lunes, 31 de enero de 2011

Juan Gelman – Una reflexión sobre el lenguaje desde su lugar más calcinado, la poesía


ESCOLIO


Escribí los poemas de dibaxu en sefardí, de 1983 a 1985. Soy de origen judío, pero no sefardí, y supongo que eso algo tuvo que ver con el asunto. Pienso, sin embargo, que estos poemas sobre todo son la culminación o más bien el desemboque de Citas y Comentarios, dos libros que compuse en pleno exilio, en 1978 y 1979, y cuyos textos dialogan con el castellano del siglo XVI. Como si buscar el sustrato, hubiera sido mi obsesión. Como si la soledad extrema del exilio me empujara a buscar raíces en la lengua, las más profundas y exiliadas de la lengua. Yo tampoco me lo explico.

El acceso a poemas como los de Clarisse Nikôidski, novelista en francés y poeta en sefardí, desvelaron esa necesidad que en mí dormía, sorda, dispuesta a despertar. ¿Qué necesidad? ¿Por qué dormía? ¿Por qué sorda? En cambio, sé que la sintaxis sefardí me devolvió un candor perdido y sus diminutivos, una ternura de otros tiempos que está viva y, por eso, llena de consuelo. Quizás este libro apenas sea una reflexión sobre el lenguaje desde su lugar más calcinado, la poesía.

Acompaño los textos en castellano actual no por desconfianza en la inteligencia del lector. A quien ruego que los lea en voz alta en un castellano y en el otro para escuchar, tal vez, entre los dos sonidos, algo del tiempo que tiembla y que nos da pasado desde el Cid.

J.G.


En “Dibaxu” (1983-1985), Seix Barral, Buenos Aires, 1994.
Juan Gelman, Buenos Aires, 1930.
Imagen: Portada de Dibaxu.

sábado, 29 de enero de 2011

Juan Gelman – Como cuerpos al sol



XXIV

amarte es esto:
una palabra que está por decir/
un arbolito sin hojas
que da soimbra/


amarti es istu:
un avla qui va a dizer/
un arvulicu sin folyas
qui da solombra/



XXV

tu lluvia
deja caer pedazos de tiempo/
pedazos de infinito/
pedazos de nosotros/

¿por eso estamos
sin casa ni memoria?/
¿juntos en el pensar?/
¿como cuerpos al sol?/


ista yuvia di vos
dexa cayer pidazus di tiempo/
pidazus d’infinitu/
pidazus de nus mesmos/

¿es por isu qui stamus
sin caza ni memoria?/
¿djuntus nil penser?/
¿comu cuerpus al sol?/



En “Dibaxu” (1983-1985), Seix Barral, Buenos Aires, 1994.
Juan Gelman, Buenos Aires, 1930.
Imagen: Portada de Dibaxu.

viernes, 28 de enero de 2011

Oliverio Girondo – No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo



1

No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!

Ésta fue —y no otra— la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.

¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?

¡María Luisa era una verdadera pluma!

Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres.

¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. “¡María Luisa!

¡María Luisa!”... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.

Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.

¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes la de pasarse las noches de un solo vuelo!

Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?

Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.


De “Espantapájaros (Al alcance de todos)”, 1932. En “Espantapájaros y otras obras”, Centro Editor de América Latina, 1981.
Oliverio Girondo (Buenos Aires, 17 de agosto de 1891 - Buenos Aires, 24 de enero de 1967).
Imagen: Tapa edición CEAL.

jueves, 27 de enero de 2011

Oliverio Girondo – Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades



8

Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.

En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.

¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso!

¡Imposible saber cuál es la verdadera!

Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.

¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?

El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...

Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico.

Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.

Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente.

El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.


De “Espantapájaros (Al alcance de todos)”, 1932. En “Espantapájaros y otras obras”, Centro Editor de América Latina, 1981.
Oliverio Girondo (Buenos Aires, 17 de agosto de 1891 - Buenos Aires, 24 de enero de 1967).
Foto: OG d/p

miércoles, 26 de enero de 2011

Oliverio Girondo – Se miran, se presienten, se desean…




12

Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehúyen, se evaden y se entregan.



De “Espantapájaros (Al alcance de todos)”, 1932. En “Espantapájaros y otras obras”, Centro Editor de América Latina, 1981.
Oliverio Girondo (Buenos Aires, 17 de agosto de 1891 - 24 de enero de 1967).
Imagen: Tapa edición CEAL.

martes, 25 de enero de 2011

Oliverio Girondo – Las mujeres vampiro son menos peligrosas que las mujeres con un sexo prehensil



22

Las mujeres vampiro son menos peligrosas que las mujeres con un sexo prehensil.

Desde hace siglos, se conocen diversos medios para protegernos contra las primeras.

Se sabe, por ejemplo, que una fricción de trementina después del baño, logra en la mayoría de los casos, inmunizarnos; pues lo único que les gusta a las mujeres vampiro es el sabor marítimo de nuestra sangre, esa reminiscencia que perdura en nosotros, de la época en que fuimos tiburón o cangrejo.

La imposibilidad en que se encuentran de hundirnos su lanceta en silencio, disminuye, por otra parte, los riesgos de un ataque imprevisto. Basta con que al oírlas nos hagamos los muertos para que después de olfatearnos y comprobar nuestra inmovilidad, revoloteen un instante y nos dejen tranquilos.

Contra las mujeres de sexo prehensil, en cambio, casi todas las formas defensivas resultan ineficaces. Sin duda, los calzoncillos erizables y algunos otros preventivos, pueden ofrecer sus ventajas; pero la violencia de honda con que nos arrojan su sexo, rara vez nos da tiempo de utilizarlos, ya que antes de advertir su presencia, nos desbarrancan en una montaña rusa de espasmos interminables, y no tenemos más remedio que resignarnos a una inmovilidad de meses, si pretendemos recuperar los kilos que hemos perdido en un instante.

Entre las creaciones que inventa el sexualismo, las mencionadas, sin embargo, son las menos temibles. Mucho más peligrosas, sin discusión alguna, resultan las mujeres eléctricas, y esto, por un simple motivo: las mujeres eléctricas operan a distancia.

Insensiblemente, a través del tiempo y del espacio, nos van cargando como un acumulador, hasta que de pronto entramos en un contacto tan íntimo con ellas, que nos hospedan sus mismas ondulaciones y sus mismos parásitos.

Es inútil que nos aislemos como un anacoreta o como un piano. Los pantalones de amianto y los pararrayos testiculares son iguales a cero. Nuestra carne adquiere, poco a poco, propiedades de imán. Las tachuelas, los alfileres, los culos de botella que perforan nuestra epidermis, nos emparentan con esos fetiches africanos acribillados de hierros enmohecidos. Progresivamente, las descargas que ponen a prueba nuestros nervios de alta tensión, nos galvanizan desde el occipucio hasta las uñas de los pies. En todo instante se nos escapan de los poros centenares de chispas que nos obligan a vivir en pelotas. Hasta que el día menos pensado, la mujer que nos electriza intensifica tanto sus descargas sexuales, que termina por electrocutarnos en un espasmo, lleno de interrupciones y de cortocircuitos.


De “Espantapájaros (Al alcance de todos)”, 1932. En “Espantapájaros y otras obras”, Centro Editor de América Latina, 1981.
Oliverio Girondo (Buenos Aires, 17 de agosto de 1891 - Buenos Aires, 24 de enero de 1967).
Foto: OG d/p

lunes, 24 de enero de 2011

Oliverio Girondo – El 31 de febrero, a las nueve y cuarto de la noche, todos los habitantes de la ciudad se convencieron que la muerte es ineludible


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El 31 de febrero, a las nueve y cuarto de la noche, todos los habitantes de la ciudad se convencieron que la muerte es ineludible.

Enfocada por la atención de cada uno, esta evidencia, que por lo general lleva una vida de araña en los repliegues de nuestras circunvoluciones, tendió su tela en todas las conciencias, se derramó en los cerebros hasta impregnarlos como a una esponja.

Desde ese instante, las similitudes más remotas sugerían, con tal violencia, la idea de la muerte, que bastaba hallarse ante una lata de sardinas —por ejemplo— para recordar el forro de los féretros, o fijarse en las piedras de una vereda, para descubrir su parentesco con las lápidas de los sepulcros. En medio de una enorme consternación, se comprobó que el revoque de las fachadas poseía un color y una composición idéntica a la de los huesos, y que así como resultaba imposible sumergirse en una bañadera, sin ensayar la actitud que se adoptaría en el cajón, nadie dejaba de sepultarse entre las sábanas, sin estudiar el modelado que adquirirían los repliegues de su mortaja.

El corazón, sobre todo, con su ritmo isócrono y entrañable, evocaba las ideas más funerarias, como si el órgano que simboliza y alimenta la vida sólo tuviera fuerzas para irrigar sugestiones de muerte. Al sentir su tic-tac sobre la almohada, quien no llorara la vida que se le iba yendo a cada instante, escuchaba su marcha como si fuese el eco de sus pasos que se encaminaran a la tumba, o lo que es peor aun, como si oyese el latido de un aldabón que llamara a la muerte desde el fondo de sus propias entrañas.

La urgencia de liberarse de esta obsesión por lo mortuorio, hizo que cada cual se refugiara —según su idiosincrasia— ya sea en el misticismo o en la lujuria. Las iglesias, los burdeles, las posadas, las sacristías se llenaron de gente. Se rezaba y se fornicaba en los tranvías, en los paseos públicos, en medio de la calle... Borracha de plegarias o de aguardiente, la multitud abusó de la vida, quiso exprimirla como si fuese un limón, pero una ráfaga de cansancio apagó, para siempre, esa llama rada de piedad y de vicio.

Los excesos del libertinaje y de la devoción habían durado lo suficiente, sin embargo, como para que se demacraran los cuerpos, como para que los esqueletos adquiriesen una importancia cada día mayor. Sin necesidad de aproximar las manos a los focos eléctricos, cualquiera podía instruirse en los detalles más íntimos de su configuración, pues no sólo se usufructuaba de una mirada radiográfica, sino que la misma carne se iba haciendo cada vez más traslúcida, como si los huesos, cansados de yacer en la oscuridad, exigieran salir a tomar sol. Las mujeres más elegantes —por lo demás— implantaron la moda de arrastrar enormes colas de crespón y no contentas con pasearse en coches fúnebres de primera, se ataviaban como un difunto, para recibir sus visitas sobre su propio túmulo, rodeadas de centenares de cirios y coronas de siemprevivas.

Inútilmente se organizaron romerías, kermeses, fiestas populares. Al aspirar el ambiente de la ciudad, los músicos, contratados en las localidades vecinas, tocaban los “charlestons” como si fuesen marchas fúnebres, y las parejas no podían bailar sin que sus movimientos adquiriesen una rigidez siniestra de danza macabra. Hasta los oradores especialistas en exaltar la voluptuosidad de vivir resultaron de una perfecta ineficacia, pues no solo los tópicos más experimentados adquirían, entre sus labios, una frigidez cadavérica, sino que el auditorio sólo abandonaba su indiferencia para gritarles: “¡Muera ese resucitado verborrágico! ¡A la tumba ese bachiller de cadáver!”

Esta propensión hacia lo funerario, hacia lo esqueletoso, ¿podía dejar de provocar, tarde o temprano, una verdadera epidemia de suicidios?

En tal sentido, por lo menos, la población demostró una inventiva y una vitalidad admirables. Hubo suicidios de todas las especies, para todos los gustos; suicidios colectivos, en serie, al por mayor. Se fundaron sociedades anónimas de suicidas y sociedades de suicidas anónimos. Se abrieron escuelas preparatorias al suicidio, facultades que otorgaban título “de perfecto suicida”. Se dieron fiestas, banquetes, bailes de máscaras para morir. La emulación hizo que todo el mundo se ingeniase en hallar un suicidio inédito, original. Una familia perfecta —una familia mejor organizada que un baúl “Innovación”— ordenó que la enterrasen viva, en un cajón donde cabían, con toda comodidad, las cuatro generaciones que la adornaban. Ochocientos suicidas, disfrazados de Lázaro, se zambulleron en el asfalto, desde el veinteavo piso de uno de los edificios más céntricos de la ciudad. Un “dandy”, después de transformar en ataúd la carrocería de su automóvil, entró en el cementerio, a ciento setenta kilómetros por hora, y al llegar ante la tumba de su querida se descerrajó cuatro tiros en la cabeza.

El desaliento público era demasiado intenso, sin embargo, como para que pudiera persistir ese ímpetu de aniquilamiento y exterminio. Bien pronto nadie fue capaz de beber un vasito de estricnina, nadie pudo escarbarse las pupilas con una hoja de “gillette”. Una dejadez incalificable entorpecía las precauciones que reclaman ciertos procesos del organismo. El descuido amontonaba basuras en todas partes, transformaba cada rincón en un paraíso de cucarachas. Sin preocuparse de la dignidad que requiere cualquier cadáver, la gente se dejaba morir en las posturas más denigrantes. Ejércitos de ratas invadían las casas con aliento de tumba. El silencio y la peste se paseaban del brazo, por las calles desiertas, y ante la inercia de sus dueños —ya putrefactos— los papagayos sucumbían con el estómago vacío, con la boca llena de maldiciones y de malas palabras.

Una mañana, los millares y millares de cuervos que revoloteaban sobre la ciudad —oscureciéndola en pleno día— se desbandaron ante la presencia de una escuadrilla de aeroplanos.

Se trataba de una misión con fines sanitarios, cuyo rigor científico implacable se evidenció desde el primer momento.

Sin aproximarse demasiado, para evitar cualquier peligro de contagio, los aviones fumigaron las azoteas con toda clase de desinfectantes, arrojaron bombas llenas de vitaminas, confetis afrodisíacos, globitos hinchados de optimismo, hasta que un examen prolijo demostró la inutilidad de toda profilaxis, pues al batir el record mundial de defunciones, la población se había reducido a seis o siete moribundos recalcitrantes.

Fue entonces —y sólo después de haber alcanzado esta evidencia— cuando se ordenó la destrucción de la ciudad y cuando un aguacero de granadas, al abrasarla en una sola llama, la redujo a escombros y a cenizas, para lograr que no cundiera el miasma de la certidumbre de la muerte.


De “Espantapájaros (Al alcance de todos)”, 1932. En “Espantapájaros y otras obras”, Centro Editor de América Latina, 1981.
Oliverio Girondo (Buenos Aires, 17 de agosto de 1891 - Buenos Aires, 24 de enero de 1967).
Foto: OG d/p

Juan Sasturain – Veinte motivos para leer a Oliverio Girondo


VEINTE MOTIVOS PARA LEER A OLIVERIO GIRONDO

CINCO POR LA NEGATIVA: LAS CARENCIAS

Uno. No saber quién es. Es el mejor motivo y el que a él más le hubiera gustado. Enterarse de que es –para muchos– el mejor poeta argentino del siglo XX es un dato que puede despertar al menos la curiosidad, primer paso hacia la posibilidad de tener una aventura; quiero decir: una experiencia que nos cambie la vida. Conocer a Girondo vale la pena precisamente por eso: te deja diferente de cómo te encontró.

Dos. No haberlo leído. Es una suerte, como no haber leído todavía a Pessoa o a Pound. O no haber ido a China o no conocer Africa. Se te abre un mundo desconocido, una puerta. A mí me pasó cuando tenía algo más de veinte, en la segunda mitad de los ‘60, y el Centro Editor lo reeditó en una colección barata y popular. Después encontré la edición de Losada de Persuasión de los días, de 1942, en Fray Mocho. Es lo que más me gusta de él. La tengo todavía.

Tres. No leer poesía en general. Oliverio está especialmente indicado para los prejuiciosos o escaldados por algún contacto negativo con textos poéticos que les provocaron desconcierto/rechazo/alergia/fastidio. Girondo se entiende y se disfruta. No necesita exégetas ni mediadores letrados (que los hay, casi en exceso). Jamás un libro suyo se te cae de la mano. Reconcilia con la poesía.

Cuatro. Estar amargado / estar engrupido. La lectura de Girondo (como la de Drummond de Andrade, por ejemplo) vacuna contra la estupidez de la queja sistemática y/o la autosatisfacción del acomodado en su molde comprado a plazos. Ni la hipocresía ni la autoconmiseración.

Cinco. Querer amasijarse / ser un boludo alegre. Incluso en sus momentos más jodones y festivos, Girondo habla en serio: nunca es solemne; y en los momentos de mayor desesperación –que los tiene– tiene la humildad de admirar el Misterio de lo dado y reconocer el Error, la soberbia pretensión manipuladora de saberes e instituciones (incluso el mismísimo lenguaje). Por eso nunca es patético. Te cura de la soberbia elocuente (regodeo en el sinsentido) y de la ignorante (hacerse el boludo).


CINCO POR LA POSITIVA: LOS LIBROS

Seis. Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922) y Calcomanías (1925). Su primer libro, desprejuiciado fundador de la vanguardia argentina de los ‘20, son viñetas, croquis, apuntes tomados al paso de Mar del Plata a Venecia, de Buenos Aires y Río de Janeiro a Venecia. Ahí está el “Exvoto”: “Las chicas de Flores se pasean tomadas de los brazos para transmitirse los estremecimientos, y si alguien las mira en las pupilas, aprietan las piernas del miedo de que el sexo se les caiga en la vereda”. Famoso. El segundo salió en España, con dibujos suyos. “Calle de las sierpes”, Sevilla, 1923: “Cada doscientos cuarenta y siete hombres / trescientos doce curas / y doscientos noventa y tres soldados / pasa una mujer”.

Siete. Espantapájaros (1932). El primero editado en Buenos Aires, y el más perfecto hasta entonces. Dos docenas de breves prosas inolvidables, algunas inquilinas habituales de toda antología: las setenta y dos acciones amorosas del texto 12. “Se miran se presienten se desean / se acarician se besan se desnudan / se respiran se acuestan se olfatean”. Las maravillosas maldiciones del 21: “Que te enamores tan locamente de una caja de hierro que no puedas dejar, ni un momento, de lamerle la cerradura”. Qué bárbaro.

Ocho. Persuasión de los días (1942). Son poemas existenciales, si cabe; la pura intemperie espiritual sin ningún tipo de franela compensatoria. “Dicotomía incruenta”: “Siempre llega mi mano / más tarde que otra mano que se mezcla a la mía / y forman una mano (...) Por eso es muy posible que no acuda a mi entierro / y mientras me riegan de lugares comunes / yo me encuentre en la tumba / vestido de esqueleto / bostezando los tópicos y los llantos fingidos”.

Nueve. Campo nuestro (1946). Ya a fines del ’30 había vuelto –con la crisis, con la guerra, con el desastre europeo– a mirar para adentro, a reflexionar sobre la cuestión nacional: la cultura, la economía, incluso el paisaje. Hay varias versiones, hasta el cincuenta, de sus poemas a la (redescubierta) pampa primordial, vaca madre, plana nada elocuente. Es el Girondo menos conocido y manipulable.

Diez. En la masmédula (1956). Es el final, el salto en el vacío experimental, la ruptura de las palabras y de la sintaxis, la busca absoluta. Es el Girondo que seduce a surrealistas tardíos (Molina) y marca el camino de la puesta en tensión extrema del instrumento que empujará a la larga a algunos de los mejores, como Lamborghini, a sus propios confines. “El puro no”: “El no / el no inóvulo / el no nonato / el noo (...) / el macro no ni polvo / el no más nada todo / el puro no / sin no”. Apaga y vámonos.


CINCO POR CUESTIÓN DE SALUD

Once. Saber reír. Con Girondo, el humor irrumpe en la poesía argentina como un pedo en misa, un chiste verde en un velorio, un codazo en un desfile. Se da y concede permisos. Del humor ingenioso –que comparte con Ramón Gómez de la Serna, por ejemplo– saltará al humor negro y escatológico. No es un adorno, ni un chiste. Es una manera (la única digna) de mirar el mundo.

Doce. Cagarse en (casi) todo. La irreverencia (“¡Se celebra el adulterio de la Virgen María con la Paloma Sacra!”, de “Verona”) y la provocación iconoclasta que picotea los bordes de los tabúes con ingenio y desparpajo tienen una violencia corrosiva inusitada. Espantapájaros, por ejemplo, no es sólo una provocación sino un libro memorable, único para su época y para nuestra cultura.

Trece. Saber enojarse. Girondo no es un ruidoso payaso oportunista íntimamente integrado sino un observador feroz de la sociedad y las costumbres perversas de su tiempo. “Lo que esperamos”: “Yo sé que todavía / los émbolos / la usura / el sudor / las bobinas / seguirán produciendo / al por mayor / en serie / iniquidad / ayuno / rencor / desesperanza / para que las lombrices con huecos portasenos / las vacas de embajada / los viejos paquidermos de esfínteres crinudos / se sacien de adulterios / de hastío / de diamantes / de caviar / de remedios”.

Catorce. Celebrar la vida. Porque a la hora de reconciliarse con el mundo, ya despojado del “miasma” del comercio humano, a contrapelo de una “civilización” descaminada, Girondo descubre –y sabe revelar para nosotros– el soberano estupor ante lo natural visto con mirada adánica. “Inagotable asombro”: “Este perro / este perro / ¡Indescriptible! / ¡Unico! / (...) Cotidiano, inaudito / que demuestra el milagro / que me acerca al Misterio / que dan ganas de hincarse / de romper una silla”.

Quince. Angustiarse en serio. Pocas veces en la poesía contemporánea –en la latinoamericana, sólo en Vallejo– la expresión de la angustia ante las cuestiones de sentido que atraviesan al poeta en vida y muerte, alcanza la radicalidad –sin clichés ni recetas verbales o existenciales– del último Girondo. En la masmédula es, como sucede con un solo de Parker, un gesto definitivo e irreductible.


Y CINCO PORQUE SÍ

Dieciséis. El nombre que le pusieron. Llamarse así no suele ser gratis. Qué hace alguien que se llama así. Y de chiquito. Hay que bancársela. Creo que en su caso fue un estímulo: debió estar a la altura, con ese nombre de payaso, equilibrista o político radical al estilo Crisólogo Larralde. Toda su obra es un comentario, una prolongada digresión tragicómica a partir de su nombre.

Diecisiete. La cara que tenía. También tuvo que hacer algo con la cara, remontarla. En eso, como Macedonio (otro que vino con un plus nominativo), ganó cara y equívoca venerabilidad con el tiempo. Era de ojos saltones, dientudo y con mentón fugitivo: las caricaturas de la época son alevosas. La barba lo disfrazó, pero operando al revés de las caretas: lo puso grave, reservando la gracia y la ironía para los ojos.

Dieciocho. Las cosas que hacía. Las jodas famosas, la prolongada estudiantina, su espíritu juguetón, iconoclasta. El memorable lanzamiento por calle Florida, en coche fúnebre, de Espantapájaros, con el muñeco de la tapa, dibujado por Bonomi, convertido en escultura de papel maché, y con chicas vendiendo el libro.

Diecinueve. La mujer con la que se casó. Un hombre también se justifica/explica por las mujeres que amó y lo amaron. Oliverio conoció a la brillante colorada Norah Lange en 1926 y se casaron en el ‘43. Fue su mujer, su amiga, su cómplice talentosa. La oradora de banquetes que supo reunir en Estimados congéneres, la memoriosa de Cuadernos de infancia, la novelista de Personas en la sala.

Veinte. Las fechas del almanaque. Acaso sea un pretexto que hoy, 24 de enero, se cumplan 44 años de la muerte de Oliverio, en el verano de 1967. Norah lo sobrevivió sólo cinco más. El otro pretexto que nos da el almanaque para leer a Girondo es que este año, el 17 de agosto, se cumplen 120 de su nacimiento en 1891. A ver si nos acordamos.



Juan Sasturain (Adolfo Gonzales Chaves, provincia de Buenos Aires, 1945)
Periodista, guionista, escritor
Oliverio Girondo (Buenos Aires, 17 de agosto de 1891 
- Buenos Aires, 24 de enero de 1967)

En contratapa de Página/12, 24 de enero de 2011

viernes, 21 de enero de 2011

Roberto Bolaño – El robot y Tardes de Barcelona


EL ROBOT

Recuerdo que Platón me lo decía
y no presté atención.
Ahora estoy en la discoteca de la muerte
y no hay nada que pueda hacer:
el espacio es una paradoja
Aquí no puede pasar nada
y sin embargo estoy yo.
Apenas un robot
con una misión sin especificar.
Una obra de arte eterna.


TARDES DE BARCELONA

En el centro del texto
está la lepra.

Estoy bien. Escribo
mucho. Te
quiero mucho.


En “La Universidad Desconocida. Selección”, Anagrama / Página/12, 2010.
Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 28 de abril de 1953 - Barcelona, 15 de julio de 2003). Foto: RB s/d

martes, 18 de enero de 2011

Edgar Allan Poe – El misterio que aún me aprisiona


DESDE LA INFANCIA YA NO FUI…

Desde la infancia ya no fui
como eran los otros. No pude tener
las pasiones comunes,
ni bebí de la misma fuente mi dolor,
ni pude despertar mi corazón,
al mismo son de la alegría.
En mi niñez, en el amanecer
de una vida tormentosa, ya extraje
de todo abismo del bien y del mal
el misterio que aún me aprisiona.
Lo arranque del torrente del manantial
del rojo derrumbe de la montaña
o del sol que en torno a mi giraba
en su otoño tinto en oro.
Se lo arrebaté al relámpago en el cielo
al pasar volando por mi lado;
al trueno de la tormenta
a la nube que figuró ante mis ojos
la imagen de un demonio
cuando el resto del cielo era azul.


Baltimore, 17 de marzo de 1829. Poema encontrado después de su muerte.
Traducción: N. Pousa.
Edgar Allan Poe (Boston, Estados Unidos, 19 de enero de 1809 – Baltimore, Estados Unidos, 7 de octubre de 1849). Imagen: Retrato de E. A. Poe.

domingo, 16 de enero de 2011

Luis Alberto Spinetta – Tu voz más linda que nunca



DIOS GUARDIÁN CRISTALINO DE GUITARRAS…

Dios Guardián Cristalino de guitarras
que ahora
más tristes
penden y esperan
de tus manos la palabra

Precipitándome a lo insondable
tus caricias me despiertan a la vez
en un mundo diferente al de recién...

Tu luz es muy fuerte
es iridiscente y altamente psicodélica

Te encuentro cuando el sol abre una hendija
que genera notas sobre la pared sombreada

Y suena tu música en la pantalla
sos el ángel inquieto que sobrevuela
la ciudad de la furia

Comprendemos todo
tu voz nos advierte la verdad

Tu voz más linda que nunca


Poema de LAS dedicado a Gustavo Cerati. Imagen y texto en www.cerati.com

viernes, 14 de enero de 2011

Javier Adúriz – Colgar la ropa en una percha


SENDA

A cada paso
vas hundiendo tus pies
en otra carne.



ORÁCULO PORTÁTIL

Tu impavidez
no la toques ya más,
ojetevismo.



NOCHE

Aquí también
mordisquea su sueño
la pobre rata.



PALABRA DE HONOR

Antes de irme
voy a colgar la ropa
en una percha.



En “Canción del Samurai”, Ediciones del Dock, 2004.
Javier Adúriz nació el 16 de abril de 1948 en Buenos Aires. Poeta y ensayista.
Imagen: Tres Samurai.

Javier Adúriz – Cielito, pucha qué sueño


CIELITO
(Canción)

1

Cielito, pucha qué cielo
cielo amargo del país,
ojalá pudiera verte
como alguna vez te vi:

cielo, cielito y más cielo,
algo grande de vivir,
callecitas trabajadas,
campos para sonreír.

Es un témpano de sombras
tantas penurias así;
adónde este sueño, adónde,
¡qué lejos está de aquí!


2

Sueño, sueño, sueño, sueño
algo grande de sentir,
callecitas trabajadas
como alguna vez las vi:

cielo, cielito y más cielo,
algo noble de vivir;
callecitas de nosotros
campos para sonreír.

Sueño, sueñito y más sueño.
cielo dulce del país,
adónde, esta tierra, adónde,
que pronto me iré de aquí.


3

Es un témpano de sombras
tantas penurias así:
adónde, este sueño, adónde,
qué lejos estás de aquí.

Cielito, pucha qué sueño.


En “Canción del Samurai”, Ediciones del Dock, 2004.
Javier Adúriz nació el 16 de abril de 1948 en Buenos Aires. Poeta y ensayista.
Imagen: Tres Samurai.

Javier Adúriz – Cuánta gloria en cada atardecer



ATARDECER EN PUENTE MÁRQUEZ

Gaona era de tierra entonces…
A la izquierda se alzaba el paradero
donde se reunía la humanidad
conspicua del lugar: quinteros y linyeras.

Cuánta gloria en cada atardecer.
El olor a eucalipto lo invadía todo
con persuasión invariable, lo mismo
que el rojo derrumbándose al oeste.

Parar ahí se parecía a comprender.
La Tierra era un planeta ingrávido
donde no aflojaba el honor de estar vivo.

Si hasta los perros ladraban ganosos
cuando pasaba la chata de Ortuño.
Ahora hay una ruta, nada más.


En “Canción del Samurai”, Ediciones del Dock, 2004.
Javier Adúriz nació el 16 de abril de 1948 en Buenos Aires. Poeta y ensayista.

Imagen: Tres Samurai.

Javier Adúriz – El puerto se disolvió con ella como si fuera de humo


DESPEDIDA
(homenaje inmigrante)

Acodada sobre la pared veía el moroso ajetreo de los barcos en la bahía, mientras los hombres, de espaldas al mar, se movían con avidez, acarreando bultos como hormigas de verano. Jamás había salido de su tierra: llevaba todavía próximo el aroma de las manzanas en sazón, la aspereza del monte empinado, la severidad de los hórreos guardando su tesoro de semillas. Y sin embargo, estaba ya lejos; cerca de ese mar desmesurado y monótono, más cerca del cielo y del futuro, mareada de fatiga, como si hubiera trabajado al sol en las eras. Y sin embargo, casi había olvidado su casa de apenas ayer, las caras que mucho había querido, los quehaceres del año e incluso, el ahora remoto día de fiesta, el día memorable que la acompañó durante meses de impaciencia. Por fin llegaba la hora: sólo deseaba apartarse de esa orilla natal, abrirse paso en el horizonte, presentarse sin demora al reclamo de otra costa y otro amor. Con premura subió al barco; desde la cubierta sus ojos rechazaban el paisaje, desbordado de melancolía. Nada le decía adiós, ningún temblor de la brisa la retuvo. Partió nada más y el puerto se disolvió con ella como si fuera de humo.

En “Canción del Samurai”, Ediciones del Dock, 2004.
Javier Adúriz nació el 16 de abril de 1948 en Buenos Aires. Poeta y ensayista.

Imagen: Tres Samurai.

Javier Adúriz – Al centro de la herida


Y LA BOCA ME DIJO *

Will yearley celebtrate my second birthday.
J.D.


No llores, nadie oye. - Del cielo de la isla
no queda casi nada. - La mañana está cerca.

No llores, no te quiebres. - Si cada uno es siervo
de lo quiso ser. - La noche ya termina.

No te arrepientas, digo, - vas a cruzar el río
como se cruza un sueño. - Celebrarás tan pronto…

¿Qué importan que hayan dicho - lo que dicen que dicen?
Lo tuyo fue algo más - que las pobres palabras.

Brillen, brillen sin término - las hachas de la fiesta,
gocen tu vejación - hasta el duro apogeo:

cada fuego de luz - es una luz imbécil,
la terca tiranía - de una mente deforme.

¿Que triscaba la oveja - pasto hasta la raíz?
¿Que mudan de opinión - de parado a sentado?

y bien, qué más te da, - tu ilusión era el alba.
Pronto celebrarás - un nuevo nacimiento.

La música está hecha, - queda escrita en el agua,
en el color del tiempo, - sin pulso de codicia.

Hubo que ver y verse - colgado de los árboles
para cruzar las sombras, - las efímeras sombras.

La noche es esta boca - turbia que te mastica,
aunque haya luna ahora - como para unas bodas.

Vas a cruzar el río - y también la esperanza
en nave de dos filos. - En nave de dos filos

de golpe, con el viento, - vas a cruzar tu rostro:
el deseo de ser - que pide lo imposible.

Llegaste a lo más tenso, - al centro de la herida.
No desesperes, - sólo un reino nos hiere.

Moro móriae, dónde - está tu honor ahora,
vos que sentiste siempre - su gracia sobre el hombro.

Algo abisal te llama. - Hacé crujir el seso
hasta encontrar el chiste - hundido en la mollera.

Si tan cerca, en la furia - del alba (oí, oí
el aire atruena afuera)

absurda majestad, - sonriendo entre caries
vas a tirarte
y rodar de cabeza.



para Enrique Butti



* A Tomás Moro le cortaron la cabeza por haber mantenido su palabra. Tal vez su santidad esté en su humor y en su silencio; alguien que combinó política y escritura, con una mente deslumbradoramente abierta.

En “Canción del Samurai”, Ediciones del Dock, 2004.
Javier Adúriz nació el 16 de abril de 1948 en Buenos Aires. Poeta y ensayista.
Imagen: Tres Samurai.

jueves, 13 de enero de 2011

Roberto Bolaño – Escribiendo poesía en el país de los imbéciles


MI CARRERA LITERARIA

Rechazos de Anagrama, Grijalbo, Planeta, con toda seguridad
también de Alfaguara, Mondadori. Un no de Muchnik,
Seix Barral, Destino… Todas las editoriales… Todos los lectores…
Todos los gerentes de ventas…
Bajo el puente, mientras llueve, una oportunidad de oro
para verme a mi mismo:
como una culebra en el Polo Norte, pero escribiendo.
Escribiendo poesía en el país de los imbéciles.
Escribiendo con mi hijo en las rodillas.
Escribiendo hasta que cae la noche
con un estruendo de los mil demonios.
Los demonios que han de llevarme al infierno,
pero escribiendo.


Octubre de 1990


Poema inédito incluido en “La Universidad Desconocida. Selección”, Anagrama / Página/12, 2010.
Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 28 de abril de 1953 - Barcelona, 15 de julio de 2003). Foto: RB s/d

miércoles, 12 de enero de 2011

Gabriel Celaya – Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales



LA POESÍA ES UNA ARMA CARGADA DE FUTURO

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas, que golpea las tinieblas.

Cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades,
amorosas crueldades.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo, estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido,
partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto y canto y cantando más allá de mis penas, de mis penas
personales, me ensancho, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España, a España en sus aceros.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto,
es lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo, estamos tocando el fondo.


En “Los unos por los otros”, Paco Ibáñez. Poesía española de hoy y de siempre, vol. 2, grabado en 1967 y editado en Uruguay en 1971. Paco Ibáñez (Valencia, 20 de noviembre de 1934). Imagen: detalle afiche presentación de Paco Ibáñez en Barcelona.
Gabriel Celaya (Hernani, Guipúzcoa, 18 de marzo de 1911 – Madrid, 18 de abril de 1991).


Aquelarre – Cada día sentimos que se agita más



CRUZANDO LA CALLE

La ventana tiene un aspecto
muy normal
pero cada día sentimos que
se agita más.

Cruzando la calle,
cruzando la puerta de tu hogar,
tu hermano se muere,
mi hermano no podrá esperar.

América vibra,
mi mente pide libertad.
La muerte te ronda,
la muerte nos quiere ganar.

Cruzando la calle,
cruzando la puerta de tu hogar,
tu hermano se muere,
mi hermano no podrá esperar.

Letra y música: Aquelarre: Emilio del Guercio, Rodolfo García, Héctor Starc y Hugo González Neira. LP “Candiles”, grabado entre septiembre y octubre de 1972 y editado en 1973. Ilustración tapa del disco: Francisco J. de Goya y Lucientes.

martes, 11 de enero de 2011

María Elena Walsh – Y en otra no sé vivir


VIDALITA

Pobre de mí
que en esta tierra nací.

Sin poder alzar cabeza
cansada de pisar muertos
aquí estoy como la tormenta,
envejeciendo.

“Tenemos todos los climas
y ningún problema serio”
y cuando el río suena,
olor a encierro.

Y bueno.

El llanto de Girondo
como acompañamiento
en la fila de los bufones
nos compadezco.

Pobre de mí
que en esta tierra nací
y en otra no sé vivir.


De “Otros poemas” (1978-1994). En “Los poemas”, Seix Barral, 1994.
María Elena Walsh (Ramos Mejía, 1 de febrero de 1930 - Buenos Aires, 10 de enero de 2011). Imagen: Retrato realizado por el colectivo artístico Mondongo: María Elena, 150 x 150 cm., plastilina sobre madera, 2006.

lunes, 10 de enero de 2011

Ricardo Zelarayán – No sé cómo empezar esto pero empiezo nomás


POSFACIO CON DEUDAS


No sé cómo empezar esto pero empiezo nomás. Hoy estaba almorzando en una pizzería y oí una conversación telefónica del cajero que estaba detrás del mostrador. “Escúcheme don Juan –decía el cajero-, la verdad es que cuando hablo con usted salen cositas…”. Se hablaba de comprar muy barato un hotel alojamiento por parte del cajero y de su invisible interlocutor. Hotel alojamiento aparte, lo importante era el cajero hablado.

No existen los poetas, existen los hablados por la poesía.

Cuando uno llama por teléfono al médico que se fue a Mar del Plata, una cinta magnética responde: “Esto es una grabación.”

Pues bien, así como eso es una grabación, lo que estoy escribiendo no es una justificación, es un agradecimiento, un hablar de deudas.

En realidad no es obligatorio leer lo que estoy escribiendo. Nadie espere una explicación de este libro. Simplemente quiero agradecer y de paso…Pero por’ai, y ese es el riesgo, lo que está adelante puede ser interpretado como el prólogo de esto, es decir que este es el fondo de la cosa, el fondo de la casa de mi infancia en Paraná entre durazneros, mandarinos, yuyos, ortigas y gatos vagos, negros, barcinos y atigrados.

Mi agradecimiento es para la gente que habla, para la gente que se mueve, mira, ríe, gesticula… para la gente que constantemente me está enviando esos mensajes fuera de contexto, esos mensajes que escapan de la convención de la vida lineal y alienada.

Las conversaciones de borrachos son a veces obras maestras del sinsentido, del puro juego de los significantes. Mi agradecimiento también.

La música es un lenguaje de puros significantes, es el gran arte. Y yo me muero de envidia, porque en realidad soy un músico fracasado. Pero la música, en especial el jazz moderno en permanente evolución, ha sido y es lo único que me ha enseñado la verdadera estética operativa.

Macedonio Fernández me ayudó a redescubrir ese mundo que yo quería olvidar tal vez para poder trepar mejor… Un buen día me encontré en Buenos Aires con que quería irme a Europa…Evidentemente estaba a un pelo de ser porteño. Pero no me fui a Europa, ni creo que me vaya nunca. No señor, ni beca ni vaca, me quedo aquí.

Macedonio Fernández me hizo comprender que las reuniones de argentinos, incluso en Buenos Aires, son largas ruedas de mate, donde uno charla, se ríe y se pone triste…Que esas reuniones son verdaderas fiestas de lenguaje.

Yo me he reído con estos (¿mis?) poemas, y por momentos dejé de reír. Pero eso es cosa mía. No sé si pasa algo. Gracias, Macedonio, de todos modos, por atajarme y explicar, es decir por hablar de lo que se es hablado.

Todo lo que digo puede parecer muy racionalista, pero en realidad soy entrerriano primero, después tucumano y salteño. Mis amigos de aquí me acusan de franchute. Realmente no sé qué decir.

La verdad, y eso no lo discute nadie, es que nací en la década del veinte mitad más o menos, es decir que estoy más lejos del nacimiento que de su antípoda.

No tengo nada que ver con el populismo ni con la filosofía derrotista del tango. Soy entrerriano, medio tucumano y salteño, en Buenos Aires. Una especie de “entrerriano, etc., etc., hasta la muerte” que vive en Buenos Aires, así como hay “argentinos hasta la muerte” que viven en París. En fin, ¡no hay belga que valga!

Hablar de la humanidad en abstracto me parece el colmo de la pedantería, paternalismo y solemnidad (las cosas que odio más). El hombre es para mí mis amigas y amigos, presentes, pasados y futuros, y también mis enemigos. No soy místico, no quiero salvar a nadie, sólo quiero.

Soy ateo, como Dorotea y Timoteo. Prefiero el Libro de los Muertos, egipcio, y el Gilgamesh, asirio, llenos de palabras que evocan hombres como mis amigas y amigos, y no el libro de cabecera de los poetas y los capitalistas norteamericanos.

No creo en la poesía cantada ni recitada. (No creo en el café concert para desculpabilizar empresarios izquierdistas.)

La poesía debe leerse. La única poesía que no se lee es la de los actos y las palabras que no se proponen ser poéticas.

En fin, el lenguaje es para mí la única realidad. Esto no es ninguna novedad, es una simple afirmación. Si la realidad está en alguna parte, está en el lenguaje.

La primera tarea del hablado por la poesía ha sido nombrar las cosas, las cosas que no son las cosas sin las palabras. Pienso que el realmente hablado por la poesía es el que sigue y seguirá nombrando las cosas, es decir cambiándolas, transformándolas continuamente. La poesía es renovación, subversión permanente.

Insisto en que no hay poetas, hay simples vectores de poesía.

En un verano de cuarenta y cuatro grados en un pueblo de Santiago del Estero me acordé de los que se dicen poetas cuando vi en una canilla reseca unas moscas que hubieran dado todo por una gota de agua. Así es, los llamados poetas se disputan las canillas, pero el agua no les pertenece…ni la tierra, ni el aire, ni nada. ¡Hay que conformarse nada menos que con las palabras!

No creo en los géneros literarios. Cada persona tiene su propio discurso permanente, un río perenne y subterráneo que constantemente amenaza desbordarse. La mayoría de la gente le pone diques, pero así y todo a veces su rumor se escucha. La prosa es poesía o nada. Entre la escritura que llena toda la página y la que no la llena hay sólo una diferencia de escandido, de tempo, de períodos. Es un poco, pero muy a grandes rasgos, la diferencia entre la música sinfónica y la de cámara.

En suma, las fuentes de la poesía están en la infracción constante de la convención que nos vendieron como realidad. En todo lo gratuito, en el amor, en el lenguaje de los chicos, en las conversaciones sin límite de tiempo (...tómese otro mate!), en las situaciones límite en que los discursos de los otros movilizan enérgicamente el discurso de uno y viceversa.


En Ahora o nunca. Poesía reunida, Editorial Argonauta, 2009.
Ricardo Zelarayán (Paraná, provincia de Entre Ríos, 21 de octubre de 1922 - 29 de diciembre de 2010).

Ricardo Zelarayán - La Gran Salina



LA GRAN SALINA

La locomotora ilumina la sal inmensa,
los bloques de sal de los costados,
los yuyos mezclados con sal que crecen entre las vías.
Yo vacilo…
y callo…
porque estoy pensando en los trenes de carga
que pasan de noche por la Gran Salina.
La palabra misterio hay que aplastarla
como se aplasta una pulga,
entre los dos pulgares.
La palabra misterio ya no explica nada.
(El misterio no es nada y la nada no se explica por sí misma.)
Habría que reemplazar la palabra misterio
(al menos por hoy, al menos por este “poema”)
por lo que yo siento cuando pienso en los trenes de carga
que pasan de noche por la Gran Salina.
La pera trepida en el plato.
La miel se despereza en el frasco cerrado,
para desesperación de las moscas que la acechan posadas en el vidrio.
Pero yo no me explico
y hasta ahora nadie ha podido explicarme
por qué me sorprendo pensando
en la Gran Salina.
El hombre de chaleco del salón comedor
se ha quitado los anteojos.
Los anteojos trepidan sobre el mantel de la mesa tendida.
Todo trepida,
todo se estremece,
en el tren que pasa a mediodía por la Gran Salina.
Yo me he sorprendido mirando
la sombra del avión que pasa por la Gran Salina.
Pero eso no explica nada.
Es como una gota que se evapora enseguida.
Hay que distraerse, dicen.
Hay que distraerse mirando y recordando
para tapar el sueño
de la Gran Salina.
Un piano colgado como una araña del hilo
se ha detenido entre los pisos doce y trece…
Un camión pasa cargado de ventiladores de pie
que mueven alegremente sus hélices.
En 1948, en Salta,
fuimos a cazar vizcachas y ranas,
la conversación se apagó con el fuego del asado,
abrumados como estábamos por el cielo negro y estrellado.
Nerviosamente encendíamos y apagábamos las linternas
hasta quedarnos sin pilas.
Tampoco puedo explicarme por qué sueño con pilas de linternas,
con pilas para radios a transistores.
Ni por qué sueño con lamparitas de luz,
delicadamente guardadas en sus cajas respectivas.
Ni por qué me sorprendo mirando el filamento roto
de una lamparita quemada.
Nunca he visto…
nunca he podido imaginarme
la lluvia cayendo sobre la Gran Salina.
Yo no tengo objetivos pero me gusta objetivar.
Desde chico intenté cortar una gota de agua en dos
(con una tijera).
Aún hoy intento,
apartando las cosas de la mesa
o ahuyentando amigos,
imitar, imaginarme, la lluvia sobre la Gran Salina.
Tomo una plancha caliente y le salpico gotas de agua.
Pero aunque pueda imaginarme todo,
nunca podré imaginarme
el olor a salina mojada.
Anoche llegué a mi casa a las tres de la mañana.
En la oscuridad tropecé con un mueble…
y allí nomás me quedé pensando
en lo que no quería pensar…
en lo que creía bien olvidado!
Pero en realidad me estaba escapando
del sueño estremecedor de la Gran Salina.
Y ahora me interrogo a mí mismo
como si estuviera preso y declarara:
“La Gran Salina o Salina Grande
está situada al norte de Córdoba,
cerca (o adentro, no recuerdo)
del límite con Santiago del Estero.”
Estoy mirando el mapa…
pero esto no explica nada.
La caja de fósforo queda vacía
a las cuatro de la mañana
y yo me palpo a mí mismo, desesperado,
con el cigarrillo en la boca…
Habría que inventar el fuego, pensarían algunos.
Yo en cambio pienso en los reflejos del tren
que pasa de noche junto al río Salado.
No puedo dormir cuando viajando de noche
sé que tengo a mi derecha el río Salado.
Pero aún así sigo escapando del gran misterio…
del misterio de la sal inagotable de la Gran Salina.
Recuerdo cuando arrojábamos impunemente naranjas chupadas
al espejo ciego y enceguecedor de la Gran Salina.
(A la siesta, cuando la resolana enceguece más que el sol.)
Esperábamos llegar a Tucumán a las siete
y a las dos de la tarde tuvimos que cambiar una rueda
junto a la Gran Salina.
Un diario volaba por el aire…
el sol calcinaba las arrugadas noticias del mundo
del diario que caía sobre la Gran Salina.
Y vi pasar varios trenes
y hasta un jet…
Los pasajeros de los Caravelle
o de los Bac One-Eleven,
no saben que esa mancha azulada,
que a lo mejor están viendo en este mismo momento,
desde ocho mil metros de altura,
esa mancha azulada que permanece durante escasos minutos,
es la Gran Salina,
la Salina Grande.
Pero el jet anda muy alto.
La Gran Salina no conoce su sombra que pasa.
Los pasajeros del jet duermen…
se sienten muy seguros.
En el jet no hay paracaídas
Los jets no caen. Explotan.
Hace unos años,
un avión que no era un jet volaba, creo, sobre Santa Fe.
De pronto se abrió una puerta
y una camarera tuvo que obedecer calladita
las sagradas leyes de la física,
y demostrar su inequívoco apego a la ley de la gravedad.
Una ley dura como las piedras metidas en la boca de Demóstenes
que, según dicen, hablaba mucho.
Aquí hay que hacer un minuto de silencio.
Primero por la dócil camarera sin cama del avión.
Después, por las palabras muertas,
muertas por no decir nada…
misterio, por ejemplo,
que sirve para no explicar lo inexplicable,
lo que yo siento cuando pienso en la Gran Salina,
lo que traté de no pensar un día que caminaba por la Gran Salina
tratando de distraerme y de no pensar dónde estaba,
escuchando una canción de Leo Dan
que pasaba LV12 Radio Aconquija
y el Concierto en sol de Ravel por la filial de Radio Nacional.
¿Qué pensaría Ravel, el finado,
si caminara como yo en ese momento
por la Gran Salina?
Ravel, púdico sentimental,
te imagino tocando el piano que hoy vi colgado
entre el piso 12 y el piso 13.
Sí, pobre Ravel de 1932
con un tumor en la cabeza que ya no lo dejaba componer.
Ravel tocando solo,
de noche (pero eso sí, absolutamente solo)
los “Valses nobles y sentimentales” en medio de la Gran Salina.
Días pasados fui al Hospital.
Hace años yo andaba por allí,
despreocupado y con mi guardapolvo blanco.
Pero ahora, de simple paciente,
sentí el ruidito angustioso
¡Trank!
de la máquina de hacer radiografías.
¡Y que pase otro! gritó el enfermero.
Pero el otro no podrá explicarme
por qué tengo sed,
por qué voy detrás del agua cautiva de la botella
y de la sal capturada en el salero,
yo, tan luego yo,
capturado en el sueño de la Gran Salina.
Un amigo, alto funcionario estatal,
me ofreció su pase libre para viajar por todo el país.
Total, me dijo, es un pase innominado,
cualquiera lo puede usar…
si se lo presto.
El pase sin nombre me deslumbró
como la marca de la cubierta que leí y releí
cuando cambiábamos la rueda junto a la Gran Salina.
Pero después pensé en Tucumán
(mi segunda provincia)
y en las vértebras azules del Aconquija
horadando las nubes blancas.
Ahora me entero que mi amigo,
el del pase sin nombre,
se separó de la mujer.
Aquí me callo…
Pero el silencio me hace pensar ahora
en lo que no quise pensar cuando miré el pase
[sin nombre que me ofrecían,
en lo que dejé de pensar hace un momento…
cuando vi pasar el ascensor con una mujer silenciosa
que no me quiso llevar.
Olvidemos el ascensor pedido
y pensemos de nuevo, de frente, en la sal
(cloruro de sodio)
y en el misterio…
Pero como nada es misterio
hagamos una traducción de apuro:
miss Terio
o miss Tedio
o chica rodeada de teros asustados
o algo por el estilo.
Pero no hay distracción que valga.
El ayudante de cocina del vagón comedor
se rasca la cabeza de tanto en tanto
pero sigue pelando papas sin distraerse
en el tren que se acerca a la Gran Salina.
Y el ascensor perdido con la mujer silenciosa
sigue recorriendo kilómetros entre la planta baja
y el piso quince.
El sastre de enfrente que ya comió
se asoma a tomar aire con el metro colgado en el cuello.
Yo pienso en comer, como se ve…
Son exactamente las 14 horas, 8 minutos, 30 segundos.
Y también, no sé por qué,
pienso en el acorazado de bolsillo Graf Spee
que en los comienzos de la última guerra
se suicidó antes que su capitán
frente a Punta del Este.
El Graf Spee yace a treinta metros de profundidad.
Ya nadie se acuerda de él.
Ni siquiera los hombres-rana
que bajaron a explotar sus entrañas.
Pero hasta los hombres-rana
salen a comer a mediodía.
Y a veces, para comer,
sólo se quitan las antiparras y los tubos de oxígeno.
Todavía hay gente que se asombra viendo comer a esos hombres…
con patas de rana.
Los hombres-rana reclaman al mozo la sal que se olvidó!
Dale!... Dale!
Hoy almuerzo con amigos
(si es que no se fueron).
Miraré de costado la sal y pediré pimienta en vez,
porque tengo miedo de quedarme callado,
ya se sabe por qué.
No quiero quedarme callado
ni distraerme,
ya se sabe por qué.
En realidad no se sabe nada
del sueño de las pilas,
de la lluvia sobre la sal,
de la chica del ascensor,
del sastre asomado con el metro colgado
o del tren que pasa de noche indiferente
junto a lo que ya se sabe
y no se sabe.
………………………………………………………
………………………………………………………
………………………………………………………

Hace años creía
que “después del almuerzo es otra cosa”…
es decir que las cosas son otras
después del almuerzo.
Este poema (llamémosle así),
partido en dos por el almuerzo
y reanudado después, me contradice.
No comí postre.
¡Siento la boca salada!
Pero no voy a insistir.
El domingo pasado,
en casa de un amigo poeta,
conocí a un chileno novelista e izquierdista
que se fue a Pekín y que, posiblemente,
no vuelva a ver en mi vida.
Tímidamente, entre cinco porteños y un chileno izquierdista,
metí una frase de Lautréamont
que como buen franchute es uruguayo
y si es uruguayo es entrerriano.
Una frase (salada) para terminar (o interrumpir) este poema:
“Toda el agua del mar no bastaría para lavar una mancha de sangre intelectual.”


De “La obsesión del espacio”, 1972. Si bien conservamos en nuestra biblioteca la edición de Atuel, 1997, decidimos utilizar el texto como aparece en “Ahora o nunca. Poesía reunida”, Editorial Argonauta, 2009. Foto: Bécquer Casaballe.
Ricardo Zelarayán (Paraná, provincia de Entre Ríos, 21 de octubre de 1922 - 29 de diciembre de 2010).

Silvia Jurovietzky – La unidad popular


UNIDAD

Y una creía
que un solo asunto
venía a ser la unidad

parecía abstracta pero cuántas cosas
ocupan su lugar:

unidad de cuidados intensivos
de una fuerza militar
simple y concreta la moneda
unidad que rige el patrón comercial

y la mejor a mis oídos
la unidad popular.

Es cierto, épocas
de distopías fúnebres
han ganado la partida
un poco al garete
vamos no sabiendo
cómo se pelea

y es triste de ver
cómo la injusticia
hace pata ancha.

Yo no abandono,
nomás me corro
y me quedo sentadita
a esperar

mientras con estos versos
levanto una unidad:

Giribone umbral
íntimo y político
como toda realidad.


En “Giribone 850”, Ediciones Bajo la luna.

COMUNIDAD Y ESTEREOTIPOS

“El libro va más adelante que yo”, dice Silvia Jurovietzky, la docente y poeta que nació en 1962. “Giribone 850, el libro de poesía, tiene resueltas cosas que yo, hasta el día de hoy, no las puedo resolver tan bien como lo hace el libro”, agrega la autora de los poemarios Un guisante bajo el colchón (2002) y Panaderos (2007).

–Se podría decir que padeció una doble “discriminación”. Por un lado, la de ser tratada como “ocupa, usurpadora”; por otro, al interior de este edificio, es la “erudita” y “letrada”.–Uno tiene la ilusión de la comunidad; es muy fuerte esa ilusión y hay momentos en que funciona. Yo era buena para tratar con los abogados, pero al mismo tiempo era vista por algunas mujeres como “muy peligrosa” (risas). Yo soy feminista y en los momentos en que estuve separada y venía un hombre que me ayudaba con los arreglos y le pagaba, se rumoreaba que me acostaba con él. También fui profesora particular de muchos chicos de acá –hoy uno es arquitecto, otro es instrumentista–, y empezó a pasar algo a nivel barrial. Decían que había una profesora buena. Di clases a la gente del barrio; al principio les daba cosa subir hasta el tercer piso, pero una vez que subís y bajás un par de veces, el cuerpo se acostumbra (risas). Igual me cuesta pensarme a mí misma como marginal. Yo me siento en el centro, aprovechando lo que me vino de cada lugar, en una colocación que me hizo fuerte. Pero con mucho dolor.
Cuando Jurovietzky tenía que traer a una amiga, amigo o novio a su casa daba unas cuantas vueltas. “Ahora digo que vivo en Giribone sin ningún problema. Pero antes era todo un rollo; supongo que arrastraba una fuerte identidad burguesa”, admite burlándose de esas taras del pasado. Ahora está escribiendo un libro con gente en situación de calle. “La cuestión de los espacios y de los cuerpos en los espacios es una de mis obsesiones. Mi ojo va siempre para ese lugar.” Varias veces se plantó Silvia en la vida. Como docente, les dijo a sus alumnos que “daba clases porque no le quedaba más remedio”, pero les aclaró: “Estoy de duelo por la muerte de Kirchner”. “Esa clase media ilustrada valoró mi confesión. Ellos me respetan, me quieren, y creo o espero que se les muevan un tanto los estereotipos de la cabeza, como los que se me movieron a mí.”

Entrevista a Silvia Jurovietzky por Silvina Friera en Página/12 de hoy 10.01.11.

Miguel D`Elía – Salimos a respirar las preguntas


CATEDRAL

Ciento cincuenta
Millones
De ladrillos
Tiene esta catedral
Del mundo
Que muestro a los amigos
Que vienen de afuera
Les cuento que arriba
Por una soga
Subís a la torre para ver
Y ves hasta el otro lado.
Cuando salimos a celebrar
El agua nieve
Ciento cincuenta
Millones
De ladrillos
Nos vieron caretear
Lo que somos
Porque en ese lugar
Lloraste y te besé
Y ninguno
Creyó en dios.


REVISIONISMO HISTÓRICO

Ahora que sabemos
Y decimos que no tiene sentido
Salimos
A respirar las preguntas
Que nos dan miedo.
Cruzamos amigos
Y nos besamos
Borrachos de humo
Construimos
Lo instantáneo
Intentando disfrutarlo
Trocando tierra por agua
Agua por tierra
Convidándonos fuego
Para apagar el aliento
Que no dura
Más allá de la risa
Que provoca
Por la tristeza que da
El arrepentirnos un día
En el futuro
Decir que tuvimos treinta
Y tantos secretos
Decir que tuvimos perros
Hasta que decidimos separarnos
Para perder el recuerdo
Para alimentarnos con latas
O por teléfono
Para descubrir
Algún día
Que nada de todo
Fue cierto.


IVANA

Pido
Que si todo se pone negro
Pensemos
Antes de correr
En las ventanas que abrimos
Y remontemos la fantasía
Con el sol en la piel
Cantemos otra vez
Antes de abrazarnos
A la clorofila
De nosotros mismos
Te lo pido
De pie frente a vos
Que no se apague.


De “Fuego”, segundo libro de poemas de MD. Foto: MD en FB.
Miguel D`Elía nació en Ensenada en 1973.

sábado, 8 de enero de 2011

Miguel D`Elía – La planta me obliga



USTEDES SABEN

Le pido a la humanidad
Dejar huellas claras
No se trata
Sobre todas las cosas
De pensar
Me refiero
Al papel
Dorso de cartas
De mensajes en voz baja
Me refiero
A estos secretos
Para los que escribo
Ustedes saben.


POR FIN

No comemos solo de hambre
Ni morimos
Permanecemos
En una memoria
Escondida
Buscando nombres lugares fechas
Cierto roce o afinidad
Y un par de ojos que
Al mirarnos digan
Por fin.


TATIN

Nunca más
Se va a morir
Un perro en mi casa
Ni un puto perro.


VERTICAL

A pesar
De mi apariencia
Y de ciertas
Cosas
Yo voy a decir
Me voy a hacer cargo
Le paso la lengua
No porque sea
Un degenerado.
La planta
Me obliga.


RESUMEN

Mentimos el amor
Odiamos sin odio
Comemos sin hambre
Y nos acostamos sin sueño.
De que más
Quieren hablar?


De “Hambre y Amor”. Foto: MD en FB.
Miguel D`Elía nació en Ensenada en 1973.

jueves, 6 de enero de 2011

Héctor Martínez – Ella es capaz de despertar al crepúsculo



POEMAS CREPUSCULARES


1.

ella es capaz de despertar al crepúsculo
con el celo incandescente de sus ojos


2.

en la serranía anochecida de su piel
las dos lunitas de sus ojos
saltan como cabritos traviesos
convocan a la desnudez
arden al deseo


3.
siempre olés a café le dijo
la casi niña
ella olía a givenchy
desde sus pechos enhiestos
olía pródigamente
y despertaba las olas del deseo


4.

ella buscaba las palabras
gesticulaba con sus manos
trataba de atraparlas
sus ojos
transparentemente negros decían
sin embargo
todo lo que había que saber


5.

pedacitos de tiempo se llevan
las palabras
luego
quedan las miradas

luego
nada



6.

como palabras salidas de un crepúsculo
escribió

dejarse es quedarse para siempre

la luz crepuscular sigue encendida



7.

qué formas de decir tienen tus ojos
sabrosita de mi hambruna
qué formas de mirar tienen tus labios
fruta prohibida
¿serán posibles el pan y el vino
de esta eucaristía?
¿habrá cobijo en el edén de tus cavidades
consuelo para el afligido?

las rosas morenas de tus pechos
mitigan las noches sin sueño
alborotan los soles otoñales
anuncian cataclismos

¿quién podrá llamar a la cordura
cuando la yegua en celo
agita la sangre del corcel atardecido?
¿qué crepúsculo será capaz
de evitar la noche?
¿qué noche será capaz
de ocultar la hora en que
florecen los cuerpos?

ni ley ni dios sosegarán
el perfume rudo de sus celos


Textos inéditos. Foto: City Bell, atardecer del 5.1.11, archivo de la talita dorada.
Héctor Eduardo Martínez nació en Bahía Blanca en 1954, estudió en La Plata el Profesorado en Castellano, Literatura y Latín y actualmente es director de la revista digital Pluma Docente del Instituto de Formación Docente Continua de Villa Regina, Río Negro, Patagonia Argentina.

martes, 4 de enero de 2011

Juan Diego Incardona – Un domingo más triste que la mierda



Era una noche de invierno, un domingo más triste que la mierda. Frente al Club Riachuelo, alguien rasgueaba en el bar un viejo tema de rock nacional. Era un bajón. El perro negro lo miraba al pie de la silla; el marrón no se hacía cargo, roncaba como un chancho tirado en su mantita llena de pulgas. Yo lo escuchaba con atención mientras me fumaba un porro casero. Cómo pegaba esa yerba mala. Tres pitadas largas te dejaban empastillado. Parecía que al chabón le salía sangre de los dedos. Era un asco hermoso: toda la madera enchastrada con el chocolate podrido mojado en alcohol, oscuro del tabaco que se fumó la vida entera y que ahora le corría en esas venas que vibraban a la par de las cuerdas, hasta que le saltara la cuerda, hasta que se rompiera sola de tanto tocar y tocarle al pasado con la mina. Mataaatee loocoo, le dijo un tipo por la ventana cortando por lo sano, ¡y dejá dormir a los vecinos! Pero el otro ni bola, porque seguía encapsulado en la cajita musical que hacía sonar hasta el cansancio la misma melodía que el hombre ha sufrido y sufrirá hasta el final de los tiempos, el final del amor. Yo lo escuchaba con atención mientras me tomaba una cerveza tirada. Qué ganas de mear que me daban, así que me levanté para ir al baño. Era un sucucho con una baranda que te volteaba, el piso un charco de pis; los inodoros tapados por los soretes más grandes que vi en mi vida. En las paredes me puse a leer el poema que un loco escribió con su mierda. Decía que dedicaremos nuestro tiempo a buscar ese animalito que viaja mucho. No sé qué habrá querido decir, pero no me lo puedo olvidar.

Fragmento de “Populacho de negros lobos” en Rock barrial, Norma, 2010.

MARAVILLOSA MILITANCIA

“Hay sectores que ven con miedo el regreso de la juventud a la militancia. Como Mariano Grondona, que está asustado por el nombre de La Cámpora y dice que vuelven los montoneros.” A Juan Diego Incardona le causa mucha risa ese puñado de dinosaurios espantados con los jóvenes. “Hay una vuelta a la política en estos años; los jóvenes otra vez están interesados por la militancia. En los ’90, la mayoría de los pibes no participaban políticamente. Que no- sotros entráramos y saliéramos de las unidades básicas era como entrar o salir de las sociedades de fomento –recuerda su experiencia en Villa Celina–. Que te disfrazaras de Rey Mago para la unidad básica era como disfrazarte de Rey Mago para la parroquia. Ese es el costado cultural que tiene el peronismo y que no tiene ninguna otra fuerza política. Ahora hay un montón de pibes militando, a quienes les pica ese bichito, y está bueno. Es importante que haya una nueva generación de jóvenes con ideas.”

–¿Qué es ser peronista hoy para usted?
–En este momento es muy importante asumir un compromiso con este proyecto. Hay un montón de valores que tienen que ver con el peronismo histórico que han vuelto a la escena política: reivindicaciones sociales, la Asignación Universal por Hijo, las mejoras en las jubilaciones, el matrimonio igualitario. El peronismo aparece muchas veces encabezando derechos que tienen que ver con las minorías o con sectores relegados. Siempre faltan cosas; todavía hay que avanzar muchísimo en cuestiones de justicia social y oportunidades, porque evidentemente es de larga data el proceso de degradación que vivió el país. No se acaba de un día para el otro, lleva tiempo. Veo que hay un discurso y un interés por mejorar la situación social, que muchas veces se corresponde en los hechos y que no lo había visto nunca en ningún gobierno democrático. Esto tocó la fibra íntima de muchos jóvenes que decidieron militar. Ser peronista hoy es apoyar un modelo nacional y popular; potenciarlo, mejorarlo y seguir creciendo.

Juan Diego Incardona, Buenos Aires, 27 de julio de 1971.
Entrevista de Silvina Friera en Página/12, 4.1.11. “El barrio me sirve para contar historias mayores”.

lunes, 3 de enero de 2011

Camilo Blajaquis – Espero algo que viene, lento pero viene


DIAGNÓSTICO DE ESPERANZA

Para Luis Mattini


Unidad 24 de Marcos Paz
(Sábado 18/07/2009)


Estoy vivo pero ya me asesinaron
yo ahora vivo con los muertos, con aquellos
olvidados, que encima son los dueños
del mundo y la verdad.
Los chorros y los locos, los drogados
y borrachos, ellos fabrican mi realidad
ellos poseen la fórmula de ser feliz.

A la suerte le pido que me deje
salir de esta tumba que ya no quedan
lágrimas que derramar,
todos mis llantos ya tuvieron su momento.

Seguramente deben quedar todavía
muchos golpes, eso no importa
tengo guardadas más de mil cicatrices.
Vivo con un cáncer de angustia
pero todavía sueño un futuro
que ni sé si será mejor.
En mi corta vida tuve más
engomes que orgasmos.
Todavía no sé qué espero.
Pero espero algo que viene, lento pero viene.


En: “Si Hamlet duda le daremos muerte”, antología de poesía salvaje, Libros de la talita dorada, colección “Los detectives salvajes”, 2010. Imagen: detalle tapa antología.
Camilo Blajaquis (César González, Buenos Aires, 1990). Publicó: La venganza del cordero atado, Ediciones Continente, 2010

Camilo Blajaquis – Amor en calles, campos y medios de comunicación


POESÍA COMO DIAGNÓSTICO, POESÍA COMO REMEDIO

(Poema instantáneo dedicado a los perros de la calle y oyentes atentos)

Sepan disculpar gente este poeta pide disculpas
si alguno se ofende
porque no les contesta individualmente
pero para mí todo esto es como un espejismo.

A cada uno este iluso le obsequia pétalos de su alma,
retazos de su sueños.
Tan sólo intenté aspirar a la coherencia,
que la base y los cimientos de mi conciencia
sean la comprensión, la reflexión como esencia,
aunque era un novato en aire radial.

Hablé de cosas simples, de dolores evitables
mi transformación la defino como:
un renacimiento, un despertar,
una adicción escondida (la paz),
un sueño suficiente y común a muchos:
amor en calles, campos y medios de comunicación.
¿Acaso la vida no es una sola?
Nada más soy alguien que lo que menos quiere
lo que menos anhela, es resentimiento o rencor.
La igualdad está lejos, pero el futuro viene
lento... pero viene.


En: “Si Hamlet duda le daremos muerte”, antología de poesía salvaje, Libros de la talita dorada, colección “Los detectives salvajes”, 2010. Imagen: detalle tapa antología.
Camilo Blajaquis (César González, Buenos Aires, 1990). Publicó: La venganza del cordero atado, Ediciones Continente, 2010