uruguay)
Jorge Boccanera (Argentina)
Juan Carlos Botero (Colombia)
Javier Bozalongo (España)
Javier Campos (Chle/EE.UU)
Marco Antonio Campos (México)
Horacio Castellanos Moya (El Salvador)
Victoria de Estefano (Venezuela)
Luis Antonio de Villena (España)
Joaquín Estefanía (España)
Festival de Poesía de Granada (España)
Julio Figueroa (México)
Eduardo Galeano (Uruguay)
Francisco Goldman (Estados Unidos/Guatemala).
Gloria Guardia (Panamá)
Jorge F. Hernández (México)
Miguel Huezo Mixco (El Salvador)
Bianca Jagger (Inglaterra)
Darío Jaramillo (Colombia)
Noe Jitrik (Argentina)
Ana Istarú (Costa Rica)
Patricia Lara (Colombia)
Luce López-Baralt (Puerto Rico)
Ángeles Mastretta (México)
Oscar Marcano (Venezuela)
Mario Mendoza (Colombia)
Seymour Menton (Estados Unidos)
Tulio Mora (Presidente Pen Club del Perú)
Eric Nepomuceno (Brasil)
Julio Ortega (Perú)
José Miguel Oviedo (Perú)
Cristina Pacheco (México)
José Emilio Pacheco (México)
José María Pérez Gay (México)
Nélida Piñón (Brasil)
Vicente Quirarte (México)
Josué Ramírez Velásquez (México)
Abelardo Rodríguez Macías (México)
Daniel Rodríguez Moya (España)
Margaret Randall (Estados Unidos)
Rosa Regás (España)
Laura Restrepo (Colombia)
Juan Manuel Roca (Colombia)
Miguel Rojas Mix (Chile)
Carmen Ruiz-Barrionuevo (España)
José Carlos Rosales (España)
Alejandro Sánchez-Aizcorbe (Perú)
Julio Eutiquio Saravia (México)
Stacey Alba Skar (Estados Unidos)
Federico Schopf (Chile)
Ricardo Silva Romero (Colombia)
Saúl Sosnowski (Argentina)
David Unger (Estados Unidos)
Marcela Valencia Tsuchiya (Perú)
Fernando Valverde (España)
Minerva Margarita Villarreal (México)
José Javier Villarreal (México)
Juan Villoro (México)
...
Los interesados pueden visitar: http://www.poetascontraladictadura.blogspot.com/
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