domingo, 31 de enero de 2016

Juan Carlos Moisés, Un puente viejo de madera abandonado en el río


UN PAPEL EN BLANCO

Hace varios días que no te escribo.
Estamos tan cerca, en la misma casa,
comemos en la misma mesa,
con los mismos cubiertos, dormimos
bajo el mismo techo y en la misma
cama, que a veces, por la fuerza de
la costumbre, aparte de mensajes
de texto utilitarios, me resulta muy
natural, y hasta gracioso, escribirte
lo que la convención puede llamar
carta o nota que dejo sobre la mesa
con algún tema de la rutina del día,
donde las palabras se cocinan con otro
hervor. Tal vez por eso mismo lo hago,
para tentar a los hechos con la risa y a
la risa con la versatilidad de las formas.
Pero la escritura hecha para vos no tiene
obligaciones formales ni el sentimiento
explícito es su patrimonio. Se diría
que tampoco los derechos exclusivos
sobre lo que hacemos o dejamos de
hacer son hijos de la premeditación.
Hablar no es sacarse lastre de encima.
Desoír no es taparse los oídos.
A veces tomo un papel en blanco,
lo doblo en dos mitades y lo dejo
sobre tu almohada para que,
cuando llegues rendida de dar clases
a los mocosos despabilados de la escuela,
puedas leer en él todo lo que no son
capaces de decirte mis palabras.


UNA CARTA DE AMOR

Un corte de energía nos ha dejado mudos
para el mundo desde la mañana,
y las pocas cuadras que nos separan
nos han incomunicado como si estuviéramos
a cien o a mil kilómetros de distancia.
Si me viera en la necesidad de hacerte llegar
un mensaje breve o quisiera tener el gusto
sólo de escribirte no podría ni sabría hacerlo
del modo instantáneo en que lo permiten
las maravillas tecnológicas que ya son
inseparables de la intimidad de nuestras vidas.

Debería provocar el momento ahora que todo
se ha detenido y se puede sentir lo que bombea
y fluye por el pulso, algo que en otro tiempo
no era la excepción sino la regla de los días.

Lo haría sólo para repetir lo que una vez
fue desafiar a la leyes del sentido común.
Una mañana te escribí una carta con
mi letra, que reconocerías al verla.
La escribí en el sobre. Quiero decir que
escribí la carta direc­tamente en el sobre,
hasta cubrirlo de ambos lados y de cabo
a rabo con palabras que eran para vos.
En un papelito escribí tu nombre y nuestra
dirección, y lo puse dentro del sobre.
Le pasé la lengua y lo pegué, lo mismo
hice con la estampilla antes de zambullir
la carta en el buzón siguiendo el rito perdido.
Me pareció un acto de justicia poética
que los otros, los empleados del correo,
el carte­ro, y todos los vecinos del pueblo
que fueran consultados para poder llevar
la carta a destino, leyeran mis palabras
para vos, supieran de qué estaba hecho
nuestro amor, pero no les fuera posible
conocer el remitente ni la des­ti­nata­ria.


EL PUENTE DE MADERA

Vuelvo a recordarte la noche clara
sobre el puente de madera, en el río,
donde habíamos parado el auto y oíamos,
en el silencio, el chapoteo del agua sobre
la que se veía el círculo de luz de la luna llena.
Lo que también vimos fue el caño de un fusil
que un muchacho con casco camuflado
bailando en su cabeza hizo llegar temblando
por la ventanilla hasta nuestras narices,
y otro, el que estaba a cargo del retén,
nos hizo bajar, disparó unas preguntas nada
amistosas y con olfato de perro gregario
requisó el interior del auto y el baúl.

Tantos años después, ahora que estoy
viendo desde el patio de casa un círculo
nítido de luz alrededor de la luna llena,
no me quiero olvidar de pedírtelo:
mi amor, siempre que te sea esquiva la alegría
quiero que recuerdes aquel momento, aquel
lugar, en una noche clara, estrellada,
sobre un puente viejo de madera
que ahora está abandonado en el río.


En: “El jugador de fútbol”, Ediciones La Carta de Oliver, 2015.
Juan Carlos Moisés (Sarmiento, Chubut, 1954).
Foto: En revista de poesía “El espiniyo”, número 4, otoño – invierno, 2006.

sábado, 30 de enero de 2016

Juan Carlos Moisés, Una existencia merecida en nosotros


DIBUJOS PARA CLARA

Al amor que nunca sabemos dónde ni cómo,
al amor que no podemos dominar ni liberar.
W. H. Auden, La Ley se parece al Amor

1

De un papel en blanco sobre la mesa
no sólo esperes la necesidad de una
escritura que nos incluya, o que hable
a la vez de nosotros y de los otros,
del envase social que nos contiene.

A veces, unos trazos mudos y rápidos
les ganan de mano a las palabras
sin que pueda hacer algo por evitarlo,
y no porque ya no se me ocurra ninguna
o sea incapaz de volver a escribirlas.
Las dejo de lado por un momento,
por un día, varios, según, y te escribo
con dibujos. Esta vez son tres dibujos
diferentes, que salen del frasco de tinta
china en una secuencia espontánea.

En el primero, en lugar de pies, tenés
ruedi­tas, dos, con las que te deslizás
entre los sauces, desde el puente de
madera hasta el codo ancho del río,
que tiene su doblés, y vuelve como si
se arrepintiera para que te vuelva a ver
en la claridad del agua y del papel donde
mi pulso animado hizo de las suyas.
Un dibujo imperfecto pero con gracia.
En el segundo das brazadas en el agua,
en esa misma agua, donde es honda
la corriente, nadando crol hacia la orilla.
El último dibujo es un cabal­lo de pelo
overo, echado en el pasto con los ojos
cerrados. El caballo soy yo, dormitando,
a la espera de que me despierte tu llegada.


2

Hoy, una vez más, no garrapateo
las palabras desvergonzadas de
viejas cartas o escritos en un papel
ni golpeteo el teclado indiferente
con la prolijidad del oficinista,
sino que te hago llegar un dibujo.
Estamos los dos en esos trazos: una
mujer y un hombre que se miran,
se rozan la nariz, no se dicen nada.
Si fuera necesario, alguno de los dos
hablará primero, pero ¿quién?
Dudo (porque no lo sé) que sea
dentro del dibujo que te envío,
terminado con todos los detalles,
porque me dij­iste que te gustaba
cuando hice los primeros trazos
“reveladores”, que comenzaron
a tener efecto con paráfrasis incluida:
“hay dibujos que valen por mil fotos”.
Y en buena hora lo dicho dicho está.
A no agregar ningún detalle, entonces,
porque fuera de toda especulación verbal
en este papel de tamaño regular
te va a llegar el sile­ncio de esos dos
que siguen mirándose en el dibujo.


3

Lo intento en vano; hoy tampoco
me salen palabras para vos,
sólo dan vueltas inexpresivas
en el vacío de la mente sin tocarse.
Cuando no llegan las palabras,
o cuando las palabras que llegan,
y en la forma que llegan, no son
las esperadas, las opciones se reducen
a cero y lo primero que pienso es
en dibujar para que otros aspectos
de los hechos puedan revelarse.

Y así como lo digo me lo digo:
—Quiero dibujar.
—¿Dibujar qué?
—Si fuera posible dibujar cosas,
personas, animales, bajo el aspecto
que deseen presentarse. Por ahora,
sólo quiero tener ganas de dibujar.
Me estoy proponiendo tener ganas
de dibujar; me hace bien sólo pensarlo.
—¿Pensar qué?
Pensar en tener ganas de dibujar.
Pensarlo, para comenzar a tener ganas.
Hasta que sólo queden las ganas, sin pensarlo,
y tome el lápiz o el plumín y comience
a dibujar para vos, mi Clara, lo dicho:
cosas, personas, animales, que puedan tener
una existencia merecida en nosotros.


En: “El jugador de fútbol”, Ediciones La Carta de Oliver, 2015.
Juan Carlos Moisés (Sarmiento, Chubut, 1954).
Foto: En revista de poesía “El espiniyo”, número 4, otoño – invierno, 2006.

viernes, 29 de enero de 2016

Carlo Bordini, Poemas de Polvo


ÁRBOL

Para ahorrar tiempo
—dado que tengo una impresora,
imprimo la mínima variante, aunque podría evitarlo;
calculo que en todo mi trabajo
habré empleado un árbol
en tareas inútiles, o, de todos modos, evitables.
Querido árbol, no te enojes.
Tengo poco tiempo, una vida complicada,
tantos problemas y tantas dudas.
Me duele haberte matado para facilitarme la existencia.
Sé que es feo.
De todos modos te prometo que,
cuando me maten,
no me voy a quejar tanto.


HIMNO A LOS PROFESORES

Ustedes llevan encima sus estigmas:
los trastornos nerviosos
la histérica verborrea

las arrugas
de fracaso, de cansancio, de conservadurismo
el color de la piel grisáceo por la vida sedentaria
por ausencia de intereses que hace a la sangre
discurrir más escasamente y más lento

la mirada de sadismo pederasta
el frío grumo del deber
que se contrae
en sus carnes


AMIGO

he visitado a un amigo que estaba muriendo.
me perdonó por estar vivo. me di cuenta
que siempre me había avergonzado de esto. Él, en cambio, me explicó
que no debía sentirme culpable. no lo había hecho al propósito, yo.
me explicó que estar vivo no era una culpa. no hacía
mal a nadie. pero fue necesario él para explicármelo. a él le he creído.
me explicó que si yo hacía mal no era con intención. me perdonó.
me consoló. se simpático, me dijo, aunque no estés muriendo. en la 
vida tendrás tantas cosas bellas, gustarás a las mujeres. me hizo hacer las paces
con la vida, como se hace con una novia indolente


NOSOTROS, MIENTRAS LA CASA SE VIENE ABAJO

Nosotros, que estamos viviendo el comienzo del colapso de la civilización humana,
nos preocupamos por cambiar el empapelado de las paredes
y por lustrar los muebles,
Mientras la casa se viene abajo nos dedicamos a impetuosas disputas con el portero
y hacemos proyectos para mejorar (embellecer) las cerraduras de nuestras casas,
nuestras casas se derrumban y nosotros nos preocupamos de embellecerlas
porque los animales domésticos necesitan un ambiente sereno




como un cielo
tierno color
lluvia




ESPERA

No poder dormir comer poco
comenzar a hablar solo.
no atreverme a ir a ciertos lugares
donde fuimos juntos.
volver a casa esperando encontrar
una nota tuya
a cada ruido de la escalera
imaginar que eres tú.
pensar en ti todo el día
y parte de la noche
contraer las mandíbulas ya desde hace
más de un mes
sorprenderme por la noche sonriendo
hablando contigo, que
no estás



En: “Polvo”, Ediciones Lustra, 2015. Traducción de Martha Canfield. Selección de textos: Jmp.
Carlo Bordini (Roma, Italia, 1938).
Foto: Carlo Bordini, Myra Jara y José María Pallaoro, en Roma, mayo de 2013. Archivo de la talita dorada. 

jueves, 28 de enero de 2016

Alicia Genovese, Tres poemas de Anónima


FORMAS

cuentan que un sabio griego
amó el circulo
después de haber visto a un pez
saltar y sumergirse en el lago

y que un arquero náhuatl
amó sobre todo
la línea que seguía su flecha
recta al corazón del ciervo

y una mujer amó
la curva
       en la espalda de su esposo
porque lo volvía reconocible


LO NATURAL, LO ARTIFICIOSO

pensó que una bandada
                    pájaros azules
          era lo natural
que nadie del lugar
                     se asombraría

en la segunda primavera
sólo alguna mancha azul
          perturbó los árboles
                         como un artificio


LA OBTURACIÓN

A Irene Gruss

más tarde volverá
                     a escribir
lo que ahora tacha

dejará de pelear

quizá olvide lo tachado
pero no aquel movimiento
donde la memoria
             empuja ciega

sobre el silencio de lo borrado
se reanuda
hojas retoñan
           en el tallo del rosal
la poda dejó cortes al sesgo

la luz del jardín amplifica
                             no selecciona
                             no descarta


En: “Anónima”, Ediciones Último Reino, 1992.
Alicia Genovese (Buenos Aires, 1953).
Foto: AG en San Miguel de Tucumán. Enrique Solinas, 2012. 

miércoles, 27 de enero de 2016

Carlos Marcucci, En la morada de mi mano


HOMENAJE AL ACORDE DE SÉPTIMA

Una sirena canta en mi oído derecho
su canción habla de un mundo cuyas fronteras
recorren su imaginación la mía
Con mi oído izquierdo
escucho a Strawinsky
y vuelvo a otra realidad
que por ser inimaginable
es verdadera.


EN LA MORADA DE MI MANO…

En la morada de mi mano
se ha posado tu pecho
ya no siento el contacto
del oxígeno
sólo una carne que continúa a mi carne
sólo una piel que sigue a mi piel
y después la sensación de saber
que la felicidad es curva.



En: “Poemas para alterar la especie”, Ediciones Aguaviva, 1960.
Carlos Marcucci (Buenos Aires, 27 de marzo de 1932).

Imagen: Detalle de tapa de la nouvelle “Fracazo”, 1970. “Sobre la mesa un revolver reluciente”. 

lunes, 25 de enero de 2016

Roberto Fernández Retamar, El lenguaje húmedo de la torcaza


PARA LA TORCAZA

Avanza por la carretera, a la salida del campamento, y se siente en el aire
Que la lluvia va a comenzar, que en algún lugar cercano ha comenzado ya.
El olor de la tierra húmeda le llega a la nariz.
(¿O al alma?)
Ella está posada al borde del camino,
Frágil y necesaria como un verso, dibujada, aérea,
Y el auto ruidoso sólo la alebresta en el instante de llegar hasta allí.
Alza entonces el vuelo en un asustado remolino de plumas.
Él quisiera detenerse y decirle algo: por ejemplo, que la lluvia va a empezar.
Que el campo es grande y ningún árbol será mejor que su pecho.
Pero sigue manejando el auto, y la mira casi imaginaria (gris, dorada, azul) en el cielo de la inminente lluvia:
Ni él habla el lenguaje húmedo de la torcaza,
Ni a la torcaza llega su confuso lenguaje.




De: “Cuaderno paralelo”, 1970. En: “Poeta en La Habana”, Laia Literatura, 1982.
Roberto Fernández Retamar (La Habana, Cuba, 9 de junio de 1930).

Foto: JMP. RFR en La Plata, 2 de mayo de 2012. 

miércoles, 20 de enero de 2016

Joseph Brodsky, Sobre Novogódneie de Marina Tsvietáieva


JOSEPH BRODSKY: SOBRE NOVOGÓDNEIE DE MARINA TSVIETÁIEVA
(Fragmento)

El 7 de febrero de 1927, en Bellevue, en las afueras de Paris, Marina Tsvietáieva terminaba “Novogódneie” (“Felicitación por el Año Nuevo”), que por muchas razones constituye un hito no sólo en la obra de la autora, sino también en el conjunto de la poesía rusa. En cuanto al género, el poema puede considerarse como una elegía, que es el género poético más plenamente desarrollado, clasificación adecuada aun cuando sólo fuese por la concurrencia de ciertas circunstancias, una de las cuales es que se trata de una elegía con ocasión de la muerte de otro poeta.
Cualquier poema “a la muerte de” sirve, generalmente, no sólo como medio por el cual el autor expresa sus sentimientos ante una pérdida, sino también como pretexto para especulaciones más o menos generales sobre la muerte en sí misma. Al llorar su pérdida, —un ser amado, un héroe nacional, un amigo íntimo o una luz orientadora—, a veces el autor llora al mismo tiempo, ya sea directa, o indirectamente, a menudo de manera inconsciente, por sí mismo, porque la vena trágica es siempre autobiográfica. En otros términos, todo poema “a la muerte de” es, en cierto sentido, autobiográfico. Este aspecto es simplemente inevitable si el objeto del lamento es un escritor a quien el autor estaba unido por vínculos, reales o imaginarios, demasiado fuertes como para poder eludir la tentación de identificarse con el tema del poema. En esta lucha por resistir semejante tentación, el autor choca con el obstáculo que interpone su sentido de asociación profesional, cierta exaltación que es afín al tema de su propia muerte, y por último, la experiencia puramente personal y privada de la pérdida : algo importante le ha sido arrebatado, y habrá que establecer una relación con este hecho. Acaso, el único inconveniente de estos sentimientos absolutamente naturales y, por lo demás, respetables, estriba en que nos ofrecen más datos acerca del autor y de su actitud respecto de su posible muerte, que acerca lo realmente sucedido con la otra persona.
Por otro lado, aunque el poema no es un artículo periodístico, muchas veces la música trágica de un poema nos informa con mayor precisión acerca de lo que ocurre, que una descripción detallada. No obstante, es difícil y muy delicado a veces reprimir el sentimiento cuando, respecto a este tema, el autor adopta la misma actitud que un espectador ante un escenario, y cuando su propia reacción (lágrimas, no aplausos) tiene para él consecuencias mayores que el horror de lo que se representa. En el mejor de los casos él se limita a ser aquel quien observa todo desde la primera fila. (…)



Traducción de Irina Bogdaschevski (Belgrado, ex Yugoslavia, 1927 - La Plata, Argentina, 14 de enero de 2016).
Marina Tsvietáieva (Rusia, 26 de septiembre de 1892 – 31 de agosto de 1941).
Joseph Brodsky (Rusia, 24 de mayo de 1940 – EEUU, 28 de enero de 1996).
Fotos: Tsvietáieva y Brodsky. 

jueves, 14 de enero de 2016

Vladimir Maiakovski, Una sola estrella


¡ESCUCHEN!

¡Escuchen!
Si encienden a las estrellas, —
quiere decir, ¿que alguien lo necesita?
Quiere decir, ¿alguien quiere que existan?
Quiere decir, ¿que alguien llama perlas a esos escupitajos?
Y esforzándose
entre ventiscas de polvo meridional
irrumpe a lo de Dios,
teme haberse retrasado,
llora,
le besa la mano nudosa,
le pide —
¡que aparezca con seguridad la estrella!,
y jura —
¡que no podrá soportar el dolor por falta de ella!
Y luego
anda angustiado,
pero tranquilo en apariencia.
Le dice a alguien:
“¿Pues, ahora, no te sientes mal?”
“¿No tienes miedo?”
“¿No?”
¡Escuchen!
Si a las estrellas,
las encienden,
quiere decir, ¿qué alguien lo necesita?
Quiere decir, — es indispensable
que cada atardecer
por encima de los techos
¿¡se encendiera por lo menos una sola estrella!?

1914


Versión de Irina Bogdaschevski (Belgrado, ex Yugoslavia, 1927 - La Plata, Argentina, 14 de enero de 2016).
Vladimir Maiakovski (Rusia, 19 de julio de 1893 – 14 de abril de 1930).

lunes, 11 de enero de 2016

Juan Carlos Moisés, Alguien, en algún lugar


ZORZALES EN LOS ÁRBOLES

Hay zorzales en los árboles.
Están menos ocupados en buscar
lombrices para alimentarse que en llamar
la atención de los que habitamos el vecindario.
Es posible que la llovizna de Santa Rosa
los haya puesto en vena para hacer
el contrapunto. Lo justo es decir que esas
voces con procedencia pero sin nombre
propio se encuentran a unos pocos metros
de distancia y que ignoramos si sólo
cantan para ellos, por placer, o el macho
para atraer a la hembra, o si también,
por algún motivo, cantan para nosotros,
o para otros que no pueden oír porque están
lejos y no saben, nunca sabrán, que alguien,
en algún lugar, canta para ellos.

A Leopoldo “Teuco” Castilla



En: “El jugador de fútbol”, Ediciones La Carta de Oliver, 2015.
Juan Carlos Moisés (Sarmiento, Chubut, 1954).
Foto: City Bell 13 del 9 del 2012, Jmp.

jueves, 7 de enero de 2016

José Antonio Cedrón, Teníamos la tierra, la raíz de las plantas


ENTRE LOS JEROGLÍFICOS HALLADOS…

Entre los jeroglíficos hallados en tu almohada
enfrentarás la mueca de los días.
La distancia idealiza.
El sueño solamente demora esa costumbre.
Las miradas de entonces
no quieren saber nada.
La mano que aún extrañas acostumbró su piel
al paso de tu ausencia.


TENÍAMOS LA TIERRA, LA RAÍZ DE LAS PLANTAS…

Teníamos la tierra, la raíz de las plantas,
los metales, la piedra.
Yo te amaba.
Teníamos ciudades, gobiernos, sacrificios,
líderes, predicciones, guerreros, bandoleros.
Teníamos rebeldes
teníamos las clases, la explotación, la lucha
de las clases, la barbarie, las leyes.
Pero yo igual te amaba.
Sabíamos rezar, combatir, cosechar.
Sabíamos cazar, torturar y matar.
Sabíamos reír, llorar, besarnos.
Teníamos dioses, semidioses, reyes,
armas, madera.
Teníamos pirámides y chozas y enemigos,
hambrunas, desnudeces.
Pagábamos tributo.
Teníamos idiomas, dialectos, oraciones,
maíz, pueblos vecinos, rutas.
Sabías que te amaba.
Teníamos envidias, celos, muertes absurdas,
casamientos, suicidios, crueldades, sacerdotes.
Teníamos canoas, sectas, enfermedades,
pestes.
Teníamos artistas, cementerios, hijos,
mejillas, putas, ceremonias.
Teníamos calendarios, promesas, medicinas.
Teníamos hermosos nombres,
ternuras, incendios.
Solíamos tener sueños para volar,
plumas para volar.
Sabíamos danzar, embriagarnos, tallar,
darnos la mano.
Conocimos el paso de los tiempos
y de los vientos.
Teníamos pasado, presente y porvenir.
Adoramos al sol, entre otras cosas,
al escribir lo hicimos del lado del poniente
le dimos a la piedra nuestras vidas
no teníamos ruinas
sabíamos quiénes éramos.
Después del desembarco de esos hombres
que fueron descubiertos
llegaron otros, y otros, y otros.
Aquí tuvimos barro, fuego, pájaros, peces.
De esto hace mucho tiempo.
Nada ha podido hacer que no te amara.


NO HUBO LUCHA DE CLASES…

No hubo lucha de clases cuando dimos batalla
sólo daños menores en la mampostería
cuyos antecedentes no pueden atribuirnos
fallas de construcción en el armado del cielo
incontrolables nubes y neblina constante
durante el acarreo de la luz.
Rasguños en la piel también menores
cansancio en la energía de los astros
que dieron de morder.
Sí algo de lava y polvo que escaparon
por las escaleras de emergencia
que no sería honesto negar aquí.
Caricias que acabaron despertando combate.
El roce de la carne con los filos del tiempo.
Me deslicé en tu cuerpo como por esos pueblos
que después de sus calles el desierto.
No te besé la espalda ni las piernas
para que la tormenta
no entrara en tu equipaje.
Ahora, con más calma, mirando
por los ojos de huellas y testigos
¿qué margen le darías a este temblor
en la escala de Richter?


En libro “Actas”, Editorial Tierra del Fuego, México-Buenos Aires, 1986.
José Antonio Cedrón (Buenos Aires, 3 de octubre de 1946). Poeta.
Foto: José Antonio Cedrón en FB.

miércoles, 6 de enero de 2016

Billy Bond, Sólo pálidas tendrás


LA PÁLIDA CIUDAD

En esta pálida ciudad pibe
donde no te llega el sol
En esta pálida ciudad pibe
no verás amanecer
En esta pálida pibe
los pulpos te aplastarán

En esta pálida ciudad pibe
donde no te llega el sol
En esta pálida ciudad pibe
sólo pálidas tendrás
Te atrofiarán la inspiración pibe
los pulpos de esta ciudad

En esta pálida ciudad pibe

En esta pálida ciudad loco

En esta pa pa pa pálida


En contratapa del vinilo, autor del tema: Kubero Díaz.
En elepé: “Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll, Volumen 2, Rocks + blues + rocks + rocks = Billy Bond y La Pesada,” (conocido también como “La oreja”), 1972. Al final, Pin (violín) y Pappo (piano) nos regalan “Vida y obra del Negro Julio”. La Pesada es en este disco: Billy Bond, Kubero, Medina, Pinchevsky, Javier Martínez, Poli Martínez, Pappo, Gambolini, Lar en piano. La Pesada en este tema es: Alejandro Medina (bajo), Javier Martínez (batería), Kubero Díaz (guitarra), Jorge Pinchevsky (violín), Bondo (voz).

Sergio Kisielewsky, Nada se balancea más que tu pie descalzo


PISO FLOTANTE

III

Nunca te hablé con palabras.
Me decís que vas a tomar ese avión.

Ahora tu voz es un delantal.
Vuelvo a mirarte y asusta.
El mundo se quiebra como un plato de sopa.

Damos vueltas, respirás
y dan ganas de ser el aire.

Es la caída del corazón al rocío.

En el reservado del bar te encuentro.
Es un armiño con el ruido del tren
que pasa entre nosotros como un fantasma griego.

Tenés un duende en el paladar
te subís a la taza, girás, olés al día,

vuelo en tu alcoba y deseo a tu pie
y a la terraza que se llega sin escalera.

No volveré a verte.

Comprás frambuesas en El Bucanero.
Sólo un trozo de aire en el Abasto
que gira hacia el mundo de los hoteles
que nada alumbran.
Sólo tus hombros adorados por la luz.

El tiempo se dispara como loca marquesina.
Silbás a rabiar
y no hay quien lo detenga.
No es el Parque Chacabuco.
No es Alchurrón  tocando la guitarra en las peñas del 79.
No es la tarde donde jugaban con Laura
(“Le pedí a Dios  que viniera”).
Y algo se movió de cuadro.
Creo que la tarde llegará hasta el mar.

Te veo en la calle de la Agronomía.
Veranito a las diez de la noche.
Tu corazón es un idioma con arco y flecha.

Nada se balancea más que tu pie descalzo.

Sos un deleite intratable
que ejerce su pasión por las brasas
por el calor de la carne haciéndose.

Estoy en la calle esperándote.
Es un leve motor que tengo.
Volvé te digo, la orilla es tu pie, tus manos que acarician de a cuatro.


VIII

Cuando me pasabas bronceador por la espalda no sabía que te perdía.
No hay picaporte que me lleve lejos.
Sólo cuando me hablabas de la avenida en Lomas
o cuando celebrabas mi cumpleaños te ibas por el sendero.

Traías la torta de Duna, el corazón oblicuo, la guirnalda
en el Sauce Viejo.
Mientras la yarará se muerde a sí misma y el desayuno en Varadero
no se parece a nada.

No hay poción que me lleve al cántaro y a la fuente.

“Otra vez la navidad”, me dijiste.
Tenías puesto un vestido turquesa
y ya no pude pensar.


XVI

Se reían los compañeros
mientras el cenicero se llenaba
mientras tanto papá siempre
dejaba algunos atados
por si alguien quería fumar.

En cambio con vos
caminé por última vez por Rivadavia
antes del verano en Gesell.

Buscábamos una malla
pero sólo era una excusa
porque los dos sabíamos
que ya el parque no era para nosotros.

Que ya está, fue suficiente.





En: “Nunca te hablé con palabras”, Editorial Babel, Córdoba, 2015.
Sergio Kisielewsky (Buenos Aires, 1957).
Foto: John y Yoko, la guerra ha terminado si lo queremos, 1969. Mirella Moretti Ph, 1970. 

martes, 5 de enero de 2016

Pastoral, Una visión tan hermosa como irreal


GUSTAVO, ESFUMADO TRAS LAS HOJAS

Gustavo, esfumado tras las hojas
presiento casi que respiro hoy de
tus fosas, y construyo con cada
átomo mis lágrimas cuando en el
jardín las dalias quieren ser vos.

Tiempo de mañana cerca en letras
y distante que ha de traerte envuelto
en parte de espera, siento tu fuerte
respirar agitado de viajar, por todo
el cuerpo de quién te hizo aquí llegar.

Sé que sos una visión tan hermosa
                                  como irreal.
De la mañana en que te vi, esfumado
                                  tras las hojas.


De “En el hospicio”, segundo elepé de del dúo Pastoral: Alejandro de Michele (Buenos Aires, 5 de junio de 1954 – 20 de mayo de 1983) y Miguel Ángel Erausquin (Buenos Aires, 5 de enero de 1955), 1975.
Todas las canciones del disco escritas y compuestas por Alejandro de Michele y Miguel Ángel Erausquin.
Producido por Litto Nebbia (dirección y arreglos). Músicos: Néstor Astarita (batería), Carlos Testai (bajo, contrabajo, guitarras). Juan José Mozzalini (bandoneón en un tema).

Luisa Futoransky, En mi boca todos los caminos de la vida


MESTER DE HECHICERÍA

A María del Carmen Suárez

Hay que comer un corazón de tigre joven
para tener afiladas las zarpas;
hay que llegar al centro de la estepa
y cortarle la lengua a un lobo hambriento
para poder hablar con la luna;
hay que peregrinar con los tarahumaras
para ser rico en silencio;
hay que sufrir el celo de todos los animales
para conocer los ritos del amor.

Recién entonces, mujer,
ve al encuentro de tu hombre
y camina a su lado por las estaciones;
no vuelvas la cabeza para llamar a tu inocencia
porque con ella alguien prepara
un nuevo sortilegio.


CIRCERÍA

A estos hombres
los transformé en versitos
y los confiné en libros y revistas
porque, con los tiempos
que corren, no es cosa
de andar encima procurándoles bellotas
ni margaritas, para los días
de guardar.

En cuanto a Ulises, ése, de Itaca,
díganle que de áspides, sapos
y mastodontes como él
tengo llena la sartén.
Además, el juego (circense)
de las resurrecciones
no es más una especialidad mía.
Yo ahora, tejo.
Créanme.


VENDETTA

Para darte
flor de susto
me gustaría
disfrazarme
por un rato
de Ángel Exterminador.


RAZÓN DE ANATOMÍA

me he besado con poetas, pintores, cineastas
empleadas, jew princesses, rateros, hippies
ingenieros, tenores, guerrilleros

en mi boca todos los caminos de la vida

es tiempo/ de ocuparme de mis pies


MASATSUGO

El padre cose kimonos.
La madre trabaja de peluquera.
Masatsugo toca un tambor que se llama taiko
y duerme en el suelo del negocio.
La madre ayer llorando le dijo que basta de música
que hay que ganarse la vida de otra manera.
Fuimos al cementerio budista de los samuráis del barrio
a pasear con mi cachorro Tango.
Bebimos saké y nos acostamos.

Lo mejor que tiene es que aun dormido, se sonríe.


RESTAURANTE DE EKODA

singular hallarse aquí
ante una tevé, un buda con baberito
una pagoda en construcción envuelta en una lluvia tenaz y persistente
no una pesadilla, no un sueño renacentista con persas a la veneciana
sino madera y agua, agua, tablones y alguna rana desprevenida
me han servido ya el pescado crudo que late todavía
y no es ilusión de mi delirio
lo han partido en tiras finas y le han puesto un pequeño crisantemo en el corazón
y las flores y las algas le dilatan la agonía
porque la vida, según creo, suele tardar en despedirse

pero yo no he saboreado jamás la sangre del vencido
porque no tengo pasta de vencedora

en un peringundín de la estación ekoda
no sufro por muertos ni por vivos
me levanto, capeo la desdicha
y dejo que la lluvia me destiña, con paciencia


MEMA DE MEMO

cosas para hacer en otra vida
antes de que me olvide
como en ésta

darle una patada en el culo a más de cuatro
ir a un concierto de rock tan fumada
revolear un gato por la cola
patear tachos de basura en la madrugada
bailando puro trompo
borrachita de amor


En: “De dónde son las palabras”, (antología, selección de Ana Becciu), Plaza & Janés, 1998. Selección para Aromito: Jmp.
Luisa Futoransky (Buenos Aires, 5 de enero de 1939). Foto: LF en FB.