lunes, 29 de diciembre de 2014

Juan Octavio Prenz, Viajar hacia los costados



CONSTRUCTOR DE PUENTES

Hay que caer o lanzarse
o simplemente viajar
a lo hondo
para descubrir la vida

Hay que elevarse o volar
porque en las alturas
está la verdad

Más modesto
menos cultor de palabras
y acaso
desconfiando de geografías ansiosas

Diego de Oliva elige
viajar hacia los costados


En “Habladurías del Nuevo Mundo”, 1986.
Juan Octavio Prenz (La Plata, 1932).

Bernabé Malacalza: “Hace unos pocos días tuve el gran placer de conocer a Juan Octavio Prenz, poeta y ciudadano ilustre de mi querida ciudad de Ensenada. Guardaré ese día. Gracias José María Pallaoro por ser el puente. La foto es del Puente Giratorio del Barrio Campamento. El puente fue inaugurado en 1913. El Barrio Campamento es el barrio de la infancia de Juan Octavio Prenz”.

martes, 23 de diciembre de 2014

Neil Young, Mira, mamá, un barco blanco baja por el río


PÓLVORA EN LOS DEDOS


Mira, mamá,
un barco blanco
baja por el río,
con un gran fanal rojo,
y una bandera,
y un hombre en la borda.
Lo mejor sería que llamases a John,
porque no parece
que vengan a repartir el correo
y están a menos de una milla de aquí.
Espero que no vengan a quedarse,
tiene números en un lado
y un cañón,
y levanta grandes olas.
Papá se ha ido,
mi hermano está fuera
cazando en las montañas,
Big John no para de beber
desde que el río se llevó a Emmy-Lou,
así que los que mandan
me han dejado aquí para que decida.
Acababa de cumplir los veintidós
Y me preguntaba qué hacer,
Y cuanto más se acercaban
Esos sentimientos iban en aumento.
El rifle de papá en mi mano
me transmitía tranquilidad.
Él me dijo:
Rojo significa que eches a correr, hijo,
los números no suman nada.
Pero cuando el primer disparo
sacudió los muelles las vi venir.
Levanté el rifle hacia mi ojo,
nunca se me ocurrió preguntarme por qué.
Después todo se hizo negro,
y mi cara se esparció por el cielo.
Protégeme de la pólvora
y del dedo
Cúbreme con el pensamiento
que apretó el gatillo
Piensa en mí
como en alguien de quien nunca habrías imaginado
Que se desvanecería tan joven
Con tanto por hacer,
Dale recuerdos a mi amor,
sé que la echaré de menos.


Neil Young (Toronto, Canadá, 12 de noviembre de 1945)
En “Rust Never Sleeps”, Reprise, 1979. Traducción Jonio González.

POWDERFINGER

Look out, Mama,
there's a white boat
comin' up the river
With a big red beacon,
and a flag,
and a man on the rail
I think you'd better call John,
'Cause it don't
look like they're here
to deliver the mail
And it's less than a mile away
I hope they didn't come to stay
It's got numbers on the side
and a gun
And it's makin' big waves.
Daddy's gone,
my brother's out hunting
in the mountains
Big John's been drinking
since the river took Emmy-Lou
So the powers that be
left me here
to do the thinkin'
And I just turned twenty-two
I was wonderin' what to do
And the closer they got,
The more those feelings grew.
Daddy's rifle in my hand
felt reassurin'
He told me,
Red means run, son,
numbers add up to nothin'
But when the first shot
hit the docks I saw it comin'
Raised my rifle to my eye
Never stopped to wonder why.
Then I saw black,
And my face splashed in the sky.
Shelter me from the powder
and the finger
Cover me with the thought
that pulled the trigger
Think of me
as one you'd never figured
Would fade away so young
With so much left undone
Remember me to my love,
I know I'll miss her.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Hugo Padeletti, La polenta está espesa y sabrosa y las escarolas a punto



'HE AQUÍ UN DÍA

que nos da grandes esperanzas'. Tomarlo
desde lejos.
No hay dos días iguales

pero es inútil comparar: ahora
o nunca.
Hacia la noche 'hemos tenido buen viento

pues varios inciertos han sido fijados':
la polenta está espesa y sabrosa
y las escarolas a punto,

la llama de la vela
arde sin parpadear.
Quedarse sentado en la gruta

y dejar de pensar
es lo más conveniente —eventualmente
la roca cede.

Y de todo el enredo,
de las cargas, los cargos, la pereza,
nos descarga, sin tiempo la belleza,

gratuitamente.



SUBE EL GATO HASTA EL TECHO

y halla gatos. ¡Laurel,
escarmiento de los poetas!
Dejar el gato abajo y escalar
el techo de la noche. Los gatos
no son alpinistas.

                       ¡Oh noche,
pensamiento callado,
oh noche de la noche
                           pensamiento
no pensado!

Dice el gato a la noche:
                    —¡Oh Pensamiento,
piensa (en mí)
cuando no pienso!



UNA MORA

Para fiesta de frutas,
una mora. Sus mínimos toneles
rezumantes
estimulan un punto. No es un punto

de continencia ni es un punto
de destemplanza: es la punta
del instante. Su estilo,
la atención. Se difunde,

en la fruta de los vientos,
por la mente. Palabras, pensamientos
se borran. Su conciencia
es el sabor. El árbol

de la bodhi y el orgasmo
del león
se confunden. Del sueño
de la mosca

se despiertan dragones.



En: “La atención. Obra reunida II (1960 – 1980, poemas verbales - poemas plásticos)”, UNL, 1999.
Hugo Padeletti (Alcorta, Santa Fe, 1928). Poeta y artista plástico. Reside en Buenos Aires.

Imagen portada: dibujo de HP. 

jueves, 18 de diciembre de 2014

Hugo Padeletti, Uno escribe poemas porque está vivo


UNO ESCRIBE POEMAS


porque está vivo. No se puede
enfriar el Ecuador o derretir
la Antártida; se puede

templar la voz. Las evasivas
palabras
se avienen al pautado molinete

del tiempo. Sin ponerse
fuera de sí –corpóreas,
consteladas–

son éxtasis. Leudante
es el sesgo innombrable
que se refracta: lo no dicho

produce clima, al pensamiento
le brotan yemas, un acento
de lenta languidez

de pronto es instrumento
de rebato. ¡Oh falacia
de ser ajeno, exiguo, vieja muda

que asfixia: la evidencia
despierta te descarta! ¿No es el arte
del plantío en la lluvia, su primicia

de verde dicha? Fugitivos
brillantes en las ramas, alegría
casi sin yo, toda sumida

en el objeto. Instante,
revelación. ¿De qué?
¿Para qué? No hay sujeto

que lo predique. Meta
del anzuelo en el agua
es presentarlo: a veces,

eso pica.



QUISIERA UNA TEXTURA

más rica. Con el grano
de las rocas, la fibra
de tejidos rugosos, el sarro

de añejos potes, con la veta
de las maderas viejas y el dibujo
del envés de las hojas. Clara y

encendida bajo el sol como el ala
del aguacil, verdiazul e irisada
como el pecho del colibrí, con grabado

de escamas y pulido de gema.
Fina, con las venas del ágata,
y gruesa, con los grumos del granito.

Recia, con la broza del cáñamo,
y rasa, con el roce de los rasos.
Felpuda de tupido terciopelo,

labrada con relumbre de brocado,
con brillo perlado de seda
y arabescos de damasco.

La quisiera correosa como cuero
y quebradiza como mica; maleable
como plomo, oxidable como hierro,

friable como tierra. La quisiera
como cerveza espesa, como graso
chocolate, astringente como té,

suavizante como aceite, quemante,
estimulante, como aguardiente.
Quisiera la aspereza de la lija

y la lisura de la loza, la dureza
del acero y la blandura resbalosa
de los kakis maduros. Como fuera,

apostaría en ella al acertijo
de todo lo que pisa, posa o pesa,
de todo lo que duele, raspa o roza,

de todo lo que cuaja. Un contrapeso
del aire, de la atmósfera, el donaire,
de trucos y embelecos de la boca,

de la mente, que inventa lo que toca.



SE DICE QUE LAS SOMBRAS DEL HINOJO,

cuando se ven de pronto, sobre un lecho
de lajas,
figuran el futuro.
La lectura es oscura. Sólo el ojo

que nada espera
ve lo que le espera. Ve la primavera
salpicada de rojo, ve el verano
del piojo y el ratón

–sin goce y sin enojo–, ve el otoño
que desnuda su hueso y, en el beso
de mármol del invierno,
su epitafio y su infierno.



En: “La atención. Obra reunida II (1960 – 1980, poemas verbales - poemas plásticos)”, UNL, 1999.
Hugo Padeletti (Alcorta, Santa Fe, 1928). Poeta y artista plástico. Reside en Buenos Aires.

Imagen portada: dibujo de HP. 

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Hugo Padeletti, Repaso el polvo de canela, la pez, la obstinación del mosquito





SIEMPRE HAY UN NIMBO


de tormenta, un gladiolo
amarillo, un ancla herrumbrada
en un pozo.


                        Repaso
el polvo de canela,
la pez, la obstinación
del mosquito.


                     La sola persistencia
de un solo afán
posterga lo embozado
del vacío,
la adivinación por la sombra
                                               (late
alguna fragua).


                       El peso de la vida
–siempre yo–
es un monumento de agua
labrado en vilo.





LAS BORRADAS JUNTURAS IMPERIALES


se aflojan, las raíces
penetran,
el templo o fortaleza
se descarga.

                        La cifra
del recinto central –la recompensa
del trazado–
no hace mella en la estirpe
del bambú, en la semilla
funeraria.


                  Ni el rito
instruido en la roca, ni el secreto
enredado en las runas,
ni el vigilante ancestro del coral
–héroe o dios– ni la música
notada


abolieron la dínamo del sol,
la sal, el estatuto
de las dunas.





En: “La atención. Obra reunida II (1960 – 1980, poemas verbales - poemas plásticos)”, UNL, 1999.
Hugo Padeletti (Alcorta, Santa Fe, 1928). Poeta y artista plástico. Reside en Buenos Aires.

Foto: HP en FB. 

lunes, 15 de diciembre de 2014

Juan L. Ortiz, Ella estaba enamorada de sí misma


ELLA…

Ella estaba enamorada de sí misma…
Oh, los espejos...


Oh, la embriaguez de plata
de ella
en el aire de los zarcillos…

Luego fue de los velos…
Las nubes del otoño
sólo,
sólo, ay, para una novia...
Los velos...

Y fue más tarde de las hojas...
pero de las hojas como joyas
del viento...
Las hojas...

Y con el tiempo fue del río…
mas lo mismo que un ala,
a veces invisible,
sí....
o una ramilla, al ras, midiendo
la danza...
Un ala y una ramilla
únicamente… ay,
del río…
El río…

Después, después, las cosas
con su perfume
séptimo…
Y ella, las cosas mismas
buscándose,
para la comunión?
para la adoración?

Y ella, las almas mismas
también,
buscándose las manos
en los laberintos,
tras de todas las rejas,
a través de todos los órdenes.. .
a través de todos
los mundos...

Las cosas y las almas...
Y al fin, ay, al fin…
el grito hacia el mar
o la noche...
El grito de la niña,
o de algo
que ya no se veía,
sobre el último
hilo…

En la ribera, es cierto,
sólo un hilo
llamando?
La pregunta a las estrellas
perdida, es cierto,
en el jamás?

Pero por qué, por qué,
a la vez,
menos que una vibración,
menos,
ella,
en la corriente de las profundidades
hacia la edad
verde…
sube, sube de repente, sube...
sin nombre,
desde todas las presiones?

Y por qué, por qué,
de repente en la luz,
quemada por un ángel,
por qué
sale de la luz, ella, corriendo...
corriendo
a los caminos de la sed,
con el vaso de agua en las manos
y descalza,
por qué?...


De “De las raíces y del cielo” (1958), en “Obra Completa”, Centro de Publicaciones, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina, 1996.
Juan Laurentino Ortiz nació el 11 de junio de 1896 en Puerto Ruiz, cerca de Gualeguay (Entre Ríos), ciudad donde vivirá hasta 1942 cuando se muda a Paraná. Murió el 2 de septiembre de 1978.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Alfredo Veiravé, Aún cae la lluvia sobre un nido de perdiz y los noticieros se ocupan del deporte

 


ALICIA EN EL PAÍS DE LO NO VISTO O LA NIEVE DEL VERANO

No empezaré este poema narrativo-descriptivo dibujando a las palomas
que iban y venían sobre nuestras cabezas, porque inevitablemente ellas
locas de entusiasmo estaban fuera de foco esa mañana girando / alrededor de la Torre de Babel.


1

En verdad fue objetivamente quizás
la abeja de oro de la luz que envolvía nuestra frente numerosa
la que nos hacía cantar
estribillos de fuerza incontenible para tapar las puertas del infierno.
¿O era la energía solar del verano ya próximo con sus ramos
invisibles y platónicos, una congoja luminosa sobre el corazón?
¿Cómo podía Alicia tomar indiferentemente el té dentro de un país
que caía vertiginosamente
hacia un pozo profundo? ¿Y las teorías de la gravitación universal?
(Una joven de párpados arcangélicos y blue jean
te ha mirado con sus ojos muertos; cabellos negros y profundos
del sueño como esos murciélagos de las pesadillas que revolotean
en la noche de la caverna donde eligen al azar
el cuerpo de sus víctimas.) Entre los aullidos del miedo, en la ciudad
junto al río inmóvil (en la femenina almendra de tu boca)
aún cae la lluvia sobre un nido de perdiz
y los noticieros se ocupan del deporte.


2

En la lejanía
había un gran árbol en el centro de la tierra
donde ellos se abrazaron en secreto alguna vez;
ella y él eran las flores cautivas de la ansiedad, la aérea
calaguala prendida entre las ramas, cuerpos juntos
para subir por estos cánticos multiplicadores después de las
torturas del agua, los Avernos secretos de las vejaciones.
Porque aquí hubo bosques de agonías con las agudas
agujas eléctricas de los pinos del campo, y pájaros
golpeados que no pueden volar. Alicia en el país de lo no visto
cambia sus silbos-maravilla, y en la desnudez de la locura
confiesa al fin todo aquello que no sabe, ustedes me comprenden /
y en un poema siglo XIX quedará grabado
el esqueleto cantor de un paisano estaqueado en el desierto.
                   Por todo eso esta euforia
                   y el grito-miniatura del sollozo.


3

Lo cierto es que el hecho histórico tejía y deshacía nudos
de emoción en la garganta. Por eso las palomas se habían convertido
en mimesis de un vuelo aristotélico, en presagios del tebano Tiresias,
en tu invisible arrullo de torcaza, en la triste conciencia del padre
que elige o sepulta sus recuerdos.
(El arte nunca es simple lo mismo que la muerte.)
Las banderas de otras edades disolvían a los glaciares de los ojos.
Las palmeras con hiedras protectoras de ese sol, girasol de los siglos,
disipaban los temores. Por eso levitamos encima de las torres.
(La felicidad nos une siempre a los amigos, lo mismo que la vida.)


4

Ven y vive conmigo dijo líricamente oh belleza de los colmenares,
belleza natural de esta fuente de sobrevivientes donde brota
el agua fresca para las cabezas ardientes
de los jóvenes empapados de alegría.
                      Podría haber escrito en la lengua de todos:
“En este verano la larga noche de la angustia y de los crímenes
ha cesado”, o simplemente esta frase exclamativa de los que se fueron:
                  ¡La atracción de los jacarandaes de la Plaza, qué orillas
                  inefables enemigas de la muerte!
(A través de la niebla de la ciudad las lejanas islas
de la guerra; a través de la multitudes la fotografía de una hermosa
muchacha desaparecida para siempre, oh Argentina, país sudamericano y europeo.)

                  Después caminamos con nuestros hijos y los amigos
                  sobre la nieve de los papeles blancos.


En: “Radar en la tormenta”, Sudamericana, 1985.
Alfredo Veiravé (Gualeguay, Entre Ríos, 1928 – Resistencia, Chaco, 1991).
Foto: AV en contratapa libro, s/e.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Jacobo Rauskin, Ruega que no funcionen los misiles



EL ARTE DE LA SOMBRA

Pinto a mi modo y quiero que lo sepas.
No se me acaba el tiempo cuando pinto
la mesa, el rubio pan, el vino tinto,
siendo el año un enigma en cuanto a cepas.

Y tú, sombra de ayer, a un sueño trepas.
Y lo pintas, con trámite sucinto.
Me pintas lo soñado, lo indistinto
de un tiempo en bodegones o en estepas.

Yo te admiro, ser sombra ya es un arte.
Tu casa es, desde luego, una ilusión,
y no nos hemos visto en otra parte.

Vuelvo a tu casa y vuelve a suceder.
Vuelvo a pintar ahora un bodegón.
Mi por ahora es mi por ayer.



BALADA CON CIERTA TRISTEZA

Elusivo, no rudo,
sin dejar de ser parco,
algo nos dice el humo.

Se levanta y nos dice
en un tono lacónico:
-No soy triste, estoy triste.

A los aquí reunidos
hoy nos miran las horas
con los ojos del frío.

Cenizas y recuerdos
acomoda la noche
bajo un poco de fuego.

Me voy, se achica el campo.
Soy humo con estrellas,
con sueño y con caballos.

De esta manera hablaba,
o casi de este modo,
el humo en su jornada.



CANCIÓN

Con el adiós a las estrellas.
Con el buen día de los pájaros.
Con el brindis que brinda la orquesta.
Con el chinchín de los platillos.
Una canción, ahora, una canción
para ella, para su gracia, para su alegría
y para su desnuda y celestial travesura.
Para ella, tan anterior a todo.
Sobre todo, al olvido.



ENTRE EL FUEGO Y LA LLUVIA

Arde el bosque, los campos arden.
Vendrá la lluvia, no te alarmes,
ni te alambres un sentimiento
porque al fuego lo avive el viento.



VIAJEROS

Cabe el adiós en un abrazo.
Pero volvemos como si ya en el aire
la veraniega nieve del jazmín nos tocara.


TRASNOCHADORES

Han pasado los años,
los bares han pasado.
Juntos bares y años
y viejos parroquianos.



LA CAMARERA ESTÁ CANSADA

Esta película no viene
de ningún festival.
Se filmó con actores sin experiencia,
con equipo barato, en la calle,
en una fonda, en una noche.
La camarera está cansada.
Hay gente que dormita
con los codos sobre la mesa.
La luz que da calor a una ventana
bien puede despertar cierta emoción
en quien la mira desde la calle.
El cansancio anida en la mirada
de la hermosa camarera.
Y las estrellas, sobre todo,
las de primera magnitud,
ningún otro mensaje tienen
que el que van dejando
con música y con viento en los árboles.
Avanza todavía la película.
El invierno se adueña de la calle
y algo busca un perrito en la basura:
el alumbrado público lo encandila.
Una ambulancia pasa, tan a desgano
que no se sabe si va, si vuelve o si pasea.



ANTES DEL NOTICIERO

Tú, que gracias a la tevé,
estás a punto de aceptar
de nuevo un Apocalipsis parcial
en una, en dos, en tres
de las ciudades reducidas
al tamaño de un barrio en cenizas
por el horror que vuela, por bombas
pensantes y autodirigidas,
no, no sigas, no des por descontado
que el fin del mundo ha comenzado.
Antes del noticiero, cuando el visivo
mundo invivible te lo permita,
ruega que no funcionen los misiles.




En: "El arte de la sombra", Ediciones del Dock, 2011. 
Jacobo Rauskin (Villarrica, Paraguay, 13 de diciembre de 1941).
Foto:  JR en FB.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Rubén Reches, La vida te da una de sus últimas patadas


GERIÁTRICO


A Jorge Aulicino

Y la muerte hará ¡gulp!

La vida te da una de sus últimas patadas y… ¡ya estás en el geriátrico!


*_*


Antes a vos la muerte no te iba a llevar así nomás.

En cada etapa de tu existencia planeaste enfrentarla según un autor diferente:
Primero, imbuido de Sartre, proyectabas recibirla amenazándola con el puño en alto;
después, ibas a tener preparado, para espetárselo, un verso de Mallarmé;
y, hasta poco antes de llegar aquí, todavía andabas buscando una frase similar a la célebre ¡Veo luz negra!”
para murmurarla hasta que asomara… ¡el otro cabo de la piola!

¡No no! ¡Antes a vos la muerte no te iba a llevar así nomás!

Y siempre que la nombrabas, te indignaba que los otros humanos se cruzaran los dedos o pidieran cambiar de tema.

¡Le volvían la cara, siendo que ella era el harapo universal!

En tus soliloquios los llamabas “autómatas”.

¡Y flor de susto que se pegaban los autómatas cuando elegías a uno y, mirándolo fijo, pronunciabas: “Quien va a pulsar el arpa de tus huesos ya se quitó los guantes”!

¡Ah!  Si alguno te hubiera pedido un consejo, ¡con qué gusto le hubieras dicho: “Cada mortal debe morir de su propia  muerte”!

Y en las tertulias acechabas las pausas en que, para recordarles su condición de humo,
pudieras exclamar: “¡Humo, polvo, sombra, nada!”.

Había que hacerlo. No quedaba alternativa.


*_*


Pero la vida te dio una de sus últimas patadas y…. ¡ya estás en el geriátrico!

¡Ahora te las ves vos con la lisa sustancia!

Ahora te arrastrás por salas donde yacen viejos despatarrados
y en ellas no hay día que no se te pierda algún remedio
ni que algún enfermero no te rete a los gritos hasta hacerte temblar.

El mismo impulso que antes te investía atalaya
ahora se endereza a que consigas que te cambien más veces de pañal,
a que seas más diestro que nadie en esconder comida bajo la sábana,
a que te apropies antes que los otros viejos de las revistas del corazón,
a que roces  durante más segundos las piernas de la médica.

¡Y a que siempre se vea el canal que elegís vos!

(Un monje microscópico
que se extravió en tu sangre
y que hace sus asanas
en un glóbulo rojo
te pide que prediques:
“ahora y aquí
no se recomienda
estar en el aquí y el ahora”).    

Los lentos pensionistas
quieren saber por qué ya no clamás que los humanos son fantasmas,
ni los comparás ya con rosas, -¡antes lo hacías aunque se tratara sólo de varones!-
ni les sugerís ya epitafios,
ni susurrás más al oído del agonizante:  “¡Es sólo una zambullida!”.

Se amontonan a tu alrededor y sacuden la cabeza y enderezan las orejas como perros. ¡Decíles algo!

¡Vamos! ¡Pensá que estos viejos son la primera fila de la gran batalla!
Son, de todas las ristras de humanos que se formaron y deshicieron durante tu vida,
aquella a la que le tocará atisbar el color desconocido de tu muerte.
¡Son los que apagarán la televisión! ¡Los que soltarán las revistas!


*_*


¡Despertá…! Si no a vos la muerte te va a llevar así nomás…


En: “Poesía reunida”, Ruinas Circulates, 2012.
Rubén Reches (Buenos Aires, 5 de diciembre de 1949).

Foto: RR x Lidia Rocha, en FB.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Alfredo Veiravé, Como la caliente araña devoradora


NO SMOKING

En el país de la Yegua Tordilla hay órdenes que cumplir:
                una de ellas, quizás la más conveniente
                      No fumar.
Que se atrevan a vivir en la poesía como decía
                André Breton, y cumplir órdenes. Como si prohibiendo
como decía aquel pasajero de la locura no se van a caer los aviones.
No fumar, no en nombre de los árboles del pulmón
                que vistos desde arriba parecen las sombras del planeta Tierra;
no en relación con un fuego central que el humo quiere
apagar en la casa de la oscuridad del Popol Vuh, en el infierno de las
torturas, en las hojas de tabaco que ofrecen al de los ojos vendados como regalo de Fin de Año.
Los testigos perdidos en el humo
                de aquellas hojas femeninas serán colocados como castigo
                en un lecho de hormigas insomnes.
Pero, qué fragancia de crujientes olores y de aves remotas
                sube por tus costillas de plantaciones manuales cuando
las miro a través del lenguaje que no habla, ese humo que queda flotando en el ambiente.
Cuando la luz roja se apaga el pasajero
supone que las extrañas costumbres del colibrí, su erotismo,
                vuela hacia el cielo de profundos besos
                por una constelación de nubarrones,
                         negros
como la caliente araña devoradora.



En: “Radar en la tormenta”, Sudamericana, 1985.
Alfredo Veiravé (Gualeguay, Entre Ríos, 1928 – Resistencia, Chaco, 1991).

Foto: AV en contratapa libro, s/e. 

martes, 2 de diciembre de 2014

Juan José Saer, Vimos con Holmes la lluvia desde el carruaje


RECUERDOS DEL DOCTOR WATSON

a José C. Chiaramonte

Vimos con Holmes la lluvia desde el carruaje
en la hermosa avenida Brixton, yendo hacia Andley´s Court.
Esta tarde en el Concert Hall oiremos cantar a Norman Neruda
Ráfagas mudas de agua lenta golpeaban contra los vidrios, férrea
realidad nos rodeaba y nos movíamos en ella, nítidos. Puedo
si quiero, evocar el preciso rumor de la ruedas sobre las piedras mojadas
y el resoplar de los caballos atravesando la ciudad familiar.
Ladrillos rojos chorreando agua, hombres borrosos en la lluvia:
la luz de gas manchaba la oscuridad matinal. Siento otra vez, con noble
fruición, el peso cálido y el vaho de nuestros abrigos,
la mirada de un muerto en honda persecución
golpeando contra el revés de mi mente. Hombres del porvenir, plagados
de irrealidad, para ustedes nunca este collar
de sólidos minutos, este edificio de horas de piedra. La niebla
carcomerá las paredes de Londres y el corazón de nuestra descendencia
yacerá débil o muerto, ciego humo amarillo. Honda
es nuestra pobre vida en comparación y benditos
nuestro violín, nuestra fiebre de Afghanistán, nuestra deliberada morfina.


En: “El arte de narrar. Poemas (1960-1987)”, Seix Barral, 2000.
Juan José Saer (Serodino, Santa Fe, 1937 – París, 2005).
Ilustración de portada: Sydney Paget (Londres, 1860-1908).